El valor que tienen los consensos amplios, transversales e incluyentes no se miden por la cantidad de votos que logran al levantar las manos en la Asamblea, sino fundamentalmente se miden en su capacidad de ser sustentables frente al cambio o camino que proponen. Si queremos un futuro distinto, sin duda que el saber leer los contextos (económicos, políticos, sociales, entre otros) es una capacidad que nuestros asambleístas deberán desarrollar, basándose en la cordura, en anteponer las ideas que burbujean en la superficie y tomar distancia para dar paso al análisis y comprensión real de la situación, considerando incluso aquellas ideas opuestas, distintas y tensionantes. De ahí que se insista tanto en la necesidad de debatir, de estudiar en profundidad, de meditar los cambios que se están proponiendo, de lo contrario serán imposiciones que bailarán al vaivén de los cambios de gobierno y las fuerzas políticas de turno. Países como Chile nos han mostrado que durante 30 años, los grandes avances se han definido en torno a grandes consensos que van más allá de los tintes políticos de turno. La mayoría de sus reformas ha llegado al Congreso luego de haber sido debatidas, incluso con organizaciones y actores fuera del poder Legislativo.

Frente al latente control del debate, la criminalización de la protesta o la ausencia de contrapunto de ideas, todo parece indicar que quienes hoy nos representan en la asamblea han quedado aturdidos por la aplastante mayoría electoral que representan, confundiendo en medio de tanto apoyo, que su deber es principalmente el velar por la legitimidad democrática, que en un escenario político como el actual, desafía profundamente la capacidad y voluntad que tendrán para efectivamente frenar el autoritarismo rondante o el debilitado sistema de fiscalización. Velar porque efectivamente la institucionalidad funcione (base de toda sociedad democrática) puede implicar, para algunos, salir de una zona confortable de adhesión a su líder y enfrentar críticas de una bancada, que no siempre todos están dispuestos a enfrentar valientemente.

Ahora bien, entendiendo que la mayoría optó por una línea de transformación de la sociedad (de la cual puedo estar de acuerdo o no), lo importante es que el control ciudadano no sea leído por las élites gobernantes como una amenaza y un factor desestabilizante, sino como un necesario ejercicio de convivencia social en donde los poderes que elaboran leyes, son distintos a los que administran el Estado e independientes de quienes hacen cumplir la ley. Me llama la atención ver cómo opiniones sobre la necesidad de eliminar una contraloría, aparecen como tiradas al vacío, siendo que probablemente sea la institución que mayor fortalecimiento debería tener, de manera de asegurar la fiscalización y legalidad de quienes ejercen el rol de administradores del Estado.

Se ha advertido con distintos argumentos el peligro de contar con una asamblea ausente de contrapuntos (producto del poco debate profundo y desideologizado) entendiendo los consensos no como la unificación de posturas frente a una votación para validar cambios constitucionales, sino esencialmente la consideración de las distintas corrientes e ideas que harán que dichos cambios propuestos logren sus objetivos gracias al apoyo de los distintos sectores y no sea el resultado de la imposición excluyente que poco tiene que ver con la forma como queremos vivir en democracia.