Casi desde el comienzo de la actividad del trasplante se decidió lo del anonimato de los donantes. Saberlo puede conllevar a relaciones patológicas desde el punto de vista psicológico y psiquiátrico.

Con la confidencialidad del donante se puede evitar por ejemplo la posibilidad de que los familiares del fallecido pidan dinero al receptor.

Para proceder con el trasplante, en el caso del hígado, el donante y el receptor tienen que ser del mismo grupo sanguíneo, tener ese órgano más o menos del mismo tamaño y una diferencia de edad máxima de diez años. Con el riñón se busca también la compatibilidad genética, lo que es definido por el organismo de trasplantes.

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Prácticamente lo hace un sistema computarizado, donde un funcionario pone todos los datos, incluidos los genes del donante, y automáticamente el programa calcula quién de la lista de espera es el más compatible.

Solo un familiar directo de hasta el cuarto grado de consanguinidad puede donar un riñón, al paciente que está enfermo. Se hace en una cirugía programada porque se estudia primero al receptor y después al donante, Se ve la compatibilidad genética y cuando ya está todo bien definido se informa al organismo de trasplantes solicitando la autorización para hacer el procedimiento quirúrgico.

En primer lugar se extrae el riñón del familiar, del donante vivo, y en el otro quirófano tenemos al paciente receptor con insuficiente renal que recibe ese órgano.

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Los centros con terapia intensiva tienen la obligación de identificar a las personas con muerte encefálica, que son considerados donantes efectivos, y de informar en un tiempo prudencial. Mientras más corto sea el tiempo entre la extracción y el trasplante se garantiza una mayor supervivencia del órgano ya que durará más años. (O)