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Ha vuelto a surgir en los Estados Unidos el debate sobre el derecho a portar armas, ante la reciente matanza en Washington DC, que acabó con la vida de 13 personas. Estamos, sin lugar a dudas, ante un tema muy complejo, en el cual se discuten varios temas, entre ellos, el derecho a portar armas, el cual está consagrado en la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, o también el poderoso lobby llevado a cabo por la NRA (National Rifle Association), para defender el derecho de los ciudadanos norteamericanos a poder comprar y portar libremente estas armas. Revisando estadísticas sobre recientes matanzas, de forma inevitable me pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que después de tantos casos que se producen cada año no haya medidas más estrictas que regulen la compraventa de armas? Desde 1982 se han dado 62 tiroteos masivos dentro de los Estados Unidos, 25 de estos han ocurrido desde el 2006 y más del 75% de las armas usadas fueron conseguidas de forma legal. Evidentemente, algo está mal.

El presidente Obama ha destacado, en numerosas ocasiones, que deben realizarse cambios, pero al no tener el respaldo del Congreso, la mayoría de sus propuestas han quedado en el aire. Entre sus ideas, Obama proponía que se permita la libre compra de las armas de fuego, siempre y cuando no sean armas automáticas, ya que estas son capaces de disparar cientos de balas por minuto a un objetivo. De esta forma, no se estaría violando el derecho a portar armas, derecho que además parece haber quedado completamente desvirtuado por el paso de los años, ya que en 1791, año en que se crea la Segunda Enmienda, las armas difícilmente podían disparar más de 10 balas por minuto.

Los cambios que pueden hacerse son muchos y, a pesar de que es prácticamente imposible evitar todos los tiroteos, se los puede reducir en gran medida aplicando medidas o controles más estrictos, ampliando el control de los antecedentes, limitando el número de compra de las municiones, realizando exámenes psicológicos a quienes las compran u obligando a que la adquisición de armas no exceda un número determinado.

Hace unos días, numerosos diarios se hacían eco sobre la disparatada interpretación de la ley que permite a los ciudadanos ciegos del estado de Iowa portar armas. Es un ejemplo más de la increíble pasividad de los legisladores estadounidenses ante un debate que merece ser atendido de forma urgente, para evitar que situaciones tan penosas como la reciente en Washington o la terrible matanza de niños en una escuela de Connecticut se repitan. Lo triste es que da la impresión de que las únicas personas capaces de resolver el problema están resignadas, o lo que es peor, habituadas a tales atrocidades. ¿O será que el amor que les tienen los estadounidenses a las armas es demasiado grande?