La colorida maqueta del barrio Las Peñas, con sus escalinatas y el faro de Guayaquil, elaborada con chocolates por Panadería y Pastelería Erick fue una de las principales atracciones del festival gastronómico “Raíces 2018”, que se desarrolló en julio. Su gerente propietario, Wilson Flores Torres, interactuó con quienes se acercaron al stand para comprar pan, dulces o fotografiarse con la maqueta y conversar con él.

Esa habilidad para interrelacionarse con el público es ahora una de sus fortalezas, aunque en su momento fue una debilidad y el mayor desafío para ingresar de lleno al mundo empresarial. Treinta años de arduo trabajo le enseñaron a Flores lo necesario que es ser un buen comunicador para su negocio y eso incluye saber llegar a los clientes, analiza.

Produce panes desde los 13 años, cuando dejó su natal Píllaro (Tungurahua) para asentarse en Guayaquil. Desde la panadería de un pariente, situada en Ximena y Alejo Lascano, superaba su técnica en la preparación de panes de dulce, enrollados de sal y demás productos que moldeaba en el mesón con la ayuda de un rodillo. Esa era su zona de confort, al lado de los grandes y candentes hornos. Sin embargo, cuando el dueño del negocio lo ponía al frente de la clientela, para reemplazarlo en situaciones específicas, Flores sufría de una especie de pánico escénico.

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“El guayaco es un cliente muy exigente, le gusta ser atendido rápido, pero me costaba ir a su ritmo. Mientras captaba que querían 10 panes de dulce, los clientes ya habían mencionado otros tres pedidos”, recuerda. Es que el guayaco también habla rápido, por ese motivo afinó su oído para aprender a despachar de forma ágil, dice.

Había llegado con la convicción de ayudar económicamente a su familia, dedicada a labores agrícolas y ganaderas con las que generaban ingresos, pero insuficientes para atender la enfermedad de su mamá. “Desgraciadamente ella falleció cuando iba a cumplir 14 años; pero me alegro haber aportado para su medicina el tiempo que pude”, comenta. Al mismo tiempo, distribuía sus ingresos para la compra de vestimenta de sus hermanos.

Dos ángeles detrás de su nombre

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Panadería Érick, ubicada en la Av. Plaza Dañín, camina a cumplir 22 años. Flores abrió el negocio -sin nombre- un mes de mayo, y lo hizo para generar mayores ingresos para los tratamientos médicos de su hijo, Erick, quien tenía 3 años, a quien se le detectó un problema renal cuando cumplió un año y medio de edad.

“Uno de los motores para poner mi panadería fue mi hijo; el sueldo como ayudante de panadería no me alcanzaba para cubrir sus gastos médicos. Tuve la ayuda de familiares de mi esposa, quienes me dijeron que veían en mí una persona muy responsable en lo que hacía y me apoyaron para abrir mi propio negocio”, relata.

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Los inicios fueron complejos para él y su esposa, Ana Riofrío, sobre todo por la forma en que debieron organizarse para permanecer con el niño en el Hospital Francisco de Icaza Bustamante y atender el negocio, que abría a las 05:00 y cerraba a las 23:00. Había días en que quedaban panes sin vender; entonces Ana Riofrío llevaba estos panes frescos para donar a las demás madres que se reunían de noche en la sala de espera del hospital. La conocían como “la mamá de la panadería de Erick”.

Un mes después de abrir el negocio, Erick falleció. El dolor de la pérdida le hizo pensar a Wilson Flores en dejar el negocio para siempre, pero su esposa lo convenció para seguir, bajo el nombre de su hijo, tal como los conocían en la sala de espera del hospital. para pensar en él como su motor familiar. Así surgió la identidad de Panadería Erick, con una foto de su hijo en el letrero del local.

El negocio fue creciendo. Los ingresos permitían pagar deudas deudas e invertir. La venta diaria era de unos mil panes.

