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Octubre, primavera del fútbol

Pelé y Maradona. ¡Cuánto fútbol puso Dios en apenas dos envases! En homenaje a todo lo que dieron, debería decretarse a octubre Mes Universal del Fútbol.

Pelé (i) fue campeón del mundo en 1958, 1962 y 1970 con la selección de Brasil; y Diego Armando Maradona lideró a Argentina en conquista se segundo título de la FIFA en México 1986. Foto: Archivo

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Son flores de la misma estación. Un miércoles 23 de octubre, en Três Corações, Minas Gerais, nació Pelé, el Rey del Fútbol. Un domingo 30, en Lanús, Buenos Aires, vio la luz Diego Maradona, el Pibe de Oro. Solo por ellos dos podría decirse que, para el fútbol, la primavera llega en octubre, el mes que nos ha regalado a dos de los tres dioses supremos. Pero hubo muchos brotes verdes en este prolífico mes. Enrique Omar Sívori nació un 2 de octubre. Enrique fue un mito de la Juventus y el segundo Balón de Oro sudamericano. Zurda de oro, como la Diego y la de Messi. El malabarista y rebelde Zlatan Ibrahimovic es del día 3 del mes número diez. A Jorge Valdano y César Luis Menotti, los dos filósofos del fútbol, ambos campeones del mundo, los trajo la cigüeña un 4 y un 5 de octubre. El extraordinario Bobby Charlton es del 11, Lev Yashin del 22, Wayne Rooney del 24, Elías Figueroa del 25, el inmortal Garrincha era del 28 y Marco Van Basten del 31. Solo por nombrar próceres. Si se hiciera un once ideal de cada mes, octubre sería invencible.

Cada vez que la charla, un aniversario o una estadística los asocia, surge, eterna y espontánea, la comparación: ¿Pelé o Maradona? That is the question. Nunca tan odiosa, por cierto, al tratarse de dos genios de idéntica estatura futbolera. Luego se agregó a la discusión Lionel Messi. Y, para una inmensa mayoría de analistas, los superó. Los tres ganaron mundiales, pero Pelé y Diego no tienen la campaña europea de Leo, ni sus siete balones de oro, y además jugaban en un fútbol menos veloz, con más espacios y menos presión de marca, aunque nadie debió soportar nunca la violencia de que fue objeto Maradona en un campo de fútbol.

¡Odiosa y bella propuesta! Tan altos son los méritos de los dos grandes fenómenos de octubre que resulta imposible ubicar a uno por encima del otro. Medidos estadísticamente, puede asegurarse sin temores que Pelé nunca será igualado. Por nadie. Más de 1.200 goles (757 de ellos oficiales), 3 Copas del Mundo conquistadas, 2 Libertadores, 2 Intercontinentales, 5 títulos brasileños consecutivos, 8 Campeonatos Paulistas, decenas de trofeos internacionales en las innumerables giras del Santos…

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Diego fue cinco veces goleador del campeonato jugando para Argentinos Juniors (¡para Argentinos!). Se consagró campeón con Boca Juniors y ganó 2 Scudettos, la Copa Italia y la Copa UEFA con el Napoli. La Copa del Rey con el Barcelona. Fue campeón mundial juvenil y de mayores. Con menos, su palmarés igual reluce. Maradona debió dar la vuelta en Argentina ‘78. Hubiese sido bicampeón. Una insólita decisión de Menotti lo marginó de la Copa cuando era de lejos el mejor futbolista del país.

El Pelusa también le lleva ventajas indescontables a O Rei, sobre todo en la magia del juego. Pelé era más directo; Diego, más artista. Pelé hizo grande al Santos; Maradona “inventó” al Napoli. Pelé fue campeón mundial con Brasil rodeado de monstruos; Maradona “hizo” campeón a Argentina. Pelé no jugó en Europa; Diego triunfó ampliamente en el durísimo Calcio. En tiempos de Pelé, el juego era indiscutiblemente más lento y las marcaciones más flexibles, por lo que el grado de oposición para Diego fue bastante mayor. Pelé tuvo de compadres a Jairzinho, Gerson, Tostão, Rivelino, Garrincha, Didí, Vavá, Nilton Santos, Clodoaldo, Coutinho, Gilmar, Pepe, Zito, entre otras criaturas futbolísticas. La compañía de Diego fue mucho menos jerárquica.

