El pasado domingo 28 de julio, Quito despidió a Armando Tito Larrea, una de las figuras más emblemáticas del fútbol nacional, quien falleció a los 81 años. Larrea, conocido por su destreza y velocidad en el campo, dejó una huella imborrable en la historia de Liga Deportiva Universitaria (LDU).

Nacido en Guaranda en 1943, Tito Larrea fue el cuarto de seis hermanos. Sus padres, Miguel e Imelda, decidieron emigrar a Quito en busca de mejores oportunidades. Desde sus días de estudiante en la escuela Espejo y luego en el colegio Benalcázar, Larrea mostró un talento excepcional para el fútbol. A los 14 años, impulsado por su amigo Marcelo Zambrano, se unió a las categorías formativas de LDU. No pasó mucho tiempo antes de que los entrenadores del club notaran su habilidad y lo integraran de manera oficial al equipo.

Con apenas 16 años, Larrea fue convocado para formar parte del primer equipo de LDU, aunque inicialmente como suplente del destacado Roberto Pibe Ortega, puntero izquierdo. Sin embargo, una lesión del titular le abrió las puertas para debutar en el profesionalismo durante un crucial partido del campeonato interandino. Ese mismo año, LDU se consagró campeón del torneo de Pichincha, marcando el inicio de una carrera llena de éxitos para Larrea.

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Su talento no pasó desapercibido a nivel nacional. En 1963 fue convocado para representar a Ecuador en el Sudamericano en Bolivia, destacándose como titular indiscutible. Dos años más tarde formó parte de la selección que disputó las eliminatorias para el Mundial de Inglaterra 1966. Pero su mayor gloria llegó en 1969, cuando LDU, bajo la dirección del brasileño José Gómez Nogueira, ganó su primer campeonato local. El equipo, apodado la Bordadora, por su estilo de juego elegante y virtuoso, se convirtió en una leyenda nacional.

La carrera futbolística de Larrea en Liga terminó en 1971. Con 28 años se unió a la U. Católica de Quito, contribuyendo significativamente a la mejor temporada del equipo camarata, que culminó en un subcampeonato nacional. Durante esta etapa participó por primera vez en la Copa Libertadores bajo la dirección de Alberto Spencer. Asimismo, reforzó al Everest de Guayaquil en la Copa Libertadores de 1963. Finalmente, se retiró del fútbol en 1975, jugando para la Universidad Católica, y se dedicó plenamente a su carrera como arquitecto.

Los años pasaron y durante el mandato de Rodrigo Borja Cevallos como presidente del Ecuador (1988-1992), Larrea fue designado secretario del Consejo Nacional de Deportes, el organismo rector del deporte en el país en ese entonces.

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Durante esos cuatro años coincidí con Tito como presidente de la Federación Ecuatoriana de Tenis (FET). Recuerdo con gratitud el apoyo y la apertura del presidente Borja, un amante del tenis y excelente practicante, quien formó parte de la selección de 1953, que participó en la Copa Patiño en Cali, Colombia.

En mi calidad de presidente de la FET invité a Larrea a unirse a la delegación que enfrentaría a Cuba en la Copa Davis, del 15 al 17 de junio de 1990, en el hermoso balneario de Varadero, a dos horas de La Habana. Llegamos el domingo 10 de junio, una fecha histórica para este deporte, ya que Andrés Gómez había ganado el Roland Garros.

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Antes de abordar el avión, disfrutamos de la noticia, y aunque el principal tema de conversación con los dirigentes Nicolás Macchiavello, Pastor Intriago y el mismo Larrea fue el triunfo de Gómez, fue imposible no hablar sobre la brillante trayectoria de Tito en el fútbol ecuatoriano. Su presencia evocaba respeto y admiración, reflejando el impacto duradero de su legado tanto en el campo de juego como en la gestión deportiva del país.

Y en la isla, la galería del hotel Cabañas del Sol se convirtió en el escenario perfecto para las tertulias de sobremesa. Allí, Tito, inicialmente reservado, poco a poco fue desvelando detalles de su paso por el balompié nacional, pintando un cuadro lleno de nostalgia.

Al hablar de dos estrellas, Jorge Pibe Bolaños y Polo Carrera, Larrea no escatimó en elogios. “Eran extraordinarios”, decía con admiración. Bolaños dirigía la orquesta en el campo con su carisma y su constante flujo de órdenes. En contraste, Polo Carrera era un maestro silencioso, cuya precisión y movimientos hablaban por sí mismos. Esta dualidad de estilos, según Larrea, ofrecía una variedad de opciones brillantes en cada partido.

Recordando su tiempo vistiendo la camiseta de la Tri, Tito evocó con especial cariño el partido de eliminatorias del 20 de julio de 1965 en Barranquilla. Contra todos los pronósticos, Ecuador derrotó a Colombia gracias a un gol soberbio de Washington Chanfle Muñoz. Larrea destaca la actuación de figuras como Pablo Ansaldo, Vicente Lecaro y Luciano Macías, quienes fueron infranqueables en defensa.

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Sin embargo, no todo fue gloria. “Jugamos en una cancha polvorienta, sin facilidades, y llegamos al estadio en un camión de transporte de mercadería bajo un sol inclemente”, recordó Tito.

La nostalgia pronto se tiñó de frustración al rememorar el polémico partido contra Chile en Guayaquil. La lesión de Ansaldo y las dudosas decisiones arbitrales marcaron el compromiso. Pero lo peor estaba por venir en Santiago, donde una injusticia arbitral privó a la Tri de la clasificación al Mundial de Inglaterra 1966.

“El árbitro uruguayo José María Codesal no quiso escuchar al línea que advertía que era gol ecuatoriano”, lamentó Larrea, quien había marcado esa anotación.

Pero más allá de las decisiones arbitrales, Tito apuntó a un mal mayor: el regionalismo. Con un silencio cargado de significado, afirmó que la presión de la prensa costeña llevó al técnico a excluir a los jugadores de la Sierra en la alineación final. “Eso le hizo mucho daño al país”, sentenció.

Al final, con una sonrisa melancólica, Larrea expresó: “Imagino que ustedes tienen la información contraria”. Consciente de la complejidad del tema, preferí no contradecirlo, dejando que sus palabras resonaran como un eco de una época pasada, marcada por la gloria y la controversia.

Tito no solo rememoró su historia personal, sino que ofreció una reflexión profunda sobre las heridas aún abiertas del fútbol ecuatoriano, un deporte donde el talento y la pasión a menudo se ven eclipsados por fuerzas externas.

En la vasta historia de nuestro balompié, pocos nombres resuenan con la misma fuerza y admiración que el de Alberto Spencer. Tito, una figura respetada en el ámbito deportivo, nunca dudó en afirmar que Spencer ha sido el mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos. Esta opinión, compartida por muchos, se cimenta en recuerdos imborrables y hazañas inigualables.

Hoy, al evocar esos recuerdos, no puedo evitar sentir una profunda nostalgia por las conversaciones inolvidables con el gran Armando Tito Larrea. Sus anécdotas y enseñanzas son un testimonio vivo de una época dorada del fútbol ecuatoriano, donde Cabeza Mágica Spencer brillaba con luz propia. (O)