En la columna pasada me referí al arte de la conversación. Ahora tengo que volver sobre el tema porque las circunstancias me lo imponen. Haber asistido al flamante programa que pone título a este texto me convirtió en escucha de otro acto conversacional ofrecido como espectáculo. Se trata de la iniciativa de Cecilia Velasco, profesora y escritora quiteña instalada en nuestro puerto desde hace poco por motivos de trabajo, que es acogida por la Sociedad Femenina de Cultura para reproducir la que tuviera en la capital, y donde probó cuánto gusta al público oír los intercambios orales de la gente.

La palabra se enciende según los estímulos que provoca un buen entrevistador es la idea que subyace en este y tantos coloquios públicos (jamás volví a escribir “conversatorios” desde que Álex Grijelmo me corrigiera, allá por 2017, en la FIL). Basta hacer las preguntas adecuadas, los apuntes precisos. Cecilia va nutriendo el acto con videos, fotografías y afiches que movilizan referentes idóneos a la vida y obra del invitado.

Así ocurrió esta semana, junto al primer invitado Peter Mussfeldt. Buena parte de los ecuatorianos conocemos el nombre del artista alemán que se afincó en nuestras tierras y fue desgranando una obra plástica que ubicó al país en el horizonte internacional. Sus diseños han saltado desde el cuerpo de la gente (camisetas, bolsos) a los grandes frontispicios (logos, imágenes simbólicas). Su obra encontró un camino personal cuando se liberó del cliente y se escuchó a sí mismo.

Parte de lo que escribo lo sé por habérselo escuchado a él y haber abierto ojos y oídos a un personaje enormemente significativo para varios mundos. Y para apreciar lo que hizo el medio con un extranjero capaz de enamorarse del paisaje ecuatoriano e ir modelando sus criterios con el paso del tiempo. Nos hizo pensar en que tal vez ya no somos un país de gente amable, que atendía con ternura a sus hijos; en que nuestros cambios enriquecieron un modo de vivir, pero nos redujeron el alma.

La Sociedad Femenina de Cultura es constante creando espacios para el diálogo. Recuerdo la permanencia del programa Encuentros, que cuando lo conocí era conducido por la inolvidable Manuelita de Ottati; en él dábamos conferencias –esos monólogos o lecturas que la gente escuchaba concentradamente– que siempre terminaban en conversaciones; luego le llegó el turno a Literatura y vino que sigue vigorosamente activo con una charla mensual sobre alguna obra literaria contemporánea (en cantidad de ocasiones percibí a personas que habían leído anticipadamente el texto en cuestión e intervenían con conocimiento fresco), y ahora nos ofrece La palabra encendida. Lo cierto es que acudimos con gusto a esa acogedora casa en la seguridad de abrevar refinado material para la psiquis.

El reciente jueves el invitado miró la sala llena y atinadamente dijo que veía que entre el público solo había dos jóvenes, expresando así una preocupación que nos ronda a quienes frecuentamos hace décadas los actos culturales y desde los dos lados de la acción: ¿dónde están quienes nos tienen que remplazar en los hechos y las palabras? Sé que ahora hay más oportunidades para crecer culturalmente y que los artistas se multiplican. Esas nuevas generaciones tienen que hacerse más visibles. (O)