Una deliciosa cena de béisbol nos dimos con la postemporada 2020 de las Grandes Ligas. Los juegos de comodines, divisionales y de campeonato para llegar a la Serie Mundial, y la Serie misma, han sido muy emocionantes. La remontada de los Dodgers de Los Ángeles en la ronda por el título de la Liga Nacional, cuando perdían 3-1 con los Bravos y estaban a un partido de la eliminación, y las victorias en la Liga Americana de Rays de Tampa Bay con un equipo de bajo presupuesto y reclutado en su mayoría con peloteros desechados por otros equipos, fueron apasionantes.

Los Dodgers se llevaron la corona de la Serie Mundial en seis juegos con espléndidas actuaciones de los lanzadores Walker Buehler, Clayton Kershaw y el sorprendente jovencito mexicano Julio Urías, más el bateo y fildeo de Corey Seager, Mookie Betts, Cody Bellinger y Justin Turner. Un plantel en el que todos fueron figuras.

En el último encuentro Blake Snell, serpentinero de los Rays, en una cátedra de picheo, estaba dominando a los Dodgers y solo había permitido dos hits inofensivos y ponchado a nueve adversarios, entre ellos, y dos veces a los tres primeros bateadores de los hoy campeones. Con cinco innings y dos tercios en la loma y cuando iba a proclamarse vencedor, el mánager Kevin Cash consultó la computadora y decidió cambiar a Snell. La decisión fue producto de una nueva ‘ciencia’ a la que se llama sabermetría y que puede provocar una catástrofe en el béisbol. Es un enrevesado sistema de fórmulas matemáticas y algoritmos que deshumanizan al pelotero, al que mira como un robot. A la basura van la inspiración, el instinto, el carácter vencedor. Las estadísticas mandan y, muchas veces, provocan el error. El relevo de Snell fue fatal. Los Rays se imponían 1-0 y los Dodgers parecían confundidos por el repertorio magistral de Snell. Cuando llegaron los relevos, los californianos se liberaron y a batazos e ingenio labraron la victoria que les dio la Serie Mundial. Fue una corona a puro taco y tequila con los relevos estupendos de los mexicanos Víctor González y Julio Urías.

Publicidad

Ver el béisbol de Grandes Ligas por televisión y escuchar la narración y los comentarios es una gran experiencia. Carlos Álvarez, ganador de un Premio Emmy; Jaime Motta, Adrián García Márquez y Édgar González cumplieron una notable tarea en Fox Deportes. Cada uno de los nombrados es un consumado conocedor de la técnica, la estadística, la historia y las más serias o divertidas anécdotas del béisbol mundial. Nada que ver con la improvisación o la ignorancia disfrazadas de charlatanería ‘poética’ de locutores y comentaristas de nuestro fútbol en una aplastante mayoría, de la que se escapan unos cuantos relatores de vieja escuela como Ruddy Ortiz Iriarte, Édgar Villarroel Caviedes o Walter Ruiz Jaén. Tal vez alguno se me escapa de la memoria y le pido excusas.

La voz en español

La gran voz del béisbol en español en todo Estados Unidos es un ecuatoriano, nacido en Cayambe: Jaime Jarrín. Su carrera es insuperable y su fama es universal, pero más que su fama, su prestigio y su credibilidad. Hombre sencillo y sin poses, no tiene ningún parecido con la arrogancia de algunos relatores nuestros que se hacen llamar “el narrador de América”, “el maestro de multitudes”, “el ruiseñor del gol”, “la voz con clase”, aunque jamás llegarán a la dimensión que tuvieron Rafael Guerrero Valenzuela, Ralph del Campo, Ecuador Martínez, Carlos Rodríguez Coll, Alfonso Chiriboga o Petronio Salazar, para hablar de los que escuché por mucho tiempo.

