Es gracioso, también curioso. Por un lado, las eternas crisis que golpean a Sudamérica económica y políticamente, la violencia y la corrupción que campean alegremente en nuestras tierras, los índices lamentables de pobreza e involución en tantos campos, lo que habla muy mal de nosotros como ciudadanos. Por el otro, el fervor que se vuelca en cada partido de eliminatoria. Los estadios se llenan, los nacionalismos se inflaman, los himnos se entonan apasionadamente, las manos en el pecho, el corazón galopando. Somos patriotas de primera… en el estadio.