El tiempo se detuvo en Azamor 523, Fiorito. Lo que hace sesenta años podía calificarse como una casita humilde y mínima es ahora una tapera. El alambre que la separa de la vereda parece caerse, todo está desprolijo en lo que debiera llamarse jardín, hay trastos dispersos por el piso de tierra, los árboles sin podar fueron ganando terreno y le dan un aire sombrío. El estado de abandono entristece. Lo único que emociona es una pintura de Diego Maradona vistiendo la celeste y blanca en el frente de la vivienda, tomada del astro en el Mundial ‘82. Y algunas camisetas que lleva la gente y deja colgada de un árbol, de una reja. Esa ruina que vemos es la primera morada de quien, para millones, fue posiblemente el mejor futbolista de la historia.