Cerca de conmemorar un año de las medallas olímpicas de Neisi Dajomes y Tamara Salazar, una pensaría que –en este tiempo– el país se habría inundado con ellas por ser modelos positivos, por estar dotadas de bellas sonrisas e inmensas historias. Es casi imposible tener mejores ejemplos de vida: ellas representan toda la diversidad y riqueza ecuatoriana. Nacieron en hogares con pocos recursos económicos, en ciudades pequeñas de la periferia urbana. D ehecho, los padres de Neisi migraron a Ecuador huyendo de la narcoguerrilla colombiana. Empezaron a entrenar de niñas con una disciplina que pocas personas tienen en el mundo, amén de tener que enfrentar racismo, clasismo, machismo y más ataques a sus respectivas personas. Con sus impecables carreras y ética pudieron luchar contra la corrupción de dirigentes y politiqueros mezquinos en apoyos, pero codiciosos a la hora de atribuirse las victorias y medallas de las deportistas. Trabajaron tenazmente dos tercios de sus vidas para –a pesar y contra todo– subir al podio más importante del mundo. Todo esto gracias a su fuerza, que es mucho más que física.

Sin embargo, la gran mayoría desconoce sus historias. Lejos de ver sus imágenes en todas partes como ejemplo para millones, casi no tienen auspicios, y el reconocimiento de pocos se esfumó en semanas. En lugar de ello, tenemos un despliegue continuo en redes y medios de machos insoportables, brutalmente tóxicos. Tipos que lamentablemente a falta de terapia psicológica para superar sus taras y complejos, llevan años envenenado al país con su pedagogía de la vulgaridad y machismo.

Y son demasiados. El dueño actual del PSC –heredero de otro macho que “no se ahueva” excepto en Taura– que desde 1990 viene diciendo estupideces relacionadas a sus secreciones y genitales. O el contestador de turno –ahora presidente– que repite procacidades desde sus campañas políticas, asesoradas para explotar lo peor del populismo. Y que, para desgracia de todos, cada día se parece más al autoritario que salió del anonimato dando correazos y no ha parado por más de 15 años de derramar agresividad y machismo en sus destempladas presentaciones. Ni hablar de dirigentes indígenas que no se avergüenzan de su grosería al burlarse de mujeres, discapacidades y más.

Existen estudios y libros de cómo no se puede ser lo que no se conoce, lo que no se ve. Ecuador está reventado de violencia que inicia en el maltrato dentro de la familia contra niños y mujeres, sale a la calle, va a la escuela, a la universidad, al trabajo y por supuesto se presenta sin vergüenza en nuestros políticos, tan primitivos, tan malos. No esperamos nada de ellos, pero todo el resto puede hacer mucho. Las alternativas están ahí: cada persona puede mostrar el rol positivo que necesitamos ver. Dar la importancia –empezando en el marketing– a las mujeres. Cambiar la mala educación que los hace menospreciarlas, ignorarlas. Empezar a transformar el país desde su entorno: en casa, en la escuela, en la cancha, y de allí a empapelar las vallas del país con la sonrisa y la fuerza de mujeres. Mostrarlas como alternativa sana, alegre, lejana a tantos malos hombres que nos han enfermado con su veneno hasta descorazonarnos, hartarnos. Empiecen con las más obvias: las campeonas.(O)