La idea de salir del país rondó por mucho tiempo en la mente de Cecilia (nombre protegido), una ciudadana guayaquileña de 32 años que hace dos semanas experimentó los peligros de cruzar varias fronteras para llegar a Estados Unidos.

El mes elegido fue abril, previamente averiguó cómo podía cruzar las fronteras de Guatemala y México y cuánto le costaría. Luego preparó a su familia: lo conversó con su madre, dejó a sus hijos al cuidado del padre y lo contó a sus hermanos. Después, vendió sus cosas.

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“Lo que les dejé a mis hijos fueron su cama y televisor. Mi nevera, cocina, lavadora, todo lo vendí. Casi toda mi familia está en Estados Unidos. Cuando ya me separé del padre de mis hijos, comencé a tomar la decisión en serio”, cuenta la mujer.

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Y esa seriedad se reflejó cuando compró el pasaje de avión hasta El Salvador. El 8 de abril llevó una mochila e iba acompañada de dos amigos para esa travesía. Se subió al avión y en su bolsillo llevaba $ 500.

Al llegar a El Salvador se hospedaron en un hotel y a la mañana siguiente preguntaron -a quienes veían al paso- cómo llegar a la terminal. “Cogimos un carro y nos llevó a un pueblito que era casi la frontera con Guatemala. No nos dejaron pasar caminando la frontera porque era prohibido, necesitábamos visa. Entonces, como hay coyotes (contrabandistas de personas) nos cobraron para dar la vuelta y rodear migración”, dice Cecilia, quien pagó cerca de 780 quetzales (100 dólares).

Ya al ingresar a Guatemala, ese mismo coyote los llevó hasta la capital. La mujer ya no solo iba con sus dos amigos, sino que más personas buscaban el mismo objetivo. “Eran seis a siete horas viajando en carro y rodeando policías. Nos estacionábamos en gasolineras, nos escondíamos y salíamos. Ya en la capital conseguimos un bus para la frontera con México”, cuenta la ecuatoriana.

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Más adelante, ese bus fue parado por la Policía guatemalteca. “Te bajan a robar, a que les des todo. Como estábamos agrupados querían sacar 100 dólares a cada uno, no querían quetzales sino dólares”, dice Cecilia, para quien esa fue su primera amarga experiencia.

Ya al estar más cerca de la frontera con México, debieron subirse a una tricimoto que los llevaría a un pequeño río. Ese cruce le costó 100 pesos y asimismo les pedían solo dólares. “Ya de tanto negociar cruzamos en la noche, eso era como diez pasos, algo pequeño porque el río estaba seco”, relata.

Al cruzar, una mujer, pasada de los 45 años, recibió al grupo. “Tuvimos suerte de encontrar personas buenas; nos dio agua, galletas y nos escondió. Ya no tenía dinero”, dice Cecilia.

Más adelante llegaron a un control irregular. Otra vez tenían que cancelar, esta vez eran 200 dólares. Ese dinero les iba a servir para transportarlos de Tapachula (México) al centro de ese municipio. Para entonces, Cecilia se comunicaba con su familia, quien le enviaba dinero para subsistir.

Doce personas en un auto: iban sentadas una sobre otra

“Quien no paga ahí, lo secuestran”, dice y agrega que le colocaron un sello en el brazo, el cual era un águila. Con eso supuestamente podría andar tranquila.

“Vimos bastantes venezolanos, haitianos. Ese lugar era una finca. Nos dieron una botella de agua y estaba sentada haciendo fila en la noche. Había más casas con más personas. Le pagamos los 200 dólares y salimos de ahí en un carro. Ya éramos como doce personas, una encima de otra, y la calle era con piedras, no podíamos andar en carreteras”, indica la ecuatoriana que aún iba con sus dos amigos.

Este conductor, de un momento a otro, apagó las luces del carro y de inmediato pensó: “Aquí nos violan, nos matan, pero no fue así, lo hizo porque más adelante estaba la Policía mexicana”.

Todos respiraron de ese gran susto y se dirigieron al centro de Tapachula. Al salir del carro, fueron grabados. La mujer y sus amigos alquilaron una habitación, donde pasaron la noche.

Un total de 350 mujeres, hombres y menores de edad, originarios de Guatemala, Ecuador, Honduras y El Salvador, fueron encontrados en la caja de un tráiler en 2023. Foto: @INAMI_mx

Al siguiente día no tenían más opción que caminar porque no pasaban carros y en cada pueblo había un letrero que decía: ‘Prohibido coger migrantes’. “A veces cogíamos moto, nos avanzaban un poco y cobraban 200 o 300 pesos (11 a 16 dólares)”, menciona.

Esa caminata los llevó al pueblo de Pijijiapan, donde estuvieron casi una semana. Ahí ya tenían pactado con un coyote su trayecto a Ciudad de México y cada uno había cancelado 150 dólares. Esperaron y se cansaron.

“El último día decidimos comprar bicicletas para avanzar y ya la mitad del grupo de doce se había ido. Cuando íbamos por la carretera aparece el hombre. Regalamos la bicicleta a otros migrantes que iban caminando y nos subimos al carro”, dice Cecilia.

