Noticias dolorosas que nos llegaron tarde. Sin tiempo para despedir, al menos con algunas letras, a amigos con los que compartimos bellas jornadas y a los que admiramos por sus grandes momentos en las canchas. Discutí con un amigo y alegué que ese gran alero zurdo de los tiempos del viejo estadio Capwell que fue Raúl Pío de la Torre estaba vivo. Falleció, me replicaron. Busqué datos, llamé a varios amigos y me confirmaron la noticia: ese pequeñín repleto de habilidad; aquel que bailó al marcador argentino el día que Norteamérica venció al famoso Racing de Avellaneda; el que se elevaba y con los botines juntos bajaba el balón para emprender el regate que anunciaba el gol, ya no era de este mundo. El fútbol y la música eran sus pasiones. Cuando coincidíamos en Guayaquil nos invitaba a mi compadre River (Wacho Rivadeneira) y a mí, junto a algunos vecinos, a tocar los instrumentos que tenía en el portal enrejado de su casa. Salsa pura, Raúl Pío era un gran ejecutante de la tumba. No tenía nada que envidiar a Ray Barreto, el maestro de Fania All Stars. Sus manos eran tan ligeras como sus botines. Fue un grande de todos los tiempos.
No hace mucho tiempo que una llamada me alertó del deceso de mi amigo de barrio Eduardo Buche Ycaza, quien brilló también en el césped del Capwell. Quise contactar a su hermano Galo, pero extravié el teléfono. El apellido Ycaza llena varios capítulos del fútbol guayaquileño. Su padre fue Raymundo, el jugador más completo de la historia. Un día aparecía como arquero; al domingo siguiente era volante y poco después delantero. Era un astro en todas las posiciones. Cracks como él fueron sus hermanos Eduardo y Guillermo, el Muñeco, centro medio del Racing campeón y de las selecciones de Guayaquil en los tiempos de la disputa del Escudo Cambrian (1923/1931). Un año jugaron juntos Raymundo, Guillermo y Eduardo en el Racing y la prensa bautizó a esa línea media como “La Muralla Ycaza”.
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Todos los hijos de Raymundo fueron excelentes jugadores. Paco militó en Chacarita y Patria. Raymundo jugó en 9 de Octubre; Alfredo destacó en Norte y Eduardo estuvo en el Panamá y de allí fue a Río Guayas, campeón de 1951, alternando en la punta derecha con el legendario Basilio Loco Padrón. No solo salió al cambio; fue titular en muchos partidos y autor de goles importantes en el gran equipo que duró solo un año, pero está en el eterno recuerdo de los que lo vimos. Eduardo heredó en mi viejo barrio el apodo de Buche, que fue el de su tío del mismo nombre. En el seno familiar era llamado Pepito. En el césped del Capwell o en el asfalto de la calle Pío Montúfar fue un estupendo gambeteador con la divisa del Panamá o la “verde botella” del Río Guayas.
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No hace sino pocas horas que un aviso de Barcelona en Facebook me trajo la noticia del fallecimiento de Isidro Matute Cordero. Tuve la fortuna de apreciar sus grandes virtudes de delantero completo: constructor de jugadas en la posición de interior derecho o izquierdo por su dominio de ambos perfiles, gambeteador de los que ya no se ven porque intentar driblar está prohibido hoy, goleador después de bellas tejidas cuando lo ponían de delantero centro en los muchos equipos en los que jugó, en la selección de Guayaquil y en la selección nacional.
Ese insuperable buscador de estrellitas que fue Dantón Marriott Elizalde lo vio jugar en Luque y 6 de marzo. Matute, que era un chiquillo aún, le contó que jugaba en un equipo juvenil llamado Holanda en la Unión Deportiva Guayaquil. Hasta allí lo siguió el dirigente y lo fichó para el Panamá S.C. A finales de 1946 Marriott perdió a sus jóvenes más destacados que pasaron a formar filas del Barcelona. En 1947 Panamá debió poner un equipo de juveniles a los que hizo debutar en primera categoría. Estaban en ese equipo Alfredo Bonnard, Isidro Matute, Ángel Zamora, Kleber Villao, Galo Pombar, Federico Valdiviezo, Carlos y Víctor Garzón y otros chiquillos. El mayor era Gerardo Layedra que tenía 18 años. Bonnard y Matute registraban 16. La delantera la formaban Marcos Spencer, el consagrado Marino Alcívar, Matute, Layedra y Augusto Totora Ramírez.
En 1949 ya Matute y sus compañeros habían conseguido fama. Spencer, apodado Colectivo por su velocidad fue seleccionado al Sudamericano de 1949 en Río de Janeiro. Matute fue llamado, a los 18 años, a reforzar a Barcelona en el Torneo del Pacífico. Layedra había debutado a los 16 años, en 1946, ante Millonarios. Bonnard, con 18 años, era considerado ya como la mejor promesa en el arco. En 1950 todos ellos estuvieron en la preselección nacional al Mundial 1950 escogidos por el técnico argentino Gregorio Esperón.
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En aquel 1950 Barcelona fue campeón y acordó celebrar el título ante Boca Juniors de Argentina. Matute fue pedido como refuerzo y su papel fue brillante. Marcó un gol y su actuación no pasó desapercibida para el presidente del club América de Cali que lo fichó de inmediato. Era la época de El Dorado y en Colombia estaban muchos de los mejores jugadores del mundo. Desde el primer partido se ganó la titularidad y se hizo famoso. Alguien lo tentó para jugar en La Salle, de Caracas. Le dijeron que pagaban mejor, pero no recibió un céntimo en dos meses, Volvió al América, pero no lo recibieron y volvió a Guayaquil para enrolarse en el Everest.
Estuvo en casi todos los equipos porteños y capitalinos. En 1954, jugando para Barcelona, le hizo un golazo al equipo alemán Rot Weiss. Ya era considerado una estrella y fue seleccionado al Sudamericano de 1955. En el encuentro contra Perú mostró lo que era una de sus grandes virtudes: el cobro de tiros libres. No era un disparo potente; era pura colocación. Le hizo dos goles idénticos al peruano Suárez y después le marcaría otro al uruguayo Taibo. Vistió otra vez la divisa tricolor en el Sudamericano de Lima en 1957.
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Quienes vimos a Isidro en las canchas del país, guardaremos como un tesoro todo lo que puso en evidencia en cada partido. No solo era clase; también era entrega, pundonor, vergüenza deportiva, virtudes estas que hoy se extrañan por su rareza en el fútbol “moderno” lleno de dinero, soberbia, arrogancia y pedantería no solo en los jugadores y directores técnicos, sino también en un “periodismo” de iletrados, enemigos de la cultura y de la historia.
Y quiero recordar como homenaje póstumo a mis queridos amigos Isidro Matute y Simón Cañarte una nota de nuestro Diario al terminar la temporada 1954: “Destacó la gran actuación del refuerzo adquirido: el piloto de ataque Isidro Matute. Este formó un tándem ofensivo verdaderamente notable con Simón Cañarte, el que finalmente se coronó goleador del campeonato con 13 anotaciones. Barcelona tuvo la mejor delantera con 41 goles en 16 partidos, lo que le dio un promedio de 2,55 goles por encuentro, ciertamente meritorio”. (O)