Mi abuelo solía decirme un refrán, “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”, y pues hoy mi querido lector vengo nuevamente a insistirle en lo mismo, en el miedo, en el dolor de los otros, de los que pensamos por nuestra vanidad, son menos que nosotros o incluso menos que nada, y que no nos puede ser ajeno, no podemos acabar con nuestra poca humanidad que nos queda con palabras que escupimos cual dragón herido quemando todo a su paso.
Esta vez tendré que ser técnico, y hablarle de las sentencias que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido como parámetros en la custodia de las personas que están bajo su tutela, y de esa obligación del Estado que tiene de resguardar su salud, su vida, su integridad psicológica, entre otros derechos que usted cree merecer y ellos no, porque según su falsa seguridad de vida, usted o un familiar jamás pisarán un infierno de esos, aunque la verdad quiero que se ponga la mano en el corazón y se pregunte ¿está usted exento de vivir la violencia del derecho penal?, salvo que su vanidad lo ciegue, probablemente responderá que no.
Michel Foucault decía: “que los anormales sean excluidos, no significa que no sean importantes”, los acontecimientos que estamos viviendo (las constantes masacres por si se hacen los desentendidos) no es solo un tema de seguridad, es un tema de humanidad y la consecuencia del retroceso jurídico en materia de garantías penales, el abuso indiscriminado de la prisión preventiva, jueces improvisados, temerosos de los sumarios del brillante Consejo de la Judicatura, que pregonan independencia, pero acosan hasta el cansancio a los jueces que pretenden allanarse al bloque de convencionalidad (seguir la normativa internacional y jurisprudencial como un pequeñísimo resumen del resumen, por si no es abogado). Las masacres no son sino un resultado de un fallido proceso punitivo (vengativo diría yo) y represivo contra los más débiles, pues es común en un país donde somos fuertes con los débiles y débiles con los fuertes.
Se ha evidenciado de la forma más vergonzosa la inoperancia, la falta de preparación técnica, el desconocimiento o la falta de interés en una política pública coherente, llevando de tumbo en tumbo al Estado a tomar acciones ineficaces.
No es difícil entender a los derechos humanos, basta retomar las sentencias que han establecido ya parámetros para los Estados en situaciones similares, o las medidas provisionales impuestas a solicitud de la Comisión Interamericana en casos como Cárcel de Urso Branco o Caso Instituto Penal Plácido de Sá Carvalho, para encontrar esa luz que nos guíe a una salida eficaz.
Debemos entender que esto no se trata de política sino de las personas que murieron masacradas, por haber tenido en su poder un poco de droga para su consumo, por haber robado para sobrevivir, son los que tenían penas pequeñas por un error o por una situación, son los sin sentencia, los sin futuro, los desprotegidos, los que no tuvieron nuestra suerte de aprender a leer, los que mueren son seres humanos a los que tristemente los creemos anormales. (O)