El 2 de diciembre de 2010, en Zúrich, el Comité Ejecutivo de la FIFA designó a los países que organizarían los mundiales del 2018 y 2022, Rusia y Qatar, respectivamente. La noticia causó gran sorpresa en todas las esferas del fútbol en el planeta. El anuncio fue toda una novedad, porque por primera vez el torneo se realizaría en un país de Europa del Este y porque el mundo árabe sería protagonista de la mayor fiesta del balompié internacional desde Uruguay 1930.

Llamó la atención que Rusia superara a los otros pretendientes, naciones con gran tradición futbolística, como España, Portugal, Inglaterra y la candidatura de Países Bajos con Bélgica; y que Qatar haya sido escogida sobre las aspiraciones de Estados Unidos y Australia. Las razones que alegó FIFA fueron el afán de ampliar el espectro universal en favor del desarrollo y la práctica de este deporte.

El simplismo sobre el razonamiento dejó más dudas que certezas, las que, con el pasar del tiempo, se fueron descubriendo. Se abrieron investigaciones que revelaron la trama de corrupción que influyó para que la FIFA designara a esos dos países. Todo había sido fraguado en el 2009, en Tokio, cuando se decidió, en una resolución histórica, que se eligieran por primera vez dos sedes en un mismo acto.

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Cuando se conocieron los nombres de Rusia y Qatar, Joseph Blatter, presidente de la FIFA en esos años, intentando aplacar los altisonantes comentarios sobre esas sorpresivas decisiones, declaró: “Estoy convencido de que el organizar el Mundial en esas regiones le hará bien a esa parte del mundo. La decisión es muy acertada”.

Lo que desconocía Blatter es que esa medida provocó que el Departamento de Justicia de Estados Unidos iniciara una profunda investigación. En el 2015 se informó el descubrimiento del mayor escándalo de corrupción en la historia, que manchó al balompié y a su institucionalidad. También se incluyó el capítulo que explicaba la red de sobornos empleados por Rusia y Qatar para conseguir las sedes de los mundiales.

Fueron cayendo todos los involucrados en esa malla de corrupción. La mayoría de los directivos de las federaciones, asociaciones y confederaciones latinoamericanos recibieron millones de dólares para torcer la decisión y votar como sedes por Rusia y Qatar. La “impoluta” FIFA cayó en desgracia. El director del escuadrón de delincuencia organizada del FBI de Nueva York declaró: “La especulación y el soborno en el fútbol internacional han sido prácticas arraigadas y comúnmente conocidas durante décadas”. Lo que le faltó mencionar al FBI fue cuáles eran las razones de fondo que inspiraron este escenario de sobornos. Por eso, a estas alturas, asombra el doble estándar con que Blatter manejó los intríngulis arteros para manipular los grandes intereses geopolíticos. Luego de aquello, el fútbol cambió para siempre.

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En el tratado El fútbol y la manipulación social, el periodista Santiago Flores Álvarez afirma que a este deporte, en el mundo actual, se lo usa como un negocio o lo siguen como ideología, pero detrás hay intereses ocultos que sirven como instrumentos de poder para hacer dinero, controlar y manipular.

Por eso, creo —y estoy convencido— de que Blatter entró al juego de los poderosos porque se creía con las agallas para someterlos, pero sucumbió en el intento. El dirigente suizo nunca entendió la intención de Vladímir Putin y su afán por extender todas sus influencias usando el fútbol. En su plan geopolítico expansivo, usó a uno de sus poderosos socios: Román Abramóvich, quien a los 40 años se volvió el personaje más adinerado de Rusia. Se convirtió en el dueño de Sibneft, la empresa que manejaba el petróleo y gas rusos, que la revendió diez años más tarde por 11.800 millones de dólares. Se conoce que el magnate fue quien recomendó a Putin para que se convirtiera en sucesor de Boris Yeltsin y se sentara en el sillón del Kremlin. Abramóvich en el 2003 aterrizó en Londres para comprar el equipo inglés Chelsea.

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Invirtió 165′000.000 de euros y se afirma que ha gastado más de 2.000 millones en jugadores para convertirlo en un equipo poderoso. El poder ruso había llegado a la Europa occidental para expandir su dominio. Putin anhelaba el Mundial 2018 y lo consiguió. Usó todas sus influencias. Fueron numerosas las reuniones de varios directivos del Comité Ejecutivo de la FIFA con Abramóvich, quien fue el ejecutor de los sueños de Putin. Con el tiempo se descubrieron cuáles fueron los principales motivos que convencieron a la FIFA para otorgar a Rusia la sede.

Hoy el escenario con Rusia cambió. Abramóvich fue obligado a desinvertir y vender el Chelsea, y se suprimieron todas las grandes inversiones rusas en Europa por la guerra contra Ucrania. Pero el fútbol es un fenómeno social y los árabes se dieron cuenta de esos atractivos inapelables. Los primeros rasgos de esa intención se conocieron cuando, en 1997, el egipcio Mohamed Al-Fayed adquirió el famoso almacén de Harrods y el Ritz, en París; también compró el equipo británico Fulham.

La geopolítica de los árabes convenció a los entusiasmados dirigentes de la FIFA y la irrupción de los petrodólares invadió Europa. Pero para conseguir una Copa del Mundo por esas lejanas tierras debían invertir algo de sus inmensas fortunas en el fútbol, y no perdieron tiempo. La familia real de Abu Dabi compró el Manchester City y también el Newcastle por 409 millones de dólares. La compañía que maneja Mohamed Bin Salmán y Nasser Al Khelifi es dueña del Paris Saint-Germain. Este qatarí revolucionó el fútbol al unir a Neymar, Lionel Messi y Kylian Mbappé, mientras que otro grupo adquirió el Almería de España.

Cuando se supo que Qatar iba a ser la sede del Mundial 2022, por “coincidencia” las inversiones en el fútbol abundaron. El músculo inversor Qatar Airways patrocinó la Copa Libertadores, la Sudamericana, la Eurocopa, la Liga Nacional de Concacaf, y ni hablar de equipos como el Bayern de Múnich, AS Roma, Málaga. Además, Qatar Fundation y Airways estuvieron en las principales camisetas del FC Barcelona.

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El Mundial en Qatar fue un hecho. Los millones de dólares convencieron ipso facto al Comité de la FIFA. Se conoce que el dirigente de Trinidad y Tobago Jack Warner era el principal operador en quien confiaban los qataríes, y que este recibió en sobornos más de 50 millones de dólares. En su calidad de presidente de la Concacaf, consiguió que los votos fuesen a favor de Rusia y Qatar. Hoy los árabes han encontrado en el balompié una nueva exquisitez. El Mundial Qatar 2022 fue la opulencia en su máxima expresión. Se gastaron más de 220.000 millones de dólares para realizar el Mundial.

Hoy, Arabia Saudita no quiere quedarse atrás. Rompieron todos los esquemas y convencieron a Cristiano Ronaldo para que en su proceso de extinción como futbolista siga acumulando fortunas: $ 212 millones al año es una respuesta a la irreal normalidad. Los árabes consiguen todo lo que desean. La convergencia planetaria que vive el fútbol hoy sigue entusiasmando al aficionado, aunque tras bastidores la geopolítica y los petrodólares lo dominarán a cualquier precio. No les importa si tienen que hacer olvidar los románticos orígenes, la expansión y esfuerzos de tantos años: si es necesario, van a modificar el paradigma del mundo del fútbol. (D)