El Clásico del Astillero era, hasta hace unos años, una fiesta en el césped y en las graderías; hoy es una batalla entre gente que corre, pega y trata de evitar el gol en su valla, y dos pandillas de vándalos y depredadores que con tambores, cornetas, cuchillos, armas de fuego y bengalas asesinas tratan de imponer su superioridad en el cemento. En los tiempos del viejo estadio Guayaquil, el antiguo Capwell y del Modelo no había réplicas de las camisetas que diferenciaran a los espectadores. Uno se vestía normalito con traje dominguero. La gente se sentaba entreverada y celebraba las jugadas y los goles sin agredirse. Terminado el partido, cada quien a su casa por la calle Quito o por Los Ríos celebrando o comentando y a esperar hasta el próximo Clásico.