Lloran casi a diario. Se consumen igual que sus hijos y sus esperanzas –en muchos casos– se diluyen con el tiempo, pues aumenta la dependencia de los suyos a las drogas y el dinero “no alcanza para salvarlos” ni para alimentar al resto de la familia, dicen. Hay dramas en los que unos hermanos llevan a otros al mismo vicio: las drogas.