En un lejano punto en el océano Atlántico, a medio camino entre Sudáfrica y Brasil, se erige una isla de apenas 207 kilómetros cuadrados, ocupada en su mayoría por un gigantesco volcán de 2.062 metros de altura y rodeada de alcantilados.

Parecería imposible que alguien pudiera vivir allí, pero los 238 habitantes de Tristán de Acuña están en desacuerdo. Esta isla, un archipiélago británico y dependencia de la isla Santa Elena, es el lugar habitado más remoto de la Tierra y tiene una forma de vida muy particular.

Tristán de Acuña fue descubierta por el navegante portugués Tristão da Cunha en 1506, pero nadie se atrevió a asentarse en la isla hasta 1817, un año después de que Gran Bretaña se anexara el territorio. Siete familias se formaron en esas primeras décadas y sus descendientes aún cargan los apellidos de los primeros pobladores: Glass, Swain, Green, Hagan, Rogers, Repetto y Lavarello.

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La joven pareja que vive como en la década de los años 40

Tristán de Acuña en vista aérea.

Si hay algo que ha caracterizado a los habitantes de la isla por más de un siglo es el aislamiento. Al tener un limitado contacto con el mundo exterior, los pobladores desarrollaron sus costumbres únicas, como su propio dialecto derivado del inglés y con jerga del aafrikáns.

Además, en este pequeño territorio la endogamia se volvió una práctica inevitable. La gran mayoría de la población actual es descendiente de los primeros ocho hombres y seis mujeres que se establecieron en la isla, y prueba de eso es que más de la mitad de los habitantes tienen asma, una condición que afectaba también a las primeras familias en el siglo XIX.

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Así se vive en Tristán de Acuña

Toda la población de la isla vive en un asentamiento llamado Edimburgo de los Siete Mares, donde tienen sus casas y sus lugares comunes.

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En la zona hay una cafetería, un salón para eventos sociales, una oficina de correos que funciona como tienda de regalos, y un pub: The Albatross. También funcionan dos iglesias, tres cementerios, una escuela con un parque, un hospital, un supermercado, un museo y un campo de golf.

El asentamiento de Edimburgo de los Siete Mares Foto: Peter Schaefer

En Tristán de Acuña no hay aeropuertos ni muelles, por lo que a los pocos barcos que llegan cargados de suministros se les complica desembarcar. Eso también dificulta la llegada de turistas, quienes deben separar un cupo en uno de los barcos con al menos un año de anticipación, tras haber conseguido permiso del Consejo de la isla.

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Pero los visitantes raramente son rechazados en la isla, pues el turismo representa uno de los principales ingresos económicos para los residentes, quienes han habilitado casas y habitaciones para ser alojamientos temporales.

Eso sí, los habitantes exigen que los extranjeros sean respetuosos de su forma de vida y que no los agobien con preguntas o fotografías.

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La agricultura, la pesca y la venta de sellos en línea también representan ingresos para los isleños, pero todas las familias se dedican a cuidar su propio ganado y sus huertos, además de ciertos trabajos asalariados en los establecimientos del pueblo.

Solo hay una cafetería en la isla. Foto: Vidar Bakken
Todos los estudiantes de la única escuela en la isla en el 2023. Foto: Blog Tristan Da Cunha

Según la página web de la isla, toda la tierra es de propiedad comunal y el número de cabezas de ganado está estrictamente controlado tanto para conservar los pastos como para evitar que las familias más adineradas acumulen riqueza. Tampoco se permite a ningún extranjero comprar tierras en la zona.

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Los habitantes de Tristán de Acuña son muy unidos. En el blog de noticias de la comunidad se publican periódicamente las fotografías y reseñas de los nacimientos, cumpleaños y matrimonios que se celebran en la isla, y son eventos de interés común.

Actualmente, alrededor de 40 isleños residen en el exterior. Algunos deciden estudiar la universidad en Inglaterra o en Sudáfrica, por la cercanía con su isla. Otros también prefieren salir a buscar pareja y a formar sus familias en otros países.

Pero volver no es fácil, y es posible perder el estatus de residente permanente si un isleño decide mudarse completamente de país.

(I)