Después de un domingo futbolero, mientras caminábamos de regreso a casa y recordábamos jugadas, voladas espectaculares y goles, también discutíamos si en la semana iríamos a ver el básquet o el boxeo amateur o profesional en el coliseo Huancavilca y más tarde en el Voltaire Paladines; si tendríamos que postergar un compromiso familiar para asistir a los duelos apasionantes del béisbol en el Reed Park o en el Yeyo Úraga.

Guayaquil era una fragua en la que ardía el entusiasmo deportivo desde el arranque del siglo XX. Todas las ramas deportivas modernas se vivían a lo largo de la semana para concluir en la cita dominical a puro fútbol.

¿Qué se hizo toda esa sana forma de diversión para llegar a este funeral en el que velamos el deporte porteño; en que los candados de los escenarios se oxidan, a excepción de algunos que se abren presurosos, con jugosos alquileres, para los recitales faranduleros o para las ceremonias religiosas de algunos salvadores del universo?

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¿Por qué éramos campeones en todo cuando Fedeguayas no recibía sino unos pocos sucres y hoy que se recaudan millones de dólares nos superan provincias que solo cuentan fondos para mantener canchas de tierra o nadan en esteros?

¿Por qué ninguna autoridad como secretarios del Deporte, ministros o viceministros, que aparecen abrazados de los dilapidadores, no exigen rendición de cuentas?

Si usted ha asistido a algún certamen deportivo organizado por Fedeguayas, por favor avíseme. Yo solo sé de una declaración del presidente de esa entidad de que el deporte de Guayas pasa por el mejor momento de su historia. No es broma de inocentes.

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El ejemplo de Liga (Q)

Del antes victorioso balompié de Guayas quedan apenas Emelec y Barcelona, ambos en estado de calamidad.

El club eléctrico puede quedar sin jugadores porque estos amenazan con declararse agentes libres por falta de pago de sus sueldos. La antes próspera y poderosa entidad que un día fundó George Capwell, y que engrandecieron otros grandes dirigentes, naufraga en la insolvencia y la inferioridad técnica.

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Aunque Barcelona se bate como puede en un banal campeonato nacional,su crisis financiera no encuentra salida y su astronómica deuda, según se dice, llegó ya a los $ 60 millones, consumidos por una plantilla de mediocridades con salarios de equipo europeo, los que, años atrás, no hubieran hallado lugar ni en los equipos de las ligas de novatos.

El balompié criollo que supo imponerse en el rango aficionado y el profesionalismo; que ganaba de local y visitante cuando se viajaba por tierra durante la noche para llegar a Quito en la mañana, cambiarse en el mismo bus y salir a jugar en plan vencedor, es apenas un recurso grato de la memoria.

Murió ese tiempo de valientes y hoy miramos, con sana envidia, cómo Liga de Quito tiene un pie y medio en la final de la Copa Libertadores (que ya la ganó una vez) goleando al poderoso Palmeiras, antes, en octavos, eliminó al Botafogo, campeón en 2024; y en cuartos le pasó por encima al Sao Paulo y se coló en semifinales venciendo en su campo.

Tiempos mejores

Cuando todos pronosticaban que el equipo albo iría al despeñadero con la salida de la familia Paz de los puestos de dirección, asumió la conducción Isaac Álvarez, médico de profesión, en 2023.

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Después de un breve tropiezo se decidió por el brasileño entrenador Tiago Nunes, de 45 años, con paso por Atlético Paranaense, Corinthians, Gremio, Alianza Lima, y Sporting Cristal, a cuyo cargo estuvo la elección de los refuerzos, la confirmación de los futbolistas nacionales y la ideología táctica.

Sin el aspaviento y las posturas conflictivas de Esteban Paz, Isaac Álvarez ha dado a Liga de Quito sobriedad, pundonor y calidad y hoy está a dos partidos de coronarse otra vez monarca de la Libertadores.

Con el desencanto de este presente de Barcelona y Emelec, la desaparición de Everest y Patria, y el peregrinaje de Norteamérica y 9de Octubre vagando en series inferiores, a quienes vivimos la era feliz del Capwell y el Modelo (hoy Alberto Spencer) nos queda únicamente refugiarnos en los recuerdos de tiempos mejores. No es melancolía, es nostalgia, y es preciso aclararlo para los presentistas que militan en el ‘periodismo moderno’, cuya cultura se reduce a lo que pasa en la cancha, fuera de la cual se revelan iletrados.

Cierta tristeza

“Melancolía es un estado de tristeza profunda, difusa y sin causa precisa.

En la historia de la psicología y la literatura, la melancolía se ha entendido como una tristeza “sin objeto”, una sensación de vacío o de pérdida del sentido.

“Nostalgia es una tristeza provocada por el recuerdo de algo perdido o lejano, especialmente del pasado. Tiene un objetivo claro: el deseo de volver a un tiempo, lugar o situación que ya no existe o que está fuera de nuestro alcance. Puede ser agridulce, porque combina tristeza y ternura”. ¿Entendieron, ‘sabios tacticistas’?

Antonio Brussa, mi compañero nadador master e hincha eléctrico, me envía una foto de su equipo azul de 1953, la cual ilustra esta columna. Y me sumerjo en el mar de la memoria, hoy, cuando asistimos a los estadios convertidos en templos del mercantilismo, cuando el brillo de los reflectores y los contratos millonarios han reemplazado la mística y la devoción.

No puedo, ante esa foto, evitar mirar atrás y evocar con cierta tristeza aquellos domingos en que el corazón la tía al ritmo de futbolistas que jugaban con ardor, que eran ídolos de carne y hueso, hombres que sudaban la camiseta por orgullo más que por fama o dinero. Las crónicas de antaño hablaban de epopeyas, no de estrategias.

En la voz emocionada del relator se jugaba el destino de una ciudad entera. Y en la retina de la gente quedaban grabadas las gestas de esos gladiadores que defendían su camiseta como si en ello se les fuera la vida.

Honrar la raíz

Hoy los hiperbólicos ‘analistas’ nos piden que olvidemos, que miremos hacia adelante, que aceptemos que el fútbol es un negocio. Pero, ¿cómo olvidar lo que nos hizo amar este deporte? ¿Cómo dejar atrás las tardes de sol y esperanza en el Capwell o en el Modelo, cuando la gloria se medía en goles y no en contratos publicitarios? Porque más allá de la modernidad y los discursos vacíos, sigue latiendo en el corazón del pueblo esa pasión antigua, esa llama que ninguna pantalla podrá reemplazar.

Recordar no es vivir en el pasado, como algunos pretenden hacernos creer. Recordar es honrar la raíz, reconocer de dónde venimos para entender por qué seguimos sintiendo lo que sentimos cuando el balón rueda.

El fútbol guayaquileño no nació en las vitrinas ni en los contratos, sino en la calle, en las canchas de tierra, en la garganta ronca del hincha que nunca se rinde.Quizás la modernidad nos haya quitado algo de ingenuidad, pero no podrá arrebatarnos la memoria. Porque mientras haya alguien que cierre los ojos y escuche el eco de una tribuna encendida, el espíritu de aquellos grandes clubes, de aquellos grandes jugadores, seguirá viva,latiendo en cada grito, en cada bandera, en cada corazón azul o amarillo que todavía sabe lo que significa amar los colores. (O)