Caminaron solo con las luces de su celular en medio de la carretera

Como iban seis personas en el vehículo, el hombre les pidió que se bajaran y pasaran el control caminando. “Lo perdimos otra vez y empezamos a caminar porque no había bus”, cuenta y añade que al llegar a un parque, decidieron dormir ahí y se alimentaron de comida enlatada.

A las tres de la madrugada salieron a la carretera con las luces del celular a seguir caminando. En esa zona pasan muchos tráileres. “Mi compañero me llevaba la mochila, teníamos ampollas de tanto caminar”, afirma.

En ese largo camino durmieron afuera de una iglesia, en la tierra, porque no tenían para un hotel. Luego, arribaron a Tonalá y fueron sorprendidos por la migración mexicana. “Nos regresaron a Tapachula, a un albergue, y me dieron un permiso -que duraba diez días- para estar dentro de México. Ese lugar era como una cárcel, pero nos trataron bien, me dieron comida, nos podíamos bañar”, señala.

Y Cecilia nuevamente debía seguir el camino que ya recorrió. Al estar en Tonalá tomaron la decisión de coger un bus hasta Oaxaca. El permiso que le entregaron le sirvió para comprar los pasajes. “Nunca nos sentamos juntos, ese fue el plan, y nunca nos toparon. Yo me iba guiando con lo que me decía una amiga que tuvo un familiar que hizo lo mismo”, expresa.

Katiuska sentada en la terminal de Tapachula para dirigirse a Oaxaca. Foto: Cortesía Katiuska.

Cuando llegaron a Oaxaca le recomendaron a un joven que se dedicaba a transportar personas a 300 pesos (16,69 dólares) para pasar la última migración hasta Ciudad de México. “Nos dejó antes de la migración y supuestamente nos iba a coger pasando. Nos hizo subir una montaña inmensa y no podía, pero mis hijos, que están en Ecuador, me daban más fuerza. Subí ahogándome. Bajamos a las 22:00 y esperamos 20 minutos a un bus. Iba lleno y nos tocó acomodarnos en el piso porque el viaje era de siete horas”, relata.

Dormía en un cuarto cuyo piso era de tierra: no tenía agua ni luz

Después llegaron a Ciudad de México en la madrugada y buscaron un hotel para descansar. La habitación por cuatro horas les costó 350 pesos (19,47 dólares). “Mi compañero tenía un amigo que nos iba a recomendar un lugar para quedarnos, estuve ahí y trabajé. Como a mi amigo le salió otro trabajo, yo me quedé sola”, señala.

Cecilia tenía pensado pagar a un coyote para ir hasta Estados Unidos hasta que escuchó lo de CBP One (herramienta que tienen los migrantes en tránsito) y sacó la cita, que la tuvo para el 20 de junio.

“En México hay bastante trabajo, el que no quiere trabajar es porque no quiere”, dice la ecuatoriana, quien pagaba 350 pesos semanales como arriendo en un lugar donde no tenía piso ni agua ni luz.

Al ya estar cerca de la fecha de su cita, decidió viajar con otra migrante. Sus amigos se quedaron a trabajar. Debía ir a Laredo porque su compañero también tenía cita. Compraron un vuelo hasta allá y al arribar pidieron un taxi.

“Antes de viajar, tenía un presentimiento grande, lloraba y le decía a mi mamá que no me quiero ir sola. Yo soy nerviosa y de todo me da miedo y me dijeron que ore. La pasé mal, sentí que me despedía”, relata.

Llegó una mujer en el taxi y Cecilia y su compañera venezolana, de 19 años, se subieron y le pidieron que las llevara a un hotel. “Confiaba porque era una mujer la que llegó y ella me hace conversa y no le daba mucha información, hasta que se calló. Como tenía el GPS en el celular me doy cuenta de que se desvía y le dije a mi amiga: ‘Aquí ya valimos’”.

‘La clave’, los 800 dólares que están obligados a pagar los migrantes

Cecilia le dijo a la taxista sobre el camino y esta le contestó que ella conocía un hotel más barato. “Se mete por una gasolinera y nos abren la puerta, era un hombre horrible y nos pide la clave. Mi amiga se puso nerviosa y lloraba. El hombre me dice que si somos de CBP One y que necesitamos una clave. Me pide que le pague la carrera a la taxista y que nos vayamos con él”.

Entonces, la ecuatoriana le canceló a la taxista, que a su juicio, era cómplice. “Mija, confía en ellos”, le decía la conductora a Cecilia y esta en su mente la insultaba.

Después le quitaron los celulares e iban preguntando la vida de las migrantes. Ellas le dieron una dirección falsa en Estados Unidos. Las llevaron a una casa de dos pisos, donde había al menos 30 personas, las cuales eran los pasajeros del vuelo que aterrizó con ellas.

