El juez italiano Sergio Gonella dio los tres pitazos finales del Mundial 1978 y Leopoldo Luque, cerca suyo, levantó los brazos en triunfo. Ambos están muertos ya. Gonella, aliviado de haberse sacado de encima una pesa de una tonelada: era un partido difícil de encauzar, tal vez peor que eso, terrible. Por la importancia, el ambiente y porque se pegaron duro. Argentina quería ser, por fin, campeón; Holanda no deseaba otro subcampeonato. Luque, con el rostro y la camiseta ensangrentados producto de un golpe con el antebrazo de un defensor holandés, pero feliz, exultante. Era lo último que podía pasarle en ese Mundial. Y lo más leve. Una abolladura más, esta solamente física. Con toda seguridad, ningún otro futbolista en la historia sufrió durante un Mundial las adversidades del centrodelantero argentino, pruebas que su coraje fue superando como en una carrera de obstáculos, sorteaba uno y aparecía otro.