Hace un año regresé de vivir en Barcelona, España, luego de realizar una maestría en Planificación Territorial y Gestión Ambiental en la Universidad de Barcelona. La facultad a la que pertenecí durante mi año de estudio era la de Geografía e Historia que se encuentra justamente detrás de la muy conocida Rambla. La Rambla antiguamente funcionaba como cauce torrencial, en el que transitaba el agua, pero ahora lo transitan personas. Este es un espacio de convergencia entre turistas, comerciantes, estudiantes y ocasionalmente españoles; me atrevo a decir ocasionalmente porque ellos tratan de evitar estas zonas que ahora le pertenecen a los “guiris” o turistas.

El 10 de agosto regresé a Ecuador, con la tristeza de haber dejado un pedazo de mí en una ciudad que me había dado tanta felicidad, pero debo reconocer que viví en una ciudad convulsionada por el enfrentamiento entre separatistas y constitucionalistas. A pesar de esto, siendo extranjera, las problemáticas políticas del momento no las había comprendido a cabalidad hasta que me fui de ahí.

La mañana del 17 de agosto me decidí a desempacar los recuerdos de ese año barcelonés y en medio del desorden, mientras guardaba los abrigos pesados que usaba en el invierno y las zapatillas con las que recorría la costa mediterránea, las noticias mostraban que se había perpetrado un atentado terrorista justamente en La Rambla, a tan solo 350 metros de la entrada de mi universidad.

A través de los medios de comunicación me enteré de que un conductor en una furgoneta había atropellado a peatones, asesinando a trece de ellos e hiriendo a noventa. Recuerdo la incertidumbre de las primeras horas, las versiones de lo sucedido variaban, no habían identificado al autor del atentado y la ciudad estaba conmocionada. El 21 de agosto los Mozos de Escuadra (policía de la Generalidad de Cataluña) luego de 4 días de persecución, abatieron al vil terrorista Younes Abouyaaqoub. El joven árabe había sido seducido por una ideología de la peor especie, el yihadismo. Esta rama del islam político se ha propagado a lo largo de los siglos, poniendo a naciones enteras en jaque.

Ante la consternación producida por el atentado, medio millón de españoles salieron a manifestarse en Barcelona. Lo que debía ser un mensaje de libertad frente al terror, se convirtió en un mensaje de sumisión por parte de los partidos separatistas catalanes, que lograron incluso evitar que se mencionara a las víctimas en los discursos pronunciados durante la manifestación; convirtieron la gran marcha antiterrorista en una gran marcha antiespañola. En lugar de reivindicar las instituciones del Estado que garantizan la seguridad, acusaron del atentado al rey Felipe VI y al entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En ese instante me di cuenta de lo importante que es para cualquier nación tener instituciones fuertes en las que la ciudadanía confíe, para poder sobrevivir a momentos traumáticos.

Mañana se cumple un año de aquel atentado, de aquel sacrificio realizado por trece mártires anónimos que dieron la vida por la libertad. Honrar la memoria de las víctimas y brindarles su justo reconocimiento es la única acción válida, lo demás es legitimar el terrorismo por el necio egoísmo de ciertos políticos, como los separatistas.(O)