-¡Hay un cura que juega como los dioses…!

El alegre rumor se propagó como un incendio, primero en San Camilo, luego en Quevedo y por último trascendiendo la frontera provincial.

-¡Por todos los santos, es un demonio metiendo goles…! -Se admiraban los lugareños viendo patear al padre Bazurko. Y no exageraban.

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Vasco de San Sebastián, Juan Manuel Bazurko era un cura católico convencido de su fe. Con ella salió de España a tomar el nuevo destino que la Iglesia le fijó: San Camilo, pequeño poblado rural en el cantón de Quevedo, Ecuador. Allá fue. Los vecinos esperaban -o imaginaban- que llegaría un párroco calvo, rechoncho y de lentes; se les apareció Bazurko, que era rubio, atlético y muy joven. Las chicas de San Camilo nunca se sintieron más atraídas por el catolicismo: el padrecito andaba recién por los 25 años.

Poco equipaje llevaba: el hábito, la Biblia y los botines. Porque la otra pasión de su vida era la pelota. Esa misma fe católica que lo alejó de la Real Sociedad lo acercó a la Liga Deportiva Universitaria, de Portoviejo. A poco de llegar a San Camilo, el vasquito empezó a mezclarse en los picados de la zona. La fama no demoró:

-Si en el púlpito es bueno, en el área es mejor.

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Lo convencieron de subir a otro nivel; él tuvo que persuadir a las autoridades eclesiásticas. Y del tierrerío de las canchitas de la parroquia saltó a la Primera de Liga de Portoviejo, que por 1970 tenía un cuadrazo y hacía roncha en el campeonato ecuatoriano. Sobraban nombres importantes: el brasileño Tiriza; el paraguayo Alfonso Obregón, que en poco tiempo hizo crecer la tasa de natalidad en Ecuador; Enrique Raymondi, internacional por Ecuador… Sin embargo, la estrella fue Bazurko.

Fuerte de físico, macizo de mente como buen vasco, Bazurko agigantó su aureola con goles. Está visto: ninguna ciencia proporciona más admiración que ser bueno con la pelota. Y para fines de año ya estaba interesado el Barcelona en él. Había que mudarse a Guayaquil y dejar la parroquia. Las dos actividades estaban colisionando, pero ¿Cómo decirle no al Barcelona? Boca, Barcelona, Peñarol, Colo Colo… No son clubes, son pueblos.

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Llegaba la Copa Libertadores y el Ídolo del Ecuador había formado un escuadrón: el gran Alberto Spencer, el Pibe Bolaños, el brasileño Pepe Paes… Con calzador, así pasó Barcelona la primera fase, venciendo a Emelec en un desempate. Bazurko casi no fue tenido en cuenta por el entrenador brasileño Otto Vieira. Llegaban las semifinales y al gigante amarillo el azar le jugó sucio: debía enfrentar a Estudiantes, el tricampeón vigente que marchaba triunfal hacia la cuádruple corona. En el primer juego, en Guayaquil, venció Estudiantes 1 a 0 y el entusiasmo de los hinchas cayó al subsuelo.

No obstante, para el partido de revancha, en La Plata, viajaron tres radios a narrar las incidencias. Estudiantes venía invicto de local desde que debutó en la Copa en 1968 y era casi invencible también fuera. La vieja y coqueta canchita estudiantil era un fortín inexpugnable: nadie había podido vencerlo. Independiente, Millonarios, Deportivo Cali, Universitario, Racing, Palmeiras.

Pero esa noche del 29 de abril de 1971 todos los santos del cielo cinchaban por Barcelona. Y el milagro sucedió: a los 17 minutos del segundo tiempo, Spencer, el gran Alberto, picó por la banda izquierda y sirvió un pase preciso hacia el centro del área; por allí venía arremetiendo el padre, sin la Biblia, pero con una fe bárbara y ante la salida del arquero Gabriel Flores metió un derechazo celestial que inflamó la red. Y de la red pasó directo a la historia.

Secuencia del gol de Juan Manuel Bazurko al campeón reinante de la Libertadores.

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Ecuador Martínez y Arístides Castro, relator y comentarista de Radio Atalaya, narraron la epopeya para el país amazónico. Gritaban como poseídos en la cabinita del estadio platense. El audio revela que Martínez casi se infarta en su entrecortado grito de gol.

