Su cerebro no fue diseñado para pensar.

Así sostiene Lisa Feldman Barrett, autora de Seven and a Half Lessons About the Brain. Su cerebro evolucionó para mantener activos los sistemas de supervivencia –para que usted esté vivo y bien–.

La neurociencia demostró que, incluso cuando usted desarrolla pensamientos conscientes y emociones, su cerebro sirve para administrar los recursos que usted necesita para sobrevivir.

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Y esto es un problema en pandemia.

Hemos aprendido, desde hace miles de años, que somos seres sociales. Que para sobrevivir necesitamos aprobación social. El contacto. Hemos construido convenciones sociales alrededor de este instinto… como la reunión navideña.

¿Y las reglas de distanciamiento?

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El distanciamiento, la contención de los abrazos, el apretón de manos, el uso de mascarillas –en la reunión familiar o del trabajo– van contra nuestros instintos y normas culturales.

La parte racional de nuestro cerebro diría: “evita el acercamiento. Mantén la distancia. Así evitarás contagiarlos y contagiarte”. Pero somos criaturas sociales y sentimos la necesidad de aprobación de los demás.

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Como dice Yascha Mounk, editorialista en The Atlantic,: “individualmente racionales, colectivamente desastrosos”.

En 1968 dos psicólogos sociales –Bibb Latané y John Darley– pusieron un grupo de estudiantes en una habitación y les pidieron que respondan un cuestionario. Mientras respondían, filtraron humo al sitio. 75 % de los sujetos se levantaron a investigar la procedencia del humo y a reportarlo. Luego pusieron a otro grupo de estudiantes en la habitación, con la misma tarea, pero –esta vez– acompañados de dos personas que debían ignorar (de manera evidente) el humo. En esta oportunidad sólo el 10 % de los sujetos se levantó a reportar el humo. Puestos en una situación de riesgo potencial, junto con sujetos imperturbables, vamos a permanecer imperturbables.

Si vemos a alguien sin mascarilla y nadie se queja, entonces tampoco haremos nada. “No nos gusta hacer nada que pueda rasgar la armonía social”, dice David Dunning, PhD de la Universidad de Michigan.

Finalmente, nuestra cultura es laxa a la hora de exigir el cumplimiento de reglas de bioseguridad.

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Así que, este diciembre, deje a Papa Noel en el Polo Norte. Evite aglomeraciones. Evite abrazos. Mantenga el distanciamiento. Use mascarilla. Lávese las manos.

Parar la propagación del virus del COVID-19 nos exige anular los instintos y usar el cerebro… para pensar. (O)