Después de terminar la participación de Ecuador en la Copa América 2024, en nuestro ambiente futbolístico quedó un sabor amargo. Calificar como aceptable el desempeño de la Selección, por la clasificación a cuartos de final y ser eliminados por Argentina en un partido in extremis, en una tanda de penales, es hacer un análisis acomodaticio. Para quienes tomamos en cuenta el rendimiento futbolístico el papel de la Tricolor en el torneo solo puede ser llamado decepcionante.

Por supuesto, esta valoración también incluye los resultados obtenidos: de cuatro partidos solo se ganó uno, ante una elemental Jamaica, equipo ubicado en el puesto número 53 del ranking FIFA.

Había la esperanza de que la Selección estuviera en el momento ideal para soñar con traernos la Copa América a nuestras vitrinas, por primera vez. Fue una ilusión creada de los lugares más altos de la dirigencia de la FEF, y sobre todo por los propios deportistas –bajo la premisa de que estamos frente a una generación de futbolistas con recorrido, nivel técnico y juventud–. Ese pensamiento se repitió tantas veces que hizo olvidar las críticas que soportaba la Selección. Pero el entusiasmo de ver por fin una Tri victoriosa, en pocos días se desparramó como castillo de naipes.

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La renuncia de Félix Sánchez Bas, convertida en crónica de una ruptura anunciada, fue lo mejor que le pudo pasar a la Selección. La controversia entre el razonamiento del español –respaldado por quienes no querían contradecirlo– y la opinión de la mayoría de la prensa del país –apoyada por la afición– fue causa para que el español dimita. A muchos no nos sorprendió esa decisión.

En sus últimas participaciones en ruedas de prensa se lo notaba ofuscado, como cuando apoyó los dichos desacertados de Carlos Gruezo, que fustigaba a la afición ecuatoriana. También cuando ante el requerimiento de un periodista sobre la falta de estilo de la Tri, lejos a todo lo ofrecido cuando asumió la dirección técnica, Sánchez Bas suelto de huesos contestó que no sabía quién ofreció lo que le reclamaban. Esta contestación fue fácil desmentirla con sus propios dichos. Revisando archivos encontramos su versión de cómo le gusta que jueguen sus equipos. Lo resumió así: “Soy fiel a la filosofía de juego de Johan Cruyff. Priorizo el control del balón para dominar las transiciones, para así encontrar posicionamiento ofensivo”.

No hay que ser erudito en fútbol para entender que en 19 partidos que estuvo al frente de la Selección, nada de esos principios básicos se cumplieron. Sánchez Bas, en cada una de sus últimas declaraciones, ya se mostraba esquivo y exhibía una confusión dialéctica de padre y señor nuestro.

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Al final, el cuerpo técnico español se fue sin que nadie sufra su partida. Seguramente nadie los extrañará. Lo único que dejaron fue la confirmación de que los procesos que no se consolidan deben interrumpirse en el momento oportuno, antes de que el fracaso sea definitivo, que es hacia donde nos llevaba poco a poco.

Sánchez Bas fundamentó su renuncia en que existía demasiada presión en su entorno, que las críticas en redes sociales eran desmedidas y que los reproches de la prensa eran severos. Se comprueba que no estaba preparado para dirigir a una selección en las eliminatorias sudamericanas. Pero conocemos que el motivo clave de su renuncia es que aceptó una suculenta oferta económica del Al-Sadd, de Qatar.

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Ante este hecho, hoy la FEF tiene una nueva oportunidad para escoger un cuerpo técnico que tenga la capacidad de reconstruir la imagen de nuestro fútbol, que en estos últimos años parecía que tomaba forma. Es posible que muchos consideren que a partir de la llegada de los técnicos colombianos se inició el proceso de identificación de nuestro balompié. Para mí, ese fue la reanudación de aquella matriz que dejó diseñada el DT montenegrino Dusan Draskovic, a partir de 1988, cuando identificó que el futbolista ecuatoriano debía aprovechar su potencia física, velocidad y técnica, pero que era necesario trabajar mucho en la educación táctica y la convicción emocional.

La ratificación de los avances llegó con las participaciones de los mundiales del 2006 y 2014, y fue complementada en el 2019 con el título sudamericano sub-20 y el tercer puesto en el Mundial de la categoría. Otro elemento alentador fueron las contrataciones de futbolistas ecuatorianos para jugar en las ligas de más renombre en Europa.

Lamentablemente, la incorporación de los dos últimos técnicos a la Selección demostró que Gustavo Alfaro ni Félix Sánchez Bas eran los idóneos para liderar el crecimiento futbolístico. Alfaro siempre ha privilegiado los formatos defensivos como su principal argumento. Aunque consiguió la clasificación al Mundial de Qatar 2022, no contribuyó en nada a darle forma a la identidad de nuestro fútbol. El propio presidente de la FEF reconoció aquello cuando declaró que Alfaro no dejó ninguna herencia de su trabajo del 2020 al 2022.

Si nos referimos a Sánchez Bas, la falta de contenido futbolístico fue el rasgo principal de su tránsito al frente de nuestro combinado. Resultadista al máximo, insistía en la ubicación en zona en las eliminatorias como su máxima carta de presentación. El español también fracasó al desaprovechar las principales características del futbolista ecuatoriano. Pasamos de Alfaro, el “cazador de utopías imposibles”, al imposibilitado de cazar utopías: Sánchez Bas.

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Con estos antecedentes, es tiempo de que la FEF fije, para escoger el nuevo cuerpo técnico de la Selección, parámetros previamente analizados. Se pueden detallar las características y requisitos que deben cumplir los candidatos, como son: 1) Tener la suficiente personalidad y autoridad para hacer respetar su posición jerárquica y que sea inflexible al castigar las violaciones a los códigos de conducta. 2) Conocer sus antecedentes, trayectoria, conceptos y preferencias tácticas. 3) Tener independencia total en la toma de sus decisiones, completa autonomía para hacer convocatorias y para alinear (este es un tema tabú que tomó vuelo y tuvo sustento, que comenzó como simple suposición. Este factor tiene que ver con la personalidad del DT que se escoja).

Si esas condiciones se cumplen, el entrenador elegido dará más certezas a la dirigencia de la federación, confianza al aficionado y tendrá el apoyo de la prensa. Con estos argumentos vale el principio de que si se contrata a quien tiene buenos antecedentes, aplicará lo que sabe. Pero si se ficha al más económico, uno sin mayores antecedentes, seguro hará lo que alguien le recomiende.

La responsabilidad está en las manos de la dirigencia. Tiene una tarea que exige “apresurarse lentamente”, como dijo el emperador romano Augusto. La Ecuafútbol está ante una gran oportunidad y tiempo para sincerar sus ideas y procedimientos, también para mejorar las relaciones con los demás actores activos y pasivos de nuestro fútbol.

Es importante que comprendan en la federación que el éxito de la dirigencia puede ser considerado importante, pero a la vez es relativo, porque siendo la Selección un patrimonio, los éxitos y la gloria son un derecho absoluto de la sociedad ecuatoriana. (O)