-…Benditos sean los botines del padre Bazurko… -profirió Castro, y acuñó la frase en la memoria colectiva ecuatoriana. Los 28 minutos restantes fueron dramáticos, con Estudiantes machacando sin éxito sobre el arco barcelonista. Final y triunfo, hazaña histórica.

Ecuador era entonces un gurrumín futbolístico. En Guayaquil, la gente ganó las calles. Al día siguiente, la portada de El Universo titulaba: “Delirio colectivo en el Ecuador”. Y adentro, en un editorial seguramente escrito por don Ricardo Chacón, señalaba:

-Pasarán muchos años. Llegará el siglo XXI. El hombre llegará no solo a la luna, sino también a otros planetas, posiblemente a otro sistema solar, pero los aficionados ecuatorianos del fútbol, particularmente los guayaquileños, se acordarán siempre de la noche en que Barcelona le ganó a Estudiantes de La Plata… Desde ya se puede anticipar que el 29 de abril quedará establecido como la fiesta del fútbol. Igual que el 13 de abril es la Fiesta del Maestro y el 1° de mayo la Fiesta del Trabajo. Porque no siempre se le gana a un campeón mundial. Barcelona hizo anoche una hazaña que luego será leyenda; que será motivo de inspiración para la juventud deportiva.

-Era la primera vez que en Ecuador se salía a las calles a celebrar una victoria en el fútbol -recuerda Ricardo Vasconcellos Rosado, entonces cronista de deportes de El Universo, el gran diario cuya redacción aún funcionaba en el señorial edificio con columnatas de estilo griego ubicado en una esquina neurálgica del centro guayaquileño: Escobedo y 9 de Octubre.

-Ya había caído la noche sobre Guayaquil, pero eran las primeras horas de trabajo en la antigua redacción del diario. Vivíamos la lenta transición del plomo a la nueva tecnología en la elaboración e impresión del diario. A diferencia de la hora actual, la redacción cerraba en la madrugada, lo que permitía publicar notas sobre los sucesos ocurridos incluso hasta la medianoche. En Deportes, el tema central era el partido entre Barcelona y Estudiantes de La Plata, el campeón reinante, vencedor en el partido de ida. El ambiente no era de optimismo dada la fama de Estudiantes y la discreta actuación de Barcelona en el Estadio Modelo.

Ricardo aún funge como columnista del periódico, aunque desde fuera. Su memoria y su vocación investigativa lo han tornado un referente insoslayable del deporte ecuatoriano.

-En una mesa alta estaba un elegante radio Grundig de excelente percepción de sonido. No era aún el tiempo de la señal por satélite y la transmisión por televisión. Tres emisoras iban a transmitir el partido: CRE, Radio Mambo y el Sistema de Emisoras Atalaya. Escogimos la última por tradición y porque allí narraba el maestro Ecuador Martínez y comentaba un excompañero del diario, Arístides Castro. Primero, estábamos incrédulos, luego nos mirábamos las caras, ansiosos porque Barcelona se defendía bien. Hasta que llegó el inolvidable minuto 63 en que se produjo el anecdótico y novelesco gol del sacerdote Bazurko y estallamos todos en la redacción.

Pero como acontece en todos los ámbitos periodísticos, de la emoción hay que pasar casi instantáneamente a la acción.

-Mientras arreciaba el ataque argentino y se iba perfilando lo que luego se llamó La Hazaña de La Plata, empezó a planearse la edición del 30 de abril. La primera voz de alerta fue la del secretario de redacción, Ricardo Pólit: “Si gana Barcelona vamos con la noticia en primera página y los detalles adentro”.

Ricardo Chacón haría la entrada en la portada. “Que vaya en letras rojas”, sugirió Caballito Zevallos, otro redactor. Todo era agitación. En Deportes esa noche estaban también Walter Espinel, Alberto Sánchez, Leonardo Montoya y el caricaturista Washington Rivadeneira (RIVER). A poco de finalizado el partido se empezó a escuchar un ruido en la avenida 9 de Octubre. Bajamos algunos y nos percatamos que, de modo espontáneo, la gente, armada de banderas amarillo y rojo, empezaba un desfile en la principal arteria guayaquileña. Jaime Piña Rodríguez, editor de Deportes, dispuso de inmediato que armaran sus cámaras Lucho Arévalo y Humberto Parra. En diez minutos, aproximadamente, miles de seguidores del Barcelona habían cortado el tránsito.

