La crisis sistémica económica por la que atraviesa el mundo demanda un reordenamiento de los factores que la provocan, considerando nuevas normas del intercambio comercial internacional de los productos no renovables, adoptando precios justos de sustentación entre países proveedores y compradores en razón de la total interdependencia económica existente. En la actual coyuntura, debido a los graves desbalances económicos que sufren los países vamos en camino a una profunda recesión global que pondrá en riesgo el futuro de las actuales generaciones. La desaceleración del crecimiento de China, la recesión de la Comunidad Económica Europea y la lenta recuperación de Estados Unidos son las principales causas del desplome de los precios del petróleo y minerales y en consecuencia del desequilibrio de las economías de los mercados emergentes y los países subdesarrollados, generándose un círculo vicioso que podría llevar al mundo a un largo periodo de empobrecimiento y retroceso del progreso logrado durante las últimas décadas. En este pesimista entorno, mientras más se hunden las economías, el dinámico crecimiento de la población mundial multiplicará el número de habitantes del planeta hasta llegar a 9.000 millones en el año 2030, según estimaciones del Banco Mundial. Esta enorme población estaría conformada por un alto porcentaje de personas ubicadas debajo del índice de pobreza, sin educación y sin fuentes de trabajo, quienes se constituirían en graves amenazas económicas y sociales para los países desarrollados del norte de Europa y los Estados Unidos de América, destinos naturales de lo que podría convertirse, de no tomarse las acciones pertinentes, en un imparable éxodo de millones de pobladores de las naciones más empobrecidas.

Los avances de las comunicaciones, el transporte, la evolución tecnológica y el alto grado de complementariedad de la producción industrial y de servicios entre países, desde una perspectiva económica, nos han llevado a borrar las fronteras nacionales y convertirnos en una sola nación, la Tierra, realidad que parece demandar nuevas reglas para el intercambio de productos no renovables como el petróleo, a través de un Pacto Económico Social de Mutuo Beneficio para todas las naciones, cuyo principal propósito sea proporcionar sostenibilidad a las naciones productoras y compradoras a través de la fijación de precios justos administrados por una autoridad global como la OMC. Este Pacto de hecho significaría, hoy que los precios están deprimidos, un sacrificio para las poblaciones de las naciones desarrolladas, pero a cambio de un círculo virtuoso de crecimiento económico por el aumento de la demanda de bienes y servicios de la población de los países beneficiados. Estas pragmáticas reflexiones obedecen a las vivencias experimentadas durante los últimos cincuenta años. Borrar las fronteras, deseo de muchos, no es por el momento posible hasta que el mundo reorganice sus normas de gobernabilidad y unifique sus políticas económicas y sociales, acuerdos que para ser realidad requerirán el transcurrir de incontables décadas. Con la transformación de China, el país más poblado del globo, en la fábrica del mundo y en la población de mayor consumo, vivimos un ciclo de total interdependencia económica entre los países, situación que exige para la continuidad del progreso de la civilización un cambio en la relación entre naciones productoras y consumidoras de materias primas no renovables, transformándose de vendedoras y compradoras en socias en el desarrollo global y el bienestar de la humanidad. (O)