Elsa, una señora ecuatoriana de 77 años, no sabe de fútbol, nunca la sedujo. Se aficionó en este Mundial. Hinchaba por Marruecos. No porque le guste Marruecos, suponía que era un rival más accesible para Argentina. Pero perdió. Inmediatamente llamó a su hijo, angustiada, para preguntarle si cree que Francia es un rival demasiado poderoso para Argentina. La sobrecoge el temor de que Messi pueda no ser campeón. Tiembla de solo pensarlo. Sin darse cuenta, ella también lo adora y anhela que levante esta Copa. Como Elsa, cientos de millones sufrirán por él. No por Argentina, por él. Si Messi metiera un gol el domingo, los decibeles del festejo equivaldrían al de mil bombas atómicas. Salvo en España y Holanda, en millones de hogares de América, Asia, África, Europa, un alarido atravesará los mares, las montañas, los husos horarios y se conectará para atronar el espacio cósmico en un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL...! de esos que se rugen con el alma, un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL...! de los que nos abrazamos con el primero que vemos, besamos al perro, tropezamos con la mesita del living, rompemos un vaso, lanzamos un improperio, salimos al balcón a gritarle a alguien nuestra emoción...