Aquel 29 de abril entró justamente en la historia por el triunfo y por lo que este generó, esa autoconvocatoria espontánea de un pueblo, cuando aún ni soñaba con teléfonos celulares ni redes sociales.

-La vida de la redacción se paralizó en todos los sectores, menos en la deportiva -sigue Vasconcellos-. Sonaban todos los teléfonos y desde una oficina del diario en 9 de Octubre y Tulcán llegaba el aviso: “¡Están entrando las radiofotos…!”. Pólit subía a los talleres a apurar gráficas del desfile de los hinchas y consultaba a Carlos Pérez sobre el tiraje: “Todo lo que puedas”, fue la respuesta. Era indudable que la gente iba a salir desde las 5 de la mañana, hora en que empezaba la circulación, a buscar El Mayor Diario Nacional. Trabajamos duro, pero disfrutamos más, sobre todo a la salida de nuestras labores cuando fuimos a comentar en el mentidero de Miguelito Caamaño lo que habíamos vivido y escuchado. En todos los oídos retumbaba la voz emocionada de Ecuador Martínez y el grito estentóreo de Arístides Castro que se volvió luego himno y poesía: “¡BENDITOS SERÁN LOS BOTINES DEL PADRE BAZURKO…!”.

Esa fue la edición del 30 de abril. La del 1º de mayo reforzó la cobertura de lo que fue dado en llamar “La Hazaña de La Plata”.

-Esa denominación, como muchas otras que son parte de la historia, correspondió a El Universo -dice Ricardo.

Aquel gol de Bazurko agigantó la popularidad del cuadro Torero hasta los límites actuales.

-No viví el recordado triunfo por 3 a 2 sobre Millonarios de Di Stéfano en 1949 porque aún no me llevaban al estadio. Sé que produjo un orgullo tremendo considerando lo que significaba ya el equipo colombiano en el fútbol continental. La Hazaña de La Plata tuvo la virtud de consolidar la idolatría de Barcelona. Después de eso ya nadie discutió qué equipo era el ídolo de nuestro fútbol. La diferencia más importante está en que el triunfo ante Millonarios se dio en un partido amistoso que terminó en bronca y el de La Plata fue en un encuentro oficial por Copa Libertadores. Y de visita.

El Vaticano dice que los milagros no existen. Pero un cura obró el milagro de hacer feliz a una nación entera. Bazurko disputó apenas 8 partidos en Barcelona y anotó dos goles. Uno es inmortal. Rápidamente volvió a San Camilo y, por cercanía, terminó ese 1971 actuando en Liga de Portoviejo. Tiempo después regresó a España, abandonó el sacerdocio y se casó, tuvo hijos, se dedicó a la docencia.

Bazurko terminó 1971 actuando en Liga de Portoviejo.

-Vamos, que este tío se la cuenta...

-Que sí te digo, que así como lo ves hacía goles en alguna parte de Sudamérica.

-Pues a mí me da que no ha pateao un balón en su vida...

¿Cura...? ¿Goleador...? Humm...! Los muchachitos de un instituto secundario de San Sebastián, alumnos de Juan Manuel Bazurko, no terminaban de creer la leyenda de sus goles en Ecuador. Y menos con un pasado de sacerdote católico. Ellos no lo imaginaban sino como su adusto profesor de filosofía, hombre parco y reacio a hablar de sí mismo.

-Es que en España la suya es una historia absolutamente desconocida, nadie la sabe. Y yo me enteré al llegar a la Argentina -confiesa Borja de Matías, periodista deportivo español, comentarista de DirecTV radicado durante unos años en Buenos Aires.

Pero sí, el Bazurko titular de la cátedra de filosofía era el mismo que fue titular en el Barcelona guayaquileño cuando le ganaron al Estudiantes de La Plata célebre, y que era también titular de la diócesis de San Camilo, en Quevedo, Ecuador. Daba misa los domingos por la mañana y metía taponazos por la tarde.

-Como parte de las misiones diocesanas fui destinado a Ecuador -le contó, a los 69 años, ya retirado de todo, a Borja de Matías-. Pues, por despuntar el gusto comencé a jugar en la parroquia, en San Camilo. Hacía goles, sí. Bastantes, pero al principio me dejaban chutar por aquello de ser el cura, hasta que se dieron cuenta de que seguía haciendo goles también cuando me marcaban.

