El radicalismo de Nebot contra el centralismo ha sido cuestionado por quienes creen que un país debe sustentarse en Gobiernos que siempre tengan la decisión final sobre prioridades, con la tacha de que lo contrario pone en riesgo la unidad nacional.

La unidad se fortalece por el respeto a los ciudadanos, en su singularidad y en los colectivos que surgen del ordenamiento legal –gobiernos seccionales y universidades, cuya autonomía y gobierno propio se garantice, y otras entidades– o por voluntad de las personas –sociedades, fundaciones y otras instituciones–, a toda forma de diversidad, a sus economías, a las que no se las debe privar o condicionar o limitar, más allá de racionales políticas macroeconómica y de garantías sociales y tributaria, y a las realidades territoriales y sociales, de producción y de cultura, en todos los espacios de la Patria.

Lo que en el Ecuador se ha profundizado es lo contrario. Ha habido liberalidad para lo ilícito. La contratación pública y el manejo de los fondos previsionales, con desbordes de formas de corrupción, lo evidencian. Algunos actores del poder si no son responsables de lo ilícito o encubridores, son timoratos o cobardes para actuar. También excepciones honrosas e identificables. El centralismo y el autoritarismo “protegen” a unos y “asfixian” a otros. Se ha depredado la economía –no solo por la pandemia– y se ha pulverizado la ética.

Leí que se preguntaba: ¿en qué quedamos?, ¿‘Por Guayaquil Independiente’ o ‘Guayaquil por la Patria’? No hay contradicción alguna. En el entorno de su tiempo, hay que citar y recordar la primera proclama que fue la clave del proceso independentista de 1820, y así no esperar que primero venga ayuda externa, proclama que se complementó luego con la segunda proclama, que nos llevó a la Batalla del Pichincha.

Guayaquil siempre está renaciendo, por y para la Patria, y nunca para su retroceso. Y esto, a pesar de que a los corsarios que hasta el siglo XVIII llegaban para saquear a la ciudad, en la República los sustituyeron encomenderos, aún por culpa de nacidos en Guayaquil, pero embriagados de poder y corrupción.

El proceso del 5 de junio de 1895, de rupturas de argollas del poder, después de que el gran Alfaro aparecía como el “General de las derrotas”, avanza porque Guayaquil lo impulsa y trae a Alfaro. El Estado laico, con respeto para todos, surge desde Guayaquil.

La capacidad de organización desde la sociedad –en su permanente renacer– es de destacar. La Junta de Beneficencia y Solca, en el siglo XXI, siguen siendo entidades emblemáticas. Otras fueron asfixiadas por el centralismo.

Y debe recordarse que en las primeras semanas de la pandemia, marzo a mayo del 2020, cuando esta se desbordó en Guayaquil, el morbo patológico del centralismo acusó el fracaso de la ciudad. De entonces a octubre, sin que se deba cantar victoria, porque los riesgos existen, Guayaquil ha evidenciado lo contrario, está superando a la pandemia, mejor que otras ciudades del mundo. La alcaldesa Viteri, en los momentos que debió actuar, tomó decisiones con autoridad, nunca hubo abandono, ni displicencia. (O)