“Llegamos con quien le dicen ‘el jefe’ y nos habló fuerte. Había señoras con sus hijos llorando, nerviosos. Y me dicen que la clave era pagar 800 dólares para estar en Laredo y pasar a la cita. Prácticamente nos secuestraron”, cuenta Cecilia, a quien también le quitaron 500 dólares que tenía guardados de los envíos de su familia.

Al siguiente día la obligaron a llamar a un familiar, en ese caso a su hermano. Los secuestrados le indicaron que debía pagar para que su hermana pasara a la cita, a lo que el hermano contestó: “¿Cuándo te secuestraron, cómo estás?

El secuestrador, enojado, le respondió: “Tu hermana no está secuestrada porque si no le pido $ 5.000 a $ 6.000, esto es una ayuda que le estoy dando”. Y concluyó la llamada.

Al tercer día contactaron al hermano otra vez y le dijeron dónde debía depositar el dinero. “Les digo a estos señores que ya tenía 500 dólares y faltaban 300 dólares y aceptan esa transferencia”, dice Cecilia. Y así su hermano le depositó a un amigo en México y este a los secuestrados.

‘No sabía si me iban a meter un tiro cuando salga’

Ya me había sacado los zapatos, estaba en un cuarto y dormíamos casi encima de otra persona. Al principio nos daban dos comidas, luego una comida y era pizza y cola. Mi amiga tenía la cita el 17 de junio y como pagó, salió antes. Yo les pedía a los secuestrados un video para ver si le dejaron en migración y no me enseñaron. Entonces, tenía miedo y no sabía si me iban a meter un tiro cuando salga”, afirma.

Cecilia pasó una semana en ese lugar hasta que llegó el 20 de junio. Tenía que estar 08:30, pero llegó casi a las 10:00. La mujer, con miedo, contó lo que vivió y solo le indicaron: “Todavía siguen cobrando 800 dólares”, lo que la llevó a la conclusión de que “todo es una mafia”.

La cubana Irina Vicardo (d), madre de dos niños de 8 años y 1 año, espera sentada en la frontera entre Nuevo Laredo (México). EFE Foto: Alex Segura Lozano

Esperó dos horas y le dieron la solicitud de trabajo y una hoja de recomendación. Se contactó con su familia porque no tenía dinero y fue al aeropuerto de Laredo. Ese tiquete de avión ya le había comprado con anticipación su familia.

El vuelo era el 21 de junio y no tenía dónde dormir, por lo que decidió quedarse en el aeropuerto, pero este cerró. Un guardia se le acercó y Cecilia le pidió permiso para estar ahí, le contó su historia.

“El señor me entendió y me dejó quedar (en la puerta). Abrieron 03:30 y entré. A las 10:00 volé hacia California, haciendo una escala en Dallas.

‘Papito, ya estoy cansado’, palabras que la ecuatoriana nunca olvidará

Fue así que luego de un poco más de dos meses Cecilia ingresó a Estados Unidos. Vive con su tía y su plan es arreglar sus papeles para pedir asilo. Sueña con traer a sus hijos y a su madre. Está agradecida de no haber llevado a sus hijos a esa “pesadilla”. Asegura que se le partía el corazón cuando escuchaba a los niños decir en las carreteras: “Papito, ya estoy cansado”.

“Muchas veces me dio ganas de regresarme, fue difícil, pero yo vendí todo lo que tenía. Entonces, decía ‘no me voy a regresar con las manos cruzadas’”, menciona la mujer.

Cecilia bajó un poco más de 20 libras, siempre tuvo internet porque compraba chips e incluso le regalaban. Llevó una mochila, siempre usaba licras, zapatos cómodos, pero se arrepiente de las blusas cortas: “Tengo los brazos con manchas”.

La ecuatoriana afirma que en ese tipo de situaciones se valora todo: “El agua es valiosa, yo protegía mucho el agua porque hay lugares que no te dan agua”.

De enero a mayo de 2024 hubo 259 ecuatorianos que entraron por la vía terrestre a México, como Cecilia, según la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas, Secretaría de Gobernación.

La mayoría lo hace desde los puntos de Ciudad Hidalgo-Suchiate I, Tijuana-San Diego, Chaparral, Puerta México y Nuevo Laredo 2.

Además, hay 466 compatriotas documentadas con la Tarjeta de Residente Temporal (TRT). De estas:

  • 92 bajo la categoría de familia
  • 146 por trabajo
  • 192 como estudiantes
  • Otros son 36

¿En dónde está gran parte de ecuatorianos con TRT? Hay 236 en Ciudad de México, 45 en Nuevo León, 29 en Quintana Roo, 18 en Jalisco, 17 en Veracruz y 14 en Querétaro.

En tanto, hay 46.293 ecuatorianos presentados como situación migratoria irregular en México de enero a mayo de 2024 y 15.233 canalizados. Presentados significa quienes ingresaron a las estaciones migratorias en el país centroamericano bajo un proceso administrativo por no acreditar su situación migratoria.

Y canalizados son a quienes se les inició este proceso, pero en los casos de niños, niñas y adolescentes o personas con una situación de atención específica (mujeres embarazadas, personas con alguna discapacidad, adultos mayores o víctimas o testigos de delitos). (I)