Borja quedó deslumbrado al conocer, aquí en Sudamérica, la historia de un cura compatriota que había dejado una huella nada menos que en una Copa Libertadores en la que brillaron figuras legendarias como Juan Ramón Verón, Ademir da Guia, Luis Pereira, el mismo Spencer, Luis Artime, Héctor Chumpitaz, Luis Cubilla, Carlos Caszely...

-Es extraño, en España nadie sabe nada de Bazurko, nunca se lo mencionó. Bueno, ahora se habrán enterado muchos por la entrevista que le hice para la revista Líbero -dice Borja, actualmente vuelto a su país como ayudante del técnico argentino Mauricio Pellegrino en el Alavés.

Claro que la pelota no era nueva para el curita, había militado en las divisiones menores de la Real Sociedad, aunque la vocación religiosa tiró más fuerte y se quedó con él. Pero los goles del vasquito comenzaron a trascender en Quevedo y alguien de Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo lo fue a ver jugar. Gustó; lo convencieron de probar en Primera División.

-Vosotros veréis si os intereso, pero que sepáis que yo estoy a otra vida -advirtió. Y puso una condición: solo jugaría si no tenía que dar misa o catequesis. Y lo cumplió:

-Muchas veces llegaba más tarde a la concentración porque primero iba a dar misa y luego se reunía con nosotros -cuenta Luciano Macías, gran lateral barcelonista de los ’60 y ‘70.

Tras pedir permiso a la Iglesia y recibir el gesto aprobatorio, se mezcló con los profesionales. Vio que podía; también allí siguió sacudiendo redes. Ya estaba para los récords de Guiness: el cura de San Camilo se ponía oficialmente la camiseta blanca y verde del Ídolo de Manabí.

Habría más. Se tornaron frecuentes sus goles en el campeonato nacional de 1970 y a comienzos del ‘71 se agregó un capítulo cinematográfico. El campeón, Barcelona, buscaba refuerzos de cara a su participación en la Libertadores. Galo Roggiero, por entonces presidente del popularísimo club amarillo, contó la singular anécdota sobre el fichaje.

Arriba: Luciano Macías, José Paes, Vicente Lecaro, Walter Cárdenas, Luis Alberto Alayón (no jugó en Argentina), Édison Saldivia; abajo: Pedro Álvarez (no actuó en La Plata), Jorge Bolaños, Alberto Spencer, Juan Bazurko y Miguel Coronel. Como campeones de 1970 jugaron la Copa de 1971.

-Queríamos armar un equipo lindo para la Copa, pero no teníamos un centavo. Trajimos a Spencer con puras promesas, me acuerdo que le pagábamos tras los partidos. Íbamos a la boletería a ver qué se había recaudado, separábamos la plata para Alberto y así le cumplíamos. Estaba ese Bazurko, que hacía goles en Liga de Portoviejo y decían que era sacerdote. ¿Cómo podríamos contactarlo?, pregunté. Y un muchacho, el Pardo Palacios, que era una ardilla y conocía a todo el mundo, respondió: “Yo se lo ubico”. Al otro día me lo trajo en persona. Vino con sotana y todo. Así acordamos su incorporación a Barcelona, con Bazurko vestido de cura.

Al principio costó convencerlo, más que nada porque no se lo creía.

-Me habían ido a buscar y me sorprendió, de hecho pensaba que era de cachondeo.

Y empezó una rutina que lo obligó a residir temporalmente en Guayaquil. El que no estaba contento era el técnico brasileño Otto Vieira.

-Pedí un delantero centro, no un cura -masculló. Y no lo ponía. Los inicios lo desencantaron.

-Yo veía que no jugaba e incluso les dije que me iba, que tenía otras obligaciones. Me pidieron que no me fuera. Lo cierto es que no me acostumbraba a eso de entrenar mañana y tarde, aunque la gente cada vez me conocía más. Ya sabes, los típicos chistes del cura, del padrecito... Me lo tomaba muy bien.

El equipo no terminaba de engranar y justo llega el clásico con Emelec para determinar quién avanzaba a la segunda fase de la Libertadores. Ahí tuvo su chance. Ganó Barcelona 3 a 0 con un gol del Padrecito, como le llamaban.

-A partir de ahí no volví a salir del equipo -evocaba.

