SANTIAGO, Chile

El jueves de la semana pasada, mientras cientos de estudiantes salían a las calles de Santiago a protestar por una educación pública, gratuita y de calidad, la comitiva de la ministra de Educación de Nueva Zelandia realizaba los desvíos necesarios para esquivar posibles piedrazos o bombas molotov. En medio del efervescente momento político que vive la educación en Chile, no solo por las protestas sino muy especialmente por el año electoral que enfrentamos, es anecdótico constatar cómo la experiencia de Nueva Zelandia, uno de los países con el sistema de educación más descentralizado y autónomo, cuyos resultados en la calidad son un referente mundial, es consultado y mirado con tanta atención.

Para comprender el éxito del modelo de Nueva Zelandia es necesario primero aclarar que el 95% de las escuelas son públicas y financiadas con dineros del Estado. Asimismo, la educación es gratuita, pero el gran eje sobre el cual se diferencia es que ha creado todo un andamiaje o estructura descentralizada que permite una administración completamente autónoma. Es un modelo que se basa en los “consejos” (o boards en inglés), integrados por padres de familia y exalumnos principalmente. Lo interesante es que ellos son los que libremente (con los dineros del Estado) escogen a los directores y profesores para sus escuelas, además eligen libremente el currículo que quieren aplicar (de acuerdo con los propuestos por el Ministerio), el idioma (ya sea en lengua nativa maori o inglés), si quieren que sea una coeducación o no, o el tipo de religión que impartirán. Cada escuela según sus necesidades, prioridades y desafíos como comunidad enfrenta el modelo que quiere adaptar.

La calidad está asegurada por una cultura de autoevaluación muy exigente. Parte de la cultura del sistema escolar neozelandés está en la base de que siempre se puede mejorar y para eso los profesores son formados con las más altas expectativas, de manera que ellos sean unos verdaderos movilizadores del cambio. Las energías de los profesores están puestas en el logro de los aprendizajes, junto con eso han enfocado sus esfuerzos en la planificación y recolección de datos sobre resultados, para así alinear su desempeño y no para informar a una oficina estatal acerca de cómo avanzan o no. Sin duda que el manejo de datos e información sobre resultados, cuando se orientan a tomar mejores decisiones y no solo a penalizar o cerrar escuelas, logra hacer efectivo el cambio.

Nueva Zelandia lleva más de doce años manteniendo resultados por sobre la media de los países de la OECD (es decir, los más desarrollados). Junto con una cultura escolar que ha ido cambiando y recogiendo las necesidades particulares (como la educación que incluye a las distintas culturas y necesidades de integración), ha apostado a la capacidad de las personas por autorregularse y decidir sabiamente hacia dónde deben avanzar para mejorar la educación de sus niños. Nada de esto sería posible sin un Estado presente, pero desde un rol de entregar las facilidades y estructura necesaria para que las personas y organizaciones emprendan libremente el desafío que es enseñar sin claudicar en el sueño de lograr una educación pública, gratuita y de calidad.