“Estoy en el aeropuerto de Kansas, hago conexión en Las Vegas para llegar a Fort Lauderdale a las 9 de la noche porque el próximo partido de Perú es en Miami y estaré cerca. Esto es muy agotador, dormí en el aeropuerto y hace diez horas estoy acá”, contaba Fernando Jiménez, director de Todo Sport, de Lima, cuando lo llamamos por WhatsApp hace dos semanas. Fernando es uno de los pocos kamikazes que se arriesgó a ir a Estados Unidos a cubrir esta Copa América esparcida por catorce ciudades en un gigantesco país de 9.147.593 km2. Faltó darle un partido a Alaska y otro a Hawái. Los periodistas, o sea los encargados de difundir el torneo, se quejan de desatención, desamparo, desorganización, falta de comodidades mínimas para desarrollar su trabajo. Las selecciones tampoco están muy contentas de viajar miles y miles de kilómetros.

Es el anticoncepto de torneo, como si los Juegos Olímpicos se anunciaran en París, pero el atletismo tuviera sede en Moscú, las regatas en Suecia, la natación en España y las pesas en Turquía. No hay carácter aglutinador.

Las grandes cadenas esquivaron el bulto. ESPN eligió la Eurocopa antes que la Copa América y mandó todas sus estrellas a Alemania, con Mariano Closs y Diego Latorre a la cabeza. Caracol y RCN, dos enormes conglomerados periodísticos, toda la vida acompañando a la Selección Colombia, compraron los derechos, pero no enviaron un equipo, relator y comentarista cubrieron las alternativas desde estudios en Bogotá como hicieron casi todos los canales latinoamericanos. Va un reportero, el que está en las puertas del estadio y le hace notas a los hinchas que van llegando enfundados en su camiseta. La logística en Estados Unidos es imposible y cara. La inversión no tenía retorno, hubiese sido todo a pérdida. En cambio, en Alemania las distancias son cortas y les permite a los periodistas ir a todos los estadios y pintar el espectáculo.

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Vuelve Fernando Jiménez: “Para que tengas una idea, el partido de Perú y Canadá, en Kansas, terminó a las 7 de la tarde, hasta escribir, las ocho, hasta salir, las nueve, un calor infernal de 39 grados, pedimos un Uber que demoró unos quince minutos, nos fuimos a un parque a hacer un poco de tiempo y llegamos al aeropuerto a las diez y media de la noche. Vacío totalmente el aeropuerto. Dormimos como pudimos ahí en bancos porque el vuelo salía 9:40 de la mañana para Las Vegas, una hora de vuelo en un avión pequeño. No hay tantos vuelos. Esperar allí unas tres horas y trasbordar para Fort Lauderdale, donde llegamos 8 y 30 de la noche. A cuarenta minutos de allí, en Miami, iba a jugar Perú con Argentina. Así es todo en esta Copa. No te permite nada, es un agotamiento total. Yo vi los tres partidos de Perú y nada más, ni Eurocopa ni otros de Copa América, estoy en blanco. Y en los hoteles, llegas y quieres ver un partido y no lo pasan en la televisión abierta ni en el cable, debes comprarlo aparte”.

El enviado especial como se estiló siempre, que llega a un torneo, acompaña a los equipos, hace entrevistas y cuenta lo que ve desde adentro para trasladarlo al público de su país, aquí no existe, no tiene la menor posibilidad física ni económica de hacerlo. Perdería todo su tiempo en viajes sin mayor sentido. La Copa es una suerte de conejillo de indias del Mundial, que es el premio gordo. Estados Unidos albergará 78 de los 104 encuentros del Mundial 2026. “Acá hay muchos aspectos que no están bien en el torneo y es difícil solucionarlos porque no hay una cultura futbolística ni siquiera mínima en la ciudadanía. Los que no son latinos no saben ni lo que es el offside. Pienso que la FIFA va a arreglar algunas cosas porque tiene mayor autoridad y trae un ejército de gente. Como el tema de las canchas. Se ufanan de poder cambiar el piso sintético por el de césped en un día, pero luego los panes se levantan. Hay infinidad de cosas como esas para resolver y mejorar”, dice Sergio Levinsky, periodista argentino que también asistió a la Copa y lamenta haberlo hecho.

Estados Unidos es un país maravilloso, no tiene la culpa de ser tan vasto. Y lo bueno es que siempre está dispuesto a montar un torneo cuando las demás naciones no tienen posibilidades de organizarlo. Sólo hay que llevar al trapecista, el domador y los leones. Tiene la infraestructura lista y, por la peculiaridad de albergar 65 millones de inmigrantes latinoamericanos, puede llenar los escenarios. Pone la casa y se queda con la recaudación que dejan los invitados, pero de la parrilla y el asado que se encarguen otros. Ese no es su problema, no organiza estos torneos ni los pide, se los ofrecen, aunque este le vino de perlas como preparativo del Mundial de Clubes 2025 y del de selecciones 2026. El negocio grande lo hacen los dueños de los equipos de fútbol americano, que por lo general son propietarios de los estadios. No se puede jugar en la calle, hay que ir al pie de ellos y se llevan la tajada gruesa.

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No hay clima de Copa porque la Copa es un evento más entre miles en Estados Unidos. El señor que vive enfrente del estadio en Houston o en Kansas no sabe por qué están las luces prendidas ni qué hace toda esa gente allí. Tal vez piense que es un recital de rock. Distinto a cuando se juega en Sudamérica, que es una fiesta popular y el país entero está inmerso. Los organizadores venden los derechos de televisación, una empresa envía las imágenes al mundo y ahí, más o menos, termina todo. Es un torneo de televisión. Pero dados los volúmenes de dinero que genera en Estados Unidos es posible que no vuelva a Sudamérica.

“Los pasajes no son caros si los sacás con anticipación, pero ocurre que la Conmebol te avisa un día antes si estás acreditado”, dicen los cronistas, que son pocos en relación a otras copas anteriores. Lo mismo los fotógrafos. “En una semifinal o final de los Mundiales somos entre 600 y 800 fotógrafos en campo y otros 300 en tribuna, acá no pasamos de cuarenta porque es muy difícil todo y finalmente no vienen”, dice Rafael Crisóstomo, ex del Washington Post. “No hay un centro de prensa general. En los estadios ponen una mesita con un mantelito y un voluntario detrás. Y unas mesas para trabajar. Hasta el más humilde centro de prensa de nuestros países es un lujo al lado de esto”, cuentan los colegas sudamericanos.

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La prensa ha ofrendado al fútbol cientos de miles de millones de páginas de diarios y revistas, miles de millones de horas de radio y televisión, han fabricado la popularidad que este deporte tiene. Y lo han llevado a ser un negocio colosal, tan grande como el petróleo, el turismo, las finanzas. La organización del fútbol le ha soltado la mano, la ha abandonado. (O)