Luego sobrevendría la hazaña. El poderoso Estudiantes de Zubeldía y la Bruja Verón, tricampeón vigente, buscaba su cuarta corona consecutiva. Enfrentaba en su estadio de La Plata, donde marchaba invicto internacionalmente, al Barcelona del por entonces modesto fútbol ecuatoriano. No obstante, el club de Guayaquil lucía en sus filas al ya veterano pero siempre grandioso Alberto Spencer, máximo artillero de la historia de la Copa.

Estudiantes alineó aquella noche a Gabriel Bambi Flores; Rubén Pagnanini, Ramón Aguirre Suárez, Hugo Spadaro (Juan Aguilar) y Hugo Medina; Juan Echecopar, Carlos Pachamé (Daniel Romeo) y Néstor Togneri; Pedro Verde, Rubén Bedogni y Juan Ramón Verón. DT: Miguel Ignomiriello.

Barcelona SC alistó a Jorge Phoyú; Walter Cárdenas, Vicente Lecaro, Édison Saldivia y Luciano Macías; Jorge Bolaños, José Pepe Paes y Miguel Ángel Coronel; Juan Manuel Bazurko, Alberto Spencer y Washington Muñoz. DT: Otto Vieira.

Bazurko revivió una vez más el gol que ha tenido que contar miles de veces. Siempre con sencillez, economizando palabras y adjetivos.

-Fuimos como de víctimas y nos pusimos a defender todos, incluso Spencer y yo. Ellos atacaban hasta con los defensas y a veces quedaban grandes espacios para contragolpear. Iban creo que 27 minutos del segundo tiempo; saca largo el portero nuestro, la toca Spencer de cabeza y me quedo solo con el Bambi Flores, que era el arquero. El Bambi me hace señas invitándome a que le pateara hacia un lado y tuve la sangre fría de tirarla hacia el otro.

Estudiantes atacó con furia hasta el final, pero no pudo torcer el resultado: 1 a 0 para Barcelona. Durante cuatro décadas fue la máxima alegría futbolística experimentada por el Ecuador. Cientos de miles de personas salieron a las calles a celebrar y se amanecieron tocando cornetas. Al regreso se dio a los jugadores recibimiento de héroes y Bazurko tocó el cielo.

-Me convertí en ídolo por ese gol.

De paso, esto refleja en cierto modo cómo era el fútbol hace 40 o 45 años. Un cura que domingueaba con la pelota en la parroquia, sin fútbol profesional en sus piernas ni en su cerebro, se mezcló con los de Primera y le metió aquel legendario gol al Estudiantes célebre que fungía como tricampeón de América.

Disputó unos partidos más en Barcelona y se volvió a Manabí. Siguió dándole en la Liga de Portoviejo, siempre por gusto, nunca por plata. Hasta que un día se volvió a España y desapareció. Por muchos años nadie supo más de él. En 1996 lograron ubicarlo para invitarlo al festejo por los 25 años de la “Hazaña de La Plata” y también allí, cuando levantó el teléfono en su casa de San Sebastián, pensó que era de cachondeo. Pero no. Sus viejos compañeros fueron a esperarlo en la pista del aeropuerto Simón Bolívar. Y la gente, siempre tan consecuente con quienes le dieron gloria, no se había olvidado ni un poquito de él.

Juan Manuel Bazurko en 2013. Siete meses antes de fallecer, el exdelantero conversó con EL UNIVERSO.

Los hinchas sudamericanos se preguntarán qué fue de aquel curita que metió ese gol de leyenda ¿Habrá hecho carrera en la iglesia? ¿Habrá llegado al Vaticano...? Nada de eso. Volvió al País Vasco y poco después dejó los hábitos.

-Vi cosas que no me gustaron. El manejo de la Iglesia, cómo se hacían las cosas... Historias que no vale la pena recordar.

Se casó, tuvo dos hijos y se dedicó a la docencia hasta jubilarse. Gustaba de acercarse a la rambla y mirar el mar, la vista perdida en el más allá, donde fue el inesperado muchachito de una gesta que nunca soñó. El fútbol es una fábrica de historias deliciosas, inagotable manantial de aventuras humanas. El 20 de marzo de 2014, cumplidos 70 años, falleció tan inesperadamente como halló la idolatría aquella noche otoñal de 1971. (O)