Cinco años después, Wilson y Ana se preparaban para ser padres nuevamente. En esta ocasión se trataba de una niña, a quien llamaron Éricka. El negocio era exitoso y con ella -y la memoria de su hermano- la familia pasaba un buen momento, hasta cuando la niña cumplió un año y medio y le diagnosticaron un problema similar al primogénito del matrimonio Flores-Riofrío. En esta ocasión tenían los recursos necesarios para buscar tratamientos especializados en otros países, pero a los 3 años de edad, Éricka se convirtió en el segundo ángel de este hogar.

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“Nunca antes me había subido a un avión, pero por ella lo hice para llevarla a Italia, Cuba... Mi hija falleció en mis brazos y ese día se me acabó el mundo. Realmente me convertí en otra persona, muchas personas quisieron comprar el negocio. Quise hacerlo, pero las mujeres son más fuertes que nosotros los hombres. Una vez más mi esposa fue mi soporte”, confiesa Wilson Flores.

Los reconocimientos

El negocio empezó de cero nuevamente. Los niños eran bienvenidos. Cuando los clientes llegaban con sus pequeños hijos, se sentían bendecidos. En ocasiones, cuando lloraban por motivos desconocidos, Wilson y Ana trataban de consolarlos, les regalaban algún pan o dulce y un pequeño paseo por el taller de panificación. La recuperación, tras los gastos médicos de su hija, tardó siete años.

Se organizaron para administrar de mejor manera el local. Él se encargaba de la parte operativa; ella del personal, las cuentas, los proveedores y las estrategias de marketing, temas que tuvieron que aprender en marcha, a diario, a punta de experiencia. Tuvieron entonces dos hijos, una niña y un varón, que ahora tienen 11 y 12 años, respectivamente. “Gozan de buena salud, son muy inteligentes y son dueños de mi corazón”, expresa.

En la actualidad, Panadería y Pastelería Erick funciona en un amplio local, en la misma calle donde empezó, luego de alcanzar un crédito con la CFN. Diagonal a ellos funciona Erick Express. Con este local producen cerca de 7.000 panes al día.

Algo que caracteriza a este negocio, además de la diversidad de productos, es la buena atención al cliente. “El trato es igual para todos, compren o no”, explica su propietario. Por ese motivo, cuando realiza activaciones de marca suele hacerlo en la parte externa del local. Para el Día del Niño, por ejemplo, contrató actores que representaban a superhéroes para fotografiarse con las familias.

La receta de la expansión

En alguna ocasión Flores pensó en la expansión a través de una franquicia, pero este modelo no funcionó. Después de esa experiencia concluyó que para que un emprendimiento surja, el dueño debe conocer 100% del negocio y estar al frente en diversas labores: operativa, administrativa y de servicio al cliente.

Descartó el modelo de la franquicia y prefiere ayudar a los demás para lograr la independencia económica que una vez él y su familia necesitaron. Y la pareja de esposos lo logró con uno de sus ex empleados, Nelson Haro, quien después de 12 años como operario y mano derecha de Wilson Flores, presentó su renuncia.

“Fue difícil tomar esa decisión, pero necesitaba ayudar a mi familia. Yo también soy de Píllaro y ya quería traer a mis padres y empezar con una panadería. Reuní un pequeño capital con mis ahorros y la venta de un par de vaquitas de mis papás. Esperaba recibir mi liquidación, pero recibí algo inesperado”, comenta Haro.

Sus hasta entonces jefes le propusieron que invirtiera su pequeño capital en una panadería y ellos completaban la diferencia, para montar un negocio bien surtido.

“Con la asesoría de sus ex jefes, Nelson Haro montó su panadería en la Cdla. Martha de Roldós, a la que nombró “Buen pan para mí”. Empezó hace siete años con la producción de 2.500 panes diarios y en la actualidad vende 11.000 unidades. Trabaja 18 horas al día y trajo a Guayaquil a sus padres, a quienes les brinda un mejor estilo de vida. Mientras que este año abrió una sucursal en Bastión Popular. “Sin la ayuda de don Wilson y su señora y la bendición de Dios no lo hubiese logrado”.