Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmaron el 26 de marzo de 1991 el Tratado de Asunción, y pusieron en marcha la creación del Mercado Común del Sur (Mercosur), una idea que comenzó a fraguarse una década antes entre los dos gigantes sudamericanos, y que buscaba la integración regional y la inserción del bloque en el mundo a través del libre comercio.

Durante los años 80, Argentina y Brasil buscaron un acercamiento de sus economías, más allá de los intentos regionales, que se materializó con la Declaración de Iguazú de 1985.

El entonces presidente argentino, Raúl Alfonsín (1983-1989), y su par brasileño, José Sarney (1985-1990), decidieron dar “un giro estratégico a esa relación no favorable que había en la región”, dice el viceministro paraguayo de Relaciones Económicas e Integración, Raúl Cano.

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Antes de que Argentina y Brasil apostaran por ese impulso, los cuatro futuros miembros del Mercosur ya habían integrado otros proyectos de unión a través del comercio, como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), creada en 1960, o su heredera, la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), fundada en 1980.

Alfonsín y Sarney fueron un paso más allá y vieron en la aproximación económica y comercial de la región un camino para el desarrollo de sus países.

Argentina y Brasil también iniciaron contactos con Uruguay, que —al igual que Brasil— había puesto fin a su dictadura militar en 1985, mientras que en Argentina el régimen había terminado dos años antes.

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En febrero de 1988, Alfonsín y Sarney invitaron al presidente uruguayo de la época, Julio María Sanguinetti (1985-1990), a formar parte de ese Mercosur que empezaba a dibujarse.

El cuarto miembro del futuro mercado común, Paraguay, todavía tuvo que esperar un año más, hasta la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), para que sus vecinos le ofrecieran sumarse a las negociaciones.

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Durante 1990, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay compaginaron la consolidación de sus jóvenes democracias con las conversaciones para sacar adelante un mercado común que los posicionara en el mundo y dejara atrás los periodos dictatoriales.

A lo largo de ese año, el presidente argentino Carlos Saúl Menem (1989-1999), el brasileño Fernando Collor de Mello (1990-1992), el paraguayo Andrés Rodríguez (1989-1993) y el uruguayo Luis Alberto Lacalle Herrera (1990-1995) abordaron el proceso de integración y la elaboración del texto del Tratado de Asunción.

El reto de la integración comercial sentaba a la mesa a dos países con hiperinflación y economías cerradas, como eran Brasil y Argentina, junto con uno de mercado abierto, como Uruguay, y otro incipiente, como el caso de Paraguay, que reivindicó un trato especial por su condición de país sin salida al mar.

“Todo proceso de integración implica renuncia (...) con un objetivo estratégico de crear las condiciones para buscar la integración y la justicia social. Esta es la forma en la que nosotros entendemos que los países más grandes, más poderosos económica y políticamente, deben tener una mirada de cooperación y de solidaridad para los países pequeños”, subraya Cano.

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Firmado un día como hoy hace 30 años, el Tratado establecía como objetivos fundamentales la libre circulación de bienes, servicios y factores de producción entre los cuatro países signatarios, y fijaba también las etapas de transición para alcanzar el arancel cero dentro de la zona y el arancel externo único en 1995.

Los cuatro miembros del Mercosur apostaron por un camino de integración que no tenía retorno, dijo entonces Ménem, y decidido a superar las barreras nacionales, el proteccionismo y las discriminaciones, le siguió Collor de Melo.

Lacalle, padre del actual presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, también defendió esta asociación en favor de la prosperidad para sus cuatro pueblos, mientras que Rodríguez apeló a una solidaridad real y una efectiva cooperación internacional.

El Mercosur, que entonces englobaba a 180 millones de ciudadanos, representa 30 años después a una población de más de 295 millones de personas, y se enfrenta todavía a muchas tareas pendientes para definir un “desarrollo armónico, socialmente incluyente y sostenible, que es un imperativo ético para los ciudadanos del Mercosur”, dice Cano.

Actualmente, el bloque mantiene unos obstáculos para firmar acuerdos con la Unión Europea, pero también mantiene varios frentes abiertos a nivel interno, sobre todo por el cruce de acusaciones “ideológicas” entre Jair Bolsonaro, líder de la ultraderecha brasileña, y el progresista argentino Alberto Fernández, lo que ha dificultado el diálogo entre los dos principales socios comerciales de Latinoamérica.

“El problema del Mercosur es que no tienen institucionalidad muy clara, acaba siendo un acuerdo entre presidentes. Si no coinciden, no avanza. Mercosur tendría que tener canales que le permitiesen caminar independientemente del Gobierno. No es de ahora, es una cuestión estructural”, resalta la economista Lia Valls, investigadora del Instituto Brasileño de Economía de la Fundación Getulio Vargas (FGV).

A las diferencias internas se suma la progresiva caída del comercio intrarregional, una retracción que coincide con el débil desempeño económico de los países miembros en los últimos años, especialmente en 2020, durante la pandemia de COVID-19. (I)

Felipe Ribadeneira, presidente de Fedexpor: Ecuador ha enfrentado por años obstáculos sanitarios y técnicos para ingresar a ciertos mercados del Mercosur

Como parte de la estrategia de integración comercial, los países de la Comunidad Andina y el Mercosur profundizaron el intercambio preferencial de sus productos a través del Acuerdo de Complementación Económica que reduce las barreras arancelarias para ambos bloques y norma aspectos complementarios al Comercio.

Más de 280 productos de la oferta exportable del Ecuador ingresan a los diferentes mercados que componen el Mercosur que, en su conjunto, abren posibilidades para cerca de 300 millones de consumidores del bloque. Esto es positivo para varios sectores alimenticios tradicionales que han logrado posicionarse en las preferencias de  mercados como el uruguayo y argentino.

Sin embargo, en nuestra opinión, luego de tres décadas la integración con el Mercosur aún tiene amplios desafíos en términos de encadenamientos productivos y comerciales que no se han materializado como resultado de las preferencias arancelarias con esos mercados.

Más aún, importantes sectores de exportación del Ecuador han enfrentado por varios años obstáculos sanitarios y técnicos para ingresar a mercados como el brasileño. Particularmente, el camarón y el banano ecuatoriano tienen un significativo potencial de expansión en ese mercado donde no se ha logrado destrabar el libre acceso a pesar de que el Acuerdo Comercial prohíbe la aplicación de medidas para-arancelarias para reducir el normal flujo de comercio.

Por su parte, con el mercado argentino, las exportaciones ecuatorianas no han sido ajenas a los intentos de controlar importaciones por parte de las autoridades de comercio. Esto ha generado demoras, sobre costos y pérdidas de negocios, así como la posibilidad de diversificar el comercio entre ambos países.

Estas problemáticas demandan una gestión al más alto nivel bilateral e, incluso, una estrategia multilateral para asegurar que se cumplan las condiciones de acceso de los productos ecuatorianos al mercado del MERCOSUR y modernizar el enfoque de la relación bilateral hacia la construcción de cadenas de valor regional que permitan integrar sectores productivos a la dinámica del comercio internacional en conjunto. (O)