Los nombres de 34 militares que cayeron en el valle del Alto Cenepa se recordaron ayer, cuando se cumplen 25 años de que el Gobierno ecuatoriano decidiera movilizar a las tropas por la defensa del territorio ecuatoriano, que estaba en litigio con el vecino país de Perú.

Eran cadetes de la Escuela Militar Eloy Alfaro los que levantaban los epígrafes blancos con los nombres de los soldados, cabos y el único oficial, Giovanni Calles, que fallecieron durante los enfrentamientos con las fuerzas peruanas, en un acto que se matizaba con el sonido de las trompetas del himno marcial que sumió a los asistentes en silencio.

El alto mando de las Fuerzas Armadas, autoridades de Estado, entre ellos el vicepresidente de la República, Otto Sonnenholzner, familiares, amigos, estudiantes y ciudadanos se reunieron en uno de los campos de la escuela militar, en el noroccidente de Quito, para rendir honores a quienes fueron a la guerra.

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En una pantalla gigante se transmitían fotos del apoyo ciudadano que generó este hecho. Cartas que los niños les enviaban; mujeres ondeando banderas; la imagen del expresidente Sixto Durán-Ballén desde el balcón de Carondelet con su frase: “¡Ni un paso atrás!”.

Este “inobjetable triunfo”, para el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Luis Lara, había constituido el “rescate de la identidad y la unidad de los sectores sociales”.

Sin duda, “la victoria en el valle del Cenepa nos dejó una lección: la unidad”, enfatizó Lara.

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El sábado en su discurso, el comandante anunció que se construirá en Quito la Plaza de los Héroes Nacionales, y para que los niños y jóvenes conozcan el “relato sobre la victoria del Cenepa”, se incluirán fascículos en los textos escolares de la educación pública.

Según la ministra de Educación, Monserrat Creamer, se incluirán estos relatos en 18 millones de textos que se entregan a los estudiantes.

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Lara exaltó que los militares están “sólidamente unidos, con honor y valentía”; y en esa línea, agradeció al gobierno de Lenín Moreno por el “apoyo para el fortalecimiento y desarrollo institucional”.

Sonnenholzner agradeció la valentía de los soldados, así como su profesionalismo en la defensa de la nación. Y recordó, sin mencionar, las protestas de octubre, en las que “cuando la violencia y el caos amenazaron a la democracia, actuaron con respeto a los derechos humanos, defendieron al pueblo y lograron recuperar el orden”.

La victoria del Cenepa se la recuerda con actos similares en diversas ciudades. El viernes se desarrollaron eventos en Guayaquil y Quevedo. En esta última ciudad viven algunos héroes que combatieron en Tiwintza y otros destacamentos de la zona de guerra de 1995. Allí, tres de ellos rememoran los combates, su papel en la defensa de la patria y destacan también la unidad.

Efrén Arboleda: Al hallar muerto a un soldado amigo llegué a perder el control

Efrén Arboleda, suboficial (r) de 55 años, era cabo segundo en 1995. Refiere que ingresó al epicentro del conflicto a partir del 15 de diciembre de 1994. Dice que lo más resaltante de su participación fue cuando su patrulla se encontraba en un lugar denominado La Y, un sitio a cuya izquierda estaba la cordillera del Cóndor y yendo al oeste, la Cueva de los Tayos y La Piedra; y a la derecha se dirigía a Tiwintza. Fue ahí donde se originó el primer ataque.

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“El 11 de enero de 1995 tuve el grato honor, con la bendición de Dios, mi instructor y el pueblo, de ingresar y salir vivo del epicentro del enfrentamiento. Ese fue el primero que tuvimos con los soldados peruanos. La patrulla de combate ecuatoriana estaba conformada por 18 hombres. Los soldados no amamos la guerra, nos preparamos para ella. Ese es uno de mis mayores recuerdos, el primer ataque, el miedo de escuchar los impactos es algo indescriptible. Carlos Taipe estuvo al frente del comando de mi patrulla”.

El excombatiente cuenta que otro de los acontecimientos que marcaron su vida durante el conflicto fue cuando vio morir a uno de compañeros de bloque y de promoción. “Esa circunstancia todavía me llena los ojos de lágrimas. Por ese suceso llegué a perder el control. El día 1 de febrero de 1995, que cumplíamos once años de servicio en el Ejército, pasó esa desgracia, encontramos muerto al soldado Cueva. Cuando lo bajé y le alcé la cabeza para reconocerlo, la sangre se me vino a los pies. No lo puedo describir, lo que recuerdo es que empecé a temblar y con abrazos lograron calmarme. A Cueva lo reconocimos por las botas, tenía un disparo en la cabeza, las manos atadas y boca abajo. Antes del conflicto, yo era una persona violenta, pero la guerra me formó de manera profesional, espiritual y emocionalmente. Soy mejor persona”.

