Hay tres dioses del fútbol, por orden cronológico, PELÉ, MARADONA y MESSI. En mayúsculas. De ellos, cualquiera que se elija como primero está perfecto. Después, en orden descendente, hay monstruos, grandes, cracks, figuras, muy buenos, buenos. Dioses son tres. Han vencido al adversario más difícil: el tiempo y están por encima del tropel de gigantes de este deporte. Lo que el filtro del tiempo hace lo grafican algunos nombres. Al momento de su retiro, Zinedine Zidane era visto como un fenómeno capaz de entreverarse en el podio con Pelé y Maradona; diecinueve años después vemos que fue un magnífico jugador, diríamos excepcional, que podría estar séptimo u octavo. Hasta ahí. Hoy, Cristiano Ronaldo puede ser ubicado quinto o sexto, detrás de los dioses y también de Cruyff y Di Stéfano. Por su número de goles. Cuando transcurra una década o dos quizás no entre en el top diez.

Es la tarea depuradora del implacable tiempo, ese juez que ajusta todas las tuercas y vence a la mediatización, al marketing, a las redes sociales, a la euforia del momento. Cuando las luces se apagan y cesa el runrún, emergen los valores supremos: la clase, la magia, la grandeza, la influencia de un personaje en su época y en las siguientes. No alcanza con tenacidad o preparación física, ni siquiera con triunfos, hay aspectos estéticos que convierten a un deportista en ícono: la habilidad, el talento, el genio.

Publicidad

Luego vienen ciertos reparos folclóricos: si el Gordo Ronaldo hubiera sido flaco, si Neymar se hubiera cuidado, si el alcohol no hubiera atrapado a George Best, si Platini fuera campeón del mundo… Las carreras son lo que terminan siendo. Y cada cual llega hasta donde su mente se lo permite. Los tres dioses ocupan ese sitial porque alcanzaron los máximos títulos, marcaron cientos de goles, lograron hazañas y, sobre todo, por la clase magistral de su juego. Imposible llegar a ese nivel sin ser un prodigio técnico, solo por fuerza o por estadísticas.

Publicidad

La Champions prometía una semana espectacular de fútbol. Y cumplió. Solo el 3-3 de Barcelona-Inter representó lo más hermoso de este fantástico juego-deporte-entretenimiento-negocio. Fascinante por calidad y emoción. No obstante, un nombre se situó por encima de la instancia decisiva, de equipos, resultados e incidencias: Lamine Yamal. Eclipsó todo lo demás. Los focos del fútbol mundial, unánimes, se posaron en él. No es que jugó bien, muy bien o fabulosamente bien, es que dejó trazos de pintor genial, de futbolista completamente diferente al resto, de posible aspirante a todo: a campeón mundial, a Balón de Oro, a superestrella.

Hizo maniobras de genio, de elegido, de grande de cualquier tiempo. Nos recordó aquella tarde de abril de 1973 cuando Huracán derrotó a Vélez 1 a 0 con gol de un muchachito que nadie conocía: René Orlando Houseman. René se gambeteó hasta a los fotógrafos de atrás del arco, hizo cosas tan asombrosas que, al crepúsculo, todo el fútbol argentino se preguntaba: ¿Qué es esto…? ¿De dónde salió este monstruo…? Con Lamine es igual. Houseman tenía 19, Lamine recién va por los 17. Es un caso absolutamente extraordinario por lo inusual.

A su misma edad -17 años y 291 días- Messi llevaba nueve partidos en Primera, un gol, cero asistencias y, por supuesto, ningún título ganado. Lamine suma 119 encuentros, 26 goles, 37 asistencias y cuatro torneos conquistados: liga, Copa del Rey, Supercopa de España y Eurocopa, siendo figura en todos. En un mes podría agregar otra liga y la Champions. Este catalán hijo de inmigrantes africanos hizo su aparición en la selección española marcando un gol y dando una asistencia con 16 años y 57 días. Casi un cuento.

