Varios propósitos llevaba en la mochila el serbio Novak Djokovic al arribar a Melbourne para disputar el primer Grand Slam del 2023. Por supuesto, el más importante era coronarse y lo consiguió con una muestra de clara superioridad. En los quince días que duró el torneo jugó siete partidos y los ganó todos. Disputó 22 sets y tan solo perdió uno en la segunda ronda, ante el francés Enzo Couacaud, a quien derrotó en cuatro sets. A todos los demás rivales los venció contundentemente en tres sets corridos, incluyendo la final ante el joven tenista griego Stefanos Tsitsipas.

El rendimiento de Djokovic fue de un nivel superior. Literalmente destrozó a cuanto rival se le puso en frente. Además, contó con la vía libre que le dejó uno de los candidatos a la final, el español Rafael Nadal, retirado tempranamente por una lesión en la parte superior del muslo derecho, cuando jugaba un partido muy fuerte con el croata Marin Cilic. En la final, aunque los parciales demuestren que la contienda fue muy disputada (6-3, 7-6, 7-6), el poderío y el favoritismo del serbio nunca estuvieron en duda. Sus golpes contundentes y su resistencia y capacidad física demostraron que los casi doce años de diferencia con que supera al griego no le hicieron mella.

Djokovic, de 35 años, ganó el pasado domingo su décimo título del Abierto de Australia y además igualó los 22 Grand Slam de Nadal. El triunfo en Melbourne también le permitió recuperar el n.º 1 de la clasificación del ATP que estaba en poder del joven español Carlos Alcaraz, quien no pudo participar por una lesión. Al término del partido, tras saludar a su adversario, Djokovic evidentemente emocionado buscó a sus familiares, amigos, colaboradores, para encontrar el abrazo que amortigüe tanto sentimiento encontrado. Lloró a lágrima viva. Desfogue de emociones contenidas. De su memoria no se había borrado lo sucedido en el 2022, cuando llegó a Australia desafiando las normas migratorias que regían y exigían la prueba de la vacuna contra el COVID-19.

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Hubo un bochornoso evento con abogados y alegatos incluidos, hasta que fue deportado de manera humillante. Aquello generó una especie de incidente diplomático. El presidente serbio declaró que Djokovic era un héroe nacional, que lo perseguían, un luchador por un mundo libre. Un año después regresó al mismo lugar y Djokovic demostró de lo que es capaz con su reconocido carácter balcánico, categoría tenística e irreverencia. Las estadísticas del serbio son impresionantes: 22 títulos de Grand Slam (ha ganado por lo menos dos veces cada uno). Ningún otro tenista tiene 38 Masters 1000 y también los ha ganado dos veces. Tiene el récord de 373 semanas como el n.º 1 del ATP, 93 títulos ATP y si eso es poco, también ganó una vez con su país la Copa Davis.

Hace un buen tiempo leía una historia del tenis argentino en la que referían a la figura estelar de Guillermo Vilas. Al tratar la gran cantidad de títulos que Vilas ganó se explicaba la sinergia que generan los grandes deportistas. “Para quienes construyen los recuerdos con las cifras, ese encubrimiento es un dato insuperable, pero quienes se encandilaron viéndolo jugar, la memoria más fantástica no requiere de ninguna cuenta”. Aquello lo confirma Djokovic.

Desde su técnica, su esfuerzo físico y mental, supera cualitativamente el peso de todos los títulos acumulados, las vitrinas llenas de copas, medallas, nombramientos, y diplomas, no serán suficientes para alcanzar el éxtasis jubiloso que nos deja el recuerdo de todo ese arte exhibido en la cancha. En el diccionario del serbio no existe la palabra rendición. Después de varios días de haber ganado el título tienen explicación las frases que dijo cuando pasó a semifinales: “Cuando se lesionan otros jugadores, ellos son las víctimas, pero cuando soy yo, estoy fingiendo. Esa injusticia la agradezco porque me hace más fuerte”. No eran dichos sueltas, tenían una explicación de peso: se conoció el estado de la lesión que lo había acompañado durante el torneo.

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El periodista venezolano Luis Alfredo Álvarez lo expone muy bien: “Un traumatólogo me dijo que el umbral del dolor de Djokovic debe ser impresionante. Un cirujano afirma que es difícil creer que haya jugado siete partidos con una lesión muscular aguda de tres centímetros. Es de extraterrestre lo que hizo en Australia”.

Djokovic forma parte de una legión minoritaria que fusionan la resiliencia y la perseverancia para alcanzar una meta. Son aquellos que superan situaciones difíciles para avanzar y utilizan la firmeza, el carácter y la constancia. Djokovic se sintió malherido, pero no muerto. Su energía frustrante fue un catalizador emocional. Él es una muestra más de que los magníficos no solo dejan historias inéditas deportivas, sino que dejan lecciones imperecederas y didácticas.

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No podemos dejar de citar el estudio que el periodismo y la propia ciencia realizan sobre el porqué hoy más que nunca los deportistas de élite siguen triunfando, a pesar de los años a cuestas. Roger Federer nos lo contó en su visita a Ecuador. La fórmula consiste en una gran preparación física apoyada por la tecnología. Se mantiene la musculatura y la resistencia científicamente calculada, más la nutrición controlada. Pero la fundamental es preparar y cultivar la mente para así poder conservar el espíritu deportivo al más alto nivel.

En fin, Novak Djokovic no es extraterrestre ni divino. Es un héroe deportivo que protagonizó una epopeya digna del culto terrenal, para distinguirla de lo sacro. El famoso periodista Bud Collins repetía, como un visionario, que el tenis cambia por las estaciones, pero tiene la virtud de siempre florecer y ese fenómeno no es por las reglas, ni por la tecnología. Lo hace porque el tenis, en su nobleza, siempre está pariendo tenistas sensacionales.

Pronto no estará Novak Djokovic. Vendrán otros que serán los nombres vigentes que ganarán los torneos, porque cronológicamente les corresponderá. ¿Pero llegar a la excelencia de Nadal, Federer y Djokovic? Tengo serias dudas de que vuelva a suceder. (O)