Arboleda vive en la parroquia Nicolás Infante Díaz, de Quevedo, y tiene 3 hijos.

Marco Polo Pérez: La forma cómo el pueblo nos apoyó me llenó el corazón

Marco Polo Pérez, sargento primero (r) de 55 años, reside en El Guayacán, Quevedo. Es padre de seis hijos. Hoy es taxista informal y afirma que las veces que sean necesarias iría a combatir para defender a su patria. Lo haría sin pensarlo dos veces. “Fue una de las mejores etapas de mi vida, no puedo negar que el miedo está latente, porque se puede perder la vida, pero nos formaron para eso y la convicción en mí está intacta. La fase donde más sufrí fue cuando ya no nos llegaban las raciones alimenticias. Hubo un tiempo en que se olvidaron de nosotros, pero era por el peligro que representaba llegar hasta el lugar donde nos encontrábamos. Había que cantar con honor y gloria, pero con el estómago vacío, y sacar a los compañeros caídos. Había que enterrarlos en un cementerio provisional. De Quevedo salimos cuatro escuadrones, solo quedó la fuerza de resistencia. Los que viajamos fuimos a parar a Gualaquiza y después en el grupo que me designaron nos fueron a dejar a Tiwintza”, dice.

Viajó primero en octubre de 1994, solo iban a realizar patrullaje, pero ya oyó los rumores de guerra. “Yo ya iba medio preparado, los demás lo tomaban a chiste, pero el rumor de guerra era cada vez más fuerte, hasta que llegó y tocó pelear. Mis mejores amigas en ese tiempo fueron mis galletas y una lata de atún, esa era mi comida. Ambos productos los mezclaba para alimentarme. Mis mejores recuerdos son de cómo el pueblo ecuatoriano se unió para hacernos llegar raciones alimenticias, a mí ese aporte me llenó de orgullo el corazón, sabía que no estaba peleando en vano. Cuando llegamos, en la primera salida, el tráfico en la ciudad se paralizó, todo Quevedo y Los Ríos se lanzaron a recibirnos. Ese detalle nos volvió a llenar de motivación y fuerza”.

Cuenta que él, a diferencia de algunos compañeros, recibió un bono de 1 700 000 sucres ($669 en esa fecha) por haber estado la guerra del Cenepa.

Carlos Guerrero: Por defender a mi patria, yo volvería a luchar en la guerra

El sargento en servicio pasivo Carlos Guerrero Burgos, de 55 años, fue uno de los excombatientes del Cenepa y como recuerdo y homenaje a sus compañeros caídos mantiene en su casa, en San Camilo, parroquia de Quevedo, un pequeño museo.

Guerrero, quien en ese entonces tenía el grado de cabo primero, relata que uno de sus mejores recuerdos está en el rescate de un soldado. Narra que ya estaban en la posguerra y en un patrullaje de rutina por los destacamentos Soldado Monge y Teniente Ortiz, al llegar a uno de ellos se les informa que un cabo de inteligencia había salido a realizar un reconocimiento y se había perdido en la selva.

“Las Fuerzas Especiales escogieron a Carlos Gutiérrez, a mi persona y otros más, pero solo fui acompañado de Gutiérrez y como a las 17:00 de ese día lo encontramos, y logramos hacerlo lanzando un disparo porque el terreno era minado y no podíamos recorrerlo con facilidad. Con ese disparo al aire, el soldado extraviado nos respondió con otro disparo, allí supimos que estaba cerca, luego lanzamos otros disparos y la respuesta fue la misma. Entonces decidimos ingresar, pero cada vez se iba más lejos, ya que el soldado pensó que éramos los enemigos. Cuando lo hallamos, él ya estaba rendido. El regreso se nos complicó un poco por las minas, pero Gutiérrez, con un machete iba escarbando todo el camino y así llegamos. Ese recuerdo lo llevo siempre en mi mente. Pude notar el verdadero compañerismo de algunos colegas”, afirma Guerrero.

Actualmente gana el sueldo vitalicio que sobrepasa los $1100. Es padre de dos mujeres y dos varones. También es abuelo de dos niños. “Mi participación en la guerra fue voluntaria, con el pasar de los días, mi deber era ayudar y proteger a mi patria y a los necesitados, lo volvería a hacer, porque siento ese deber y compromiso con el Ecuador”. (I)