Publicidad

Jamás el fútbol vio una cosa así. Como escribe Alfredo Relaño en AS: “Tiene 17 y le quedan al menos otros 17 de fútbol”. En cuestiones de precocidad este chico obliga a remitirse a Pelé y Maradona, a nadie más. Los tres debutaron a los 15. En Argentina es edad de octava división. Ningún técnico apela a un chiquilín de 15 años si no le ve condiciones paranormales, atípicas, si no advierte un carácter capaz de soportar anímicamente la presión, las patadas, los insultos, incluso el amedrentamiento que ejercen los mayores. Vayan todos los honores para Xavi Hernández por su valentía para ascenderlo y mantenerlo en el primer equipo.

Agréguese que Maradona debutó en el minúsculo Argentinos Juniors y Pelé en el Santos, por entonces un equipo chico que intentaba jugarles de igual a igual a los grandes de San Pablo. Muy lejos de la dimensión global del FC Barcelona. A cualquier adulto de 30, estrenarse de titular en el Barça le hace temblar las piernas. Cuando se retiró Pelé no pensábamos que aparecería otro de su calibre. Pero inmediatamente Maradona saltó al estrellato. Cuando Diego dio las hurras, no soñábamos con otro de su dimensión, y surgió Messi. Ya fueron cientos las voces que sentenciaron que pasaría una vida antes de que volviera a tocar el timbre otro fenómeno como Leo, pero aquí está Lamine.

Publicidad

Esta Champions 24-25 nos ha regalado espectáculos inesperados por lo sensacionales, pero también nos ha dejado la confirmación de Lamine. Aunque ya venía maravillando, en un solo partido se postuló al Balón de Oro. La pregunta ahora no es quién lo gana, sino cómo se lo sacan. ¿Vinícius, Mbappé, Dembélé…? Son otra cosa. Este apunta a las cumbres más altas, adonde aquellos no pueden llegar, no les da. Debería el Barcelona perder liga y Champions para que se despinte la candidatura de Lamine. Y aun así se situó como ultrafavorito.

El solo hecho de encarar a los rivales ya lo convierte en distinto, en superior al resto. Vemos infinidad de futbolistas que toman la pelota, arrancan hacia adelante y, apenas se les pone enfrente un marcador, frenan, giran y tocan hacia atrás. Carecen del ingenio, el atrevimiento o la mentalidad para acometer al adversario. La frescura de su juego es lógica siendo tan juvenil, pero, después de una vida dedicada al análisis del juego y los jugadores, lo que uno no alcanza a entender es cómo un jovencito tiene la soltura, la confianza, el desparpajo para ir a buscar a defensores fuertes, hechos, a veces feroces (como Rudiger) y pasarlos hologramas, como si no estuvieran ahí.

El pie izquierdo es el cursor de la computadora, va donde quiere, se mueve con la misma facilidad. Le pega a la bola casi sin espacios, sin sacar la pierna hacia atrás y la coloca. No patea al arco, patea a un lugar del arco. Ve pases frontales que nadie más ve, ni el espectador por televisión. Cuando el equipo va perdiendo, todas las esperanzas se depositan en él, lo que dimensiona su importancia. Tiene una gambeta difícil de desentrañar. Peca de realizar casi siempre la misma jugada: amagar por fuera, enganchar hacia adentro y pegarle combado al segundo palo. Por ahora sorprende con eso, puede que en un futuro cercano se la neutralicen por conocida. Debería incorporar maniobras diferentes. Sin embargo, posee una fantasía que no se ve en nadie más para los próximos años.

La única duda está en la cabeza: qué habrá ahí adentro. Si habitarán en él la constancia, el cuidado personal, la ambición de seguir ganando de los superhéroes… Si será capaz de aguantar la fama, las toneladas de dinero que se le vendrán encima, las botineras que lo cercarán, las lesiones… Si logra mantenerse a salvo de todo ello durante otros 17 años, puede aspirar al trono de los dioses. Por ahora es el candidato excluyente. (O)

Publicidad