Abrigos elegantes y de varios estilos para ir al teatro y que la “distinguida clientela tenga la seguridad de que se presentará al coliseo sin que ninguna otra persona lleve un abrigo igual” ofrecía un local de Clemente Ballén en septiembre de 1921, en el que también se vendían zapatos de raso blanco y negro recién llegados desde Estados Unidos y Europa, y donde se advertía que “el calzado para que dure debe ser fresco. Es un error comprar, por economía, calzado barato, pues este resulta generalmente pasado”.