Posiblemente, los compañeros de Pelé se hubieran consagrado campeones del mundo sin él. Casi con seguridad, Ruggeri, Pumpido, Batista, Giusti, Valdano, etcétera, no hubieran festejado en México ‘86 sin el Pibe. El moreno hizo goles inolvidables; el morocho concretó el gol del siglo frente a Inglaterra, el que sueñan todos los chicos del mundo cuando apoyan su cabeza en la almohada.

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Pelé recibió con absoluta justicia el honorífico título de “atleta del siglo”. Una pantera en el salto, en la fiereza para meter la pierna, en la velocidad de crucero. Con menos carrocería, Diego se le pone a la par: el pie izquierdo de Maradona es lo más grande que ha dado el fútbol mundial. Su pique corto —al estilo Messi, Mbappé— hizo estragos.

El brasileño fue el cabezazo perfecto, el remate certero con ambas piernas, la gambeta cimbreante, la guapeza, la fuerza. Diego —solo con zurda— tuvo la pegada maravillosa, probablemente la más armónica que se recuerde hasta la de Messi. La habilidad suprema y la gambeta mortal. También la valentía. Ninguno de los dos fue conductor de juego; no obstante, dentro de la raza de los definidores, Diego poseía más dotes de creador.

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No solo es complicado establecer una supremacía entre uno y otro; es como mínimo antipático enumerar una virtud del uno en detrimento del otro. Es posible encontrar un futbolista que pare el balón con el pecho como Pelé. O que remate con la potencia y precisión de Pelé. Incluso que drible hacia adelante como Pelé. En cambio, hasta Messi, era imposible hallar otra zurda igual a la de Diego.

Edson Arantes protegió su notable fortaleza física alejándola de las drogas, el tabaco o el alcohol. Maradona convivió durante 14 de sus 19 años como futbolista profesional con la cocaína, compañera siniestra que damnificó su carrera, porque no sirve para mejorar el rendimiento: lo deteriora. Problema suyo, desde luego, aunque siempre nos preguntamos qué otras obras inmortales pudo habernos regalado Diego sin esa cruz encima.

El brasileño recorrió una trayectoria sin obstáculos, al amparo del paraguas protector de João Havelange. Maradona fue blanco de la FIFA, a la que enfrentó. Fracturado criminalmente por el vasco Goikoetxea, sufrió una hepatitis, otras diversas lesiones y dos suspensiones de un año y medio cada una. Estuvo cerca de la gente, pero lejos del poder. Y aún flotan en un mar contaminado las dudas sobre su dopaje en el Mundial ‘94. Nunca pasó en toda la historia del fútbol que al término de un partido entrara al campo una funcionaria y se llevara del brazo a un jugador hasta el control de dopaje. Se lo llevó como arrestado. Y Maradona fue, sumiso, sonriente, mientras respondía preguntas a los cronistas de radio y TV.

Pelé tiene a su favor una imagen inmaculada, de ídolo sano y vida impecable, aunque tal vez demasiado cercano al establishment, hasta connivente con él. Diego estuvo acorralado por la droga; esquivó de milagro a la muerte. Su figura no era la más adecuada para publicitar una crema dental; no obstante, mantuvo intacta la rebeldía, su posición contestataria. Y es idolatrado por todos los futbolistas de la Tierra.

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Dice Diego, en su libro autobiográfico: “Pelé como jugador es lo máximo... Pero el más grande de la historia fue Di Stéfano. En Italia se la pasaban discutiendo si yo era mejor o peor que Pelé; en España nadie se anima ni siquiera a discutirlo: es Di Stéfano”. Diego Armando desarrolló su historia en un mundo ya globalizado, donde la tecnología y la prensa reinaban sobre el universo. Llevaron sus hazañas hasta el rincón más apartado del planeta. También sus miserias. En tiempos de Pelé, se ejercía un periodismo menos cruento. Se ensalzaba lo bueno, no más. Están parejos.

Pelé y Maradona. ¡Cuánto fútbol puso Dios en apenas dos envases! En homenaje a todo lo que dieron, debería decretarse a octubre Mes Universal del Fútbol. (O)

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