A nuestro compatriota se lo llama “el hombre que les enseñó a hablar español a los Dodgers”. Tiene narrando para la organización de Los Ángeles nada menos que 62 años y más de 10.000 juegos. Es un pionero de las transmisiones en español y por su brillante trayectoria ha recibido numerosas distinciones, incluyendo el primer premio Southern California Sports Broadcaster Association’s President’s Award, una estrella en el Paseo de la Fama en Hollywood, el mayor reconocimiento de la Asociación de Periodistas Hispanos, el ingreso al Salón de la Fama de Locutores de Deportes del Sur de California, el galardón al locutor del año en otro idioma y el Premio Golden Mike. Hace pocos años Jarrín fue honrado por la American Federation of Television and Radio Artists Foundation con el premio Aftra Media and Entertainment Excellence, ingresó al Salón de la Fama de la Associated Press Television-Radio Association, y en el 2017 la cadena HBO le dedicó un especial en el programa Real Sports.

Publicidad

En el Salón de la Fama

Pero si algo faltaba a este ícono del periodismo es su exaltación en 1998 al Salón de la Fama del Béisbol de las Grandes Ligas, lo cual lo transforma en un inmortal de este deporte compartiendo honores con Babe Ruth, Joe Di Maggio, Jackie Robinson, Roy Campanella, Hank Aaron y otras colosales figuras. Es uno de los tres hispanos al que se ha concedido este honor. Los otros dos son los legendarios Buck Canel (+) y Felo Ramírez. “Ser elevado al Salón de la Fama es un honor extraordinario. Es como ganar un Premio Nobel”, dijo Jarrín.

El 21 de septiembre de 2018, el club de Los Ángeles le dio a Jarrín el más grande reconocimiento que otorga a las máximas estrellas del béisbol. Su nombre quedó inscrito para eternas memorias en el Anillo de Honor del estadio californiano de los Dodgers, convirtiéndose así en el primer latino en recibir este reconocimiento. “Esto no es solo un gran honor para mí, sino para mi familia y para los latinos. Desde que los Dodgers llegaron a la ciudad han entendido y reconocido la importancia que los inmigrantes tenemos en esta comunidad”, dijo a los periodistas.

Publicidad

Una vida para el béisbol

Jaime Jarrín empezó en Quito la que sería su profesión como locutor en un programa de música clásica en La Voz de Los Andes. Llegó a Nueva York el 24 de junio de 1955. Ese año los Dodgers (entonces de Brooklyn) les ganaron la Serie Mundial a los Yankees. Tres años más tarde, William Beaton, el gerente de la estación KWKW, en la que había conseguido trabajo, le concedió el plazo de un año para prepararse como narrador de béisbol. Su pasión de narrador beisbolero empezó el 14 de abril de 1959 y desde entonces su voz ha estado siempre en los más memorables capítulos de los Dodgers. Ha hecho famosas dos frases. Al narrar un cuadrangular exclama: “¡La pelota se va, se va, se va, despídala con un beso!”, y cuando llega el noveno episodio y falta el último out, se lo oye decir: “Ya estoy viendo las casitas en mi pueblo, se acerca el fin de esta jornada”.

Nuestro compatriota tiene también sobre sí más de 40 peleas de títulos mundiales de boxeo, entre ellas las tres de Alí y Joe Frazier; Mantequilla Nápoles contra Curtis Cokes, y Monzón-Benevenutti; y muchos juegos perfectos, como el de Sandy Koufax el 9 de septiembre de 1965, las seis blanqueadas consecutivas de Don Drysdale, la mítica primera apertura del gran lanzador mexicano Fernando Valenzuela y muchos episodios más.

“Su estilo de describir las jugadas, de contar anécdotas, de recrear historias, de hacer volar la imaginación de quienes lo escuchan, hacen de Jarrín un ícono perenne e inamovible dentro del mosaico cultural de Los Ángeles”, publicó el diario La Opinión, de esa ciudad, en 2016. “Jaime Jarrín es un Salón de la Fama en todo el sentido de la palabra y los Dodgers son afortunados de tenerlo por más de 60 años y que haya narrado los grandes momentos en su estilo icónico y único”, expresó Lon Rosen, vicepresidente del club.

Jaime Jarrín es hoy un monumento viviente y sus compatriotas y colegas nos sentimos orgullosos de tenerlo narrando uno de los deportes más apasionantes. (O)

Publicidad