De cómo el crack cambia el humor de un país en cuatro segundos, de eso trata esta nota. De cómo un fenómeno le dibuja una sonrisa a quince o veinte millones por encanto y les hace creer que las cosas van bien, que hay trabajo, que los precios son accesibles, la vida no es tan mala como uno pensaba y la esperanza es una chica aguardándonos a la vuelta de la esquina. De cómo uno está viendo reposadamente un partido en la sala y un sujeto te hace eyectar del sillón, gritar desaforadamente ¡GOOOOOOOOOOOOOLLLLLL…!, volcar el vaso, tirar una lámpara de pie, romper sin querer el vidrio de la mesa ratona y luego se te viene encima tu esposa con cara de guardiacárcel a reclamar (con todo derecho): “¿Pero vos estás loco…?”.

“No, mi amor, la culpa es de Luis Díaz… ¡Mirá el gol que hizo…!”

A manera de licencia, la palabra crack se utiliza de modo genérico: “Los cracks arribaron ayer para sumarse al seleccionado”, “Fueron vacunados los cracks del Barcelona”… Pero no es tal, crack hay uno sólo en un equipo, y muchas, muchísimas veces, ninguno. Crack es aquel que a partir de su inmensa capacidad puede resolver individualmente problemas colectivos. El capaz de ganar un partido solo. Crack es Luis Fernando Díaz, el que venció a Perú 3 a 2 y cayó como meteorito en suelo brasileño. Y crack es el tipo que te hace cambiar toda la nota que tenías planeada y se impone como tema. ¡Qué crack…!

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La consagración absoluta de este diamante altera toda la percepción hacia Colombia y la torna decididamente auspiciosa. Ya le habíamos visto un golazo a Defensa y Justicia en cancha de Independiente por Copa Sudamericana y derramamos frascos enteros de mermelada sobre él cuando marcó otro golazo (¿no tiene goles feos…?) a Corea del Sur en marzo de 2019. En ese momento escribimos para El Tiempo: “El otro gran descubrimiento tiene nombre común: Luis Díaz. Hay miles de Luis Díaz, pero este es el mejor de todos. No sólo juega maravillosamente, además demostró que es jugador de selección. Entró como si fuera su equipo de toda la vida. Gracias a su habilidad y técnica, sirve donde lo pongan, brilla y llega al gol, que casi siempre son golazos, como el que sirvió para eliminar a Defensa y Justicia. Con 22 años fresquitos está para diez más de selección. Es la noticia de tapa para Colombia”.

Dos años y pico después confirmó todo. Pero aquello era un amistoso, este es el marco que lo catapulta a todo: al reconocimiento internacional, a la idolatría, a irrumpir en el primer plano entre los futbolistas más buscados de Europa. Hubo varios destaques en la Eurocopa, aunque ningún jugador tuvo siquiera una actuación parecida a esta.

Hasta hoy, la página de Transfermarkt (dedicada especialmente a cotizaciones y transacciones en fútbol) lo tiene valuado en 18 millones de euros. Ya se habrá multiplicado por cinco. El FC Porto es una corporación que vive de los traspasos, trabaja con varios empresarios, sabe que tiene oro en las manos y este es un filón de los grandes: reúne velocidad, atrevimiento, fortaleza mental, brillante remate, gol, verticalidad, gambeta hacia adelante, desequilibrio. O sea: uno contra uno, lo más difícil del fútbol. Para los costados la pasan todos. Díaz hace pedazos la tesis de que los delanteros no han hecho goles por falta de abastecimiento: se arregla con cualquier pelota insulsa que le den a treinta metros del arco y la mete. Al bueno de verdad cualquier ecosistema le viene bien.

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El balance de Colombia era moderadamente positivo, con unos pesitos en la cuenta; Luis Díaz adulteró los números y lo elevó a muy bueno, auspicioso, tranquilizador. Hasta le hizo ganar un millón de dólares más a Colombia. De no haber existido este partido por el tercer puesto, que dicen está de más, nos habríamos perdido la noche de Díaz. Tres de sus cuatro goles son perfectamente los tres primeros del ránking de la Copa: 1) a Brasil, 2) a Perú (el segundo), 3) a Argentina.

Puede ser (o es) la aparición estelar que el fútbol sudamericano estaba esperando. Futbolísticamente tiene todo; lo que no sabemos es qué hay dentro de su cabeza, si es lo suficientemente sólida para resistir lo que le vendrá (fama, dinero, elogios, mujeres). Pero su ficha entrega un dato revelador y de buen augurio: en apenas cinco años lleva disputados 273 partidos entre clubes y selecciones, eso significa casi 55 juegos por año, número muy alto. Si un jugador no observa una conducta responsable, si no se cuida, no alcanza semejante promedio. También habla de una trayectoria sin lesiones. Luis Díaz es descendiente puro de los wayús, pueblo indígena de la península de La Guajira colombiana. Se presentó espontáneamente en una prueba en la que El Pibe Valderrama elegía 22 jugadores para la Selección Colombiana Indígena. Con sólo dos toques y un par de gambetas encantó al enrulado seleccionador y fue el capitán de Colombia en la Copa Americana de Pueblos Indígenas disputada en Chile, anotó dos goles y lo eligieron capitán del equipo. Al regreso, Valderrama lo recomendó al Junior y así empezó profesionalmente. Luego de tres temporadas sobresalientes en el club barranquillero saltó por 7,2 millones de euros al club portugués que, mínimo, va a sacar diez veces ese valor. Es el mismo club que fichó a James Rodríguez por 5,1 millones y lo cedió al Mónaco en 45. Y a Falcao García en 5,43 a River para pasarlo al Atlético de Madrid en 40. “El Porto posee una organización enorme entre observadores, entrenadores y agentes, no se les escapa nada”, nos contó Jorge Fucile, aquel gran marcador de punta uruguayo que jugó siete años en el club Del Dragón.

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Permítasenos volver al comienzo: el fútbol se juega como lo enseña Luis Díaz, con energía, con pasión, con ganas de demostrar, con rapidez, encarando, buscando el gol, aprovechando todo lo que le dan o le dejan, verticalizando la maniobra. Iluminó la Copa América. Se quiere comer el mundo. Y tiene con qué. (O)