En mi columna anterior mencioné a quien me inspiraba reflexionar sobre la condición de la gente afro en el presente. Ahora me vuelco en esa autora inspiradora que alimenta mi comprensión. En este momento tiene 85 años, vive en un rincón de la Provenza y ha entrado lentamente al mundo literario en español, quién sabe si por descuidos editoriales. Se llama Maryse Condé y nació en la isla de Guadalupe, Antillas sureñas bajo el rubro de territorio francés de ultramar. En 2018 su nombre sonó en el mundo porque consiguió el Nobel alternativo.

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Yo ingreso a su mundo novelesco a partir de La deseada (1997), nombre que dentro de la historia que cuenta rompe el significado de nominar a una pequeña isla de ocho kilómetros de largo, para simbolizar mucho más: ¿qué desean ansiosamente las tres generaciones de mujeres que se eslabonan dentro de una cadena de sufrimientos? Allí radica una clave que, como en toda buena literatura, tiene que descifrar el lector. Nina, Raymunda y María Nöelle son personajes lastimados por la pobreza, la soledad y el abuso sexual. Se sabe que las mujeres y los niños son los puntos más débiles de los grupos sociales donde el poder y el machismo se enseñorean para usar a las personas y hacerlas víctimas de injusticia.

La isla Guadalupe, tierra a la que arribó Colón en su segundo viaje, fue española, luego francesa...

La isla Guadalupe, tierra a la que arribó Colón en su segundo viaje, fue española, luego francesa y como colonia ha transcurrido toda su vida comunitaria. Como es obvio, parte de su población ha tenido iniciativas independentistas que se han chocado con el autoritarismo del gobierno francés. Pese a ello, el presidente Macron fue capaz de condecorar el año pasado a una intelectual que en su juventud sufrió exilio por su lucha política. La deseada no es una novela autobiográfica, aunque sus múltiples ambientes muestren los escenarios en los que Condé ha trasladado su vida: su isla, París, Ghana, Senegal, Estados Unidos. En algunos pasajes, la novela muestra problemas de migración, pobreza, desigualdad social, sin embargo, no podemos perder de vista que se trata de personas negras, instadas a integrar guetos para vivir, a conformarse con empleos ínfimos y a sufrir rechazo racial.

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Cuando se nace como producto de una violación, se carece de imagen paterna y la misma madre queda bloqueada para amar a la hija, un hilo de desamor se instala entre las generaciones; hay abandono, distancia, silencio. No hay respuesta a la pregunta “¿quién es mi padre?” y las masculinidades del contorno son permanentes amenazas. El varón luce en muchas ocasiones como un depredador o como un ser con quien es imposible comunicarse. Pero la autora es lo suficientemente hábil para aniquilar cualquier cliché que pretenda atribuirse a su novela: en ese ambiente es precisamente un hombre el personaje más comprensivo, dúctil y amoroso entre todas las mujeres heridas, que entiende que será más sano llevarse con él a su niña que dejarla junto a una madre que no puede quererla.

La deseada es una novela que nos enfrenta a lo diferente que está frente a nuestros ojos. No somos ni guadalupenses ni franceses, pero el pueblo afroecuatoriano vive dramas parecidos; enquistado en barrios de Guayaquil padece marginalidad y prejuicio. ¿Acaso para él también vale la idea de que “la travesía del Atlántico es la odisea que todos los negros efectuamos antes de nacer”? (O)