El quiteño <strong>José María Velasco Ibarra</strong> (1893-1979) es una de las figuras más controversiales en la historia política de Ecuador, no solo por haber sido cinco veces presidente de la República, también por haber ejercido una influencia directa e indirecta en la política ecuatoriana. <strong>Asume su primera administración el 1 de septiembre de 1934</strong> y aunque no llega a cumplir un año en el poder (es derrocado en agosto de 1935 por los militares); esto da inicio al denominado velasquismo, considerado uno de los fenómenos políticos y sociológicos más singulares de América Latina, comparado solo con el peronismo (movimiento argentino creado alrededor de la figura de Juan Domingo Perón, 1895-1974).Velasco ha ejercido una fijación permanente en los análistas políticos. Para <strong>Carlos de la Torre</strong>, el discurso velasquista tenía un contenido democrático y liberal, pero en otro vértice tenía una idea de que el líder está mas allá de los procedimientos democráticos y las constituciones y que solo él, como líder está en la capacidad de interpretar lo que el pueblo quiere. Para el historiador <strong>Enrique Ayala Mora</strong>, el caudillo fue un hombre que nunca tuvo intención de hacer cambios muy radicales en el Ecuador.<strong>El segundo gobierno de Velasco se registra de 1944 a 1947; el tercero, de 1952 a 1956; el cuarto, de 1960 a 1961; y el quinto, de 1968 a 1972</strong>. Su ascenso a la primera magistratura es por votación popular, aunque de sus cinco periodos <strong>solo completa el tercero</strong>, pues en los otros fue derrocado.De las administraciones de Velasco se destacan la implantación de la libertad electoral, de educación y religiosa; la construcción de centenares de escuelas y más de 1.359 kilómetros de carreteras en el país, así como el mejoramiento de un promedio de 1.057 kilómetros.Con un doctorado en Jurisprudencia, Velasco se caracterizó por su oratoria y carisma. Él es el centro e inspiración del velasquismo, corriente popular desconocida en años anteriores pues<strong> caudillos como José María Urbina, Gabriel García Moreno y Eloy Alfaro, constructores de proyectos modernizantes del Estado, no consiguieron captar una atención similar</strong>. Además Velasco es protagonista de una época en que despuntaban los avances tecnológicos -la radio, los medios impresos y en su caso la televisión- fueron un aliado que le permitieron estar siempre en la palestra y en la retina de las masas, aunque él estuviera ausente.Velasco pone en la palestra al pueblo y lo convierte en protagonista. Es un fenómeno nuevo en la política nacional, que hace que la actividad abandone los círculos de la élite y se traslade a la calle, Velasco dueño de un carisma potente y de una inflamada oratoria desplaza el discurso de salón y lo lleva al balcón, a la barricada, haciendo que las masas populares se sientan identificadas en ese discurso, por lo que lo llevan a considerar una especie de redentor.<strong>El propio Velasco no era ajeno al poder que el pueblo podía dar a un caudillo</strong>, y así lo señala él mismo en su obra Cuestiones americanas: “Dos hechos caracterizan este primer tercio del siglo vigésimo, la ascensión, la influencia creciente de las clases populares y la importancia del trabajo”. Este pensamiento lo ratifica en otra de sus publicaciones, titulada Meditaciones y luchas: “El hecho democrático, el hecho igualitario, la ascensión popular se imponen ahora como se impone el amor a la luz...”. Él también es autor de libros como Conciencia y Barbarie y Tragedia Humana y Cristianismo.Autodenominado liberal del siglo XVIII –de allí su aversión a crear un partido político porque desconfiaba de ellos– , el mismo desprecio a los partidos políticos, aunque en sus diversos gobiernos les llamaría a colaborar, hizo que Velasco tuviera siempre una veleidad autoritaria que lo lleva en <strong>varias ocasiones a intentar declararse dictador,</strong> aduciendo una insuficiencia de leyes para poder gobernar, o a la sedición de los partidos políticos que no le dejaban gobernar.Velasco Ibarra o la vertiente política llamada Velasquismo continúa siendo una de las grandes manifestaciones de fervor político, y también la <strong>gran incógnita a su verdadero contenido ideológico</strong>. Lo que puede decirse con seguridad es que la figura del viejo caudillo siempre estará oscilando como un duende en la actividad política ecuatoriana. (I)