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La dictadura del Rey

Calma: cuando Lionel Messi se retire, el Balón de Oro será más democrático. Palabra. Ha tenido una temporada de ensueño, entregando delicadezas, genialidades.

Lionel Messi, figura del Inter Miami de Estados Unidos. Foto: AFP

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¿Messi… Haaland… Mbappé…? Uno de los tres subirá el lunes al escenario del Teatro del Chatelet, en París, a recibir el Balón de Oro 2023; los otros dos lo aplaudirán desde la primera fila. De ganarlo Haaland o Mbappé, será una distinción bautismal; de obtenerlo Messi, establecerá un récord que tal vez dure cien años: 8 trofeos. ¡OCHO…! Una locura. Es muy curioso: el fútbol es un deporte colectivo en el que fascina lo individual. Veneramos al goleador, nos interesa saber quién fue la figura de la cancha, buscamos permanentemente al superhéroe. Y el Balón de Oro es la exaltación de la individualidad, un título de nobleza para toda la vida. Uno dice “Ruud Gullit, Balón de Oro 1987″, “Hristo Stoichkov, Balón de Oro 1994″… Casi deberían incluirlo en sus tarjetas de presentación. Messi necesitaría tarjetas tamaño carta.

Tanta expectativa genera el nombramiento como la final de la Champions League. Por eso mismo es pasto de polémica, de si fulano lo merece o se lo regalaron, de si es justicia deportiva o puro marketing. Primero valen algunas precisiones: el galardón no premia el año calendario sino la temporada europea, en este caso, la actuación de los futbolistas entre el 1 de agosto de 2022 y el 31 de julio de 2023. ¿Quiénes eligen…? Hay dos vertientes: una, los 180 periodistas de todo el mundo ligados a France Football; otra, la votación digital en la que pueden participar internautas de todo el planeta. ¿Qué méritos se tienen en cuenta…? Esto dice el reglamento: “El Balón de Oro se concede basado en tres criterios principales: 1. Desempeño individual y carácter resolutivo e impactante. 2. Actuaciones colectivas y palmarés. 3. Clase y juego limpio”.

Los tres candidatos cumplen ampliamente los tres requisitos, aunque hay matices, claro. Mbappé sería el primer descarte: marcó 51 goles en ese lapso (entre el PSG y la selección), pero ha ganado un solo título: campeón francés, siendo declarado el mejor del torneo. Le da brillo a su foja el haber llegado a la final del Mundial en Catar y ser el goleador del campeonato. Una palabra define su fútbol: potencia. Es un guepardo. Posiblemente el futbolista de mayor poderío físico de la historia entre los grandes-grandes. Es una combinación de fuerza, velocidad y agilidad por partes iguales. Son sus herramientas para el gol. Si la tira larga, se fue, nadie puede igualarle la línea. No posee una técnica refinada; en el uno contra uno gana por rapidez, no por talento o engaño; y muchas veces, por su propio vértigo, se le ensucian o estropean jugadas prometedoras. Es muy fuerte de la cabeza. Tiene alma de número uno y se prepara para ello. Aprende, ha perfeccionado su remate, sobre todo de derecha; lo ajusta al palo. Ya es el encargado de los penales y tiros libres en el PSG y en la selección. Eso le ayudará estadísticamente. Sus puntos negativos: no elabora juego; necesita de un asistidor que lo habilite en profundidad (en el PSG era Messi; en Francia, Griezmann). No pasa bien la pelota, diríamos que sorprendentemente mal muchas veces. Seguro llega al podio, pero no coronará. Es respetado, Kylian, pero no ídolo. No tiene gracia. Eso le juega en contra.

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En su primer curso en Inglaterra, Erling Haaland demostró que es un vikingo feroz: no solo ganó el triplete (Premier League, Copa Inglesa y Liga de Campeones), además marcó 56 goles. Y a los 22 años. ¡Bestial…! Llega a la red por diversos caminos: de atropellada, de cabeza, de rebote, contratacando con espacios, estando en el área, volando por el aire, como el extraordinario tanto que le marcó al Borussia Dortmund en Champions. Es un salvaje del gol. Al principio se pensó en un grandote estacionado en el punto del penal: nada que ver. Tiene mucha movilidad; arranca de atrás; cuando sale del área, participa en el circuito de armado del equipo y sabe jugar, entrega muy bien la pelota y le pega con precisión. Mide 1,94 y tiene una carrocería que le da para aguantar a los zagueros, incluso voltearlos. Pero lo más importante en él, además de su olfato goleador, no es la fuerza sino la colocación: siempre está donde cae la pelota. Es instinto. Y define con el manual. Tiene un entusiasmo contagiante. Eso sí, es un modelo que no trae de fábrica la habilidad ni el amague, la gambeta o el enganche. Es fuerza, mental y física.

Y Messi… Su cosecha ha sido el título de campeón francés —como Mbappé— en el que fue elegido mejor jugador extranjero. Y el Mundial, nada menos. Esto último desnivela, pesa toneladas. Campeón y estrella de Catar 2022, donde marcó siete goles y dio tres asistencias. Y, de propina, se fue a revolucionar el fútbol de Estados Unidos. Fichó por el peor equipo y lo convirtió en referencia mundial. Es el rey del pase-gol. Crea, conduce, asiste y convierte. Todo untado de virtuosismo. Leo hizo 39 goles en el periodo de elegibilidad del Balón de Oro, menos que Haaland y Mbappé, pero los dobló en asistencias. Igual, en Messi el gol es un tópico más. Y está el juego, ¿no…? En este punto les lleva kilómetros, a ellos dos y al resto del gremio. Es un Picasso que pinta dos Guernicas por semana.

Generalmente, para el análisis de posibilidades en estos premios se enumeran goles y logros, no juego, ítem fundamental. ¿Cómo explicarlo…? Si Italia ganara el Mundial 2026, empataría con Brasil: tendrían cinco coronas cada uno. ¿Qué diremos en ese caso?, ¿que son iguales porque tienen cinco mundiales los dos…? No, el fútbol brasileño ha sido a lo largo de la historia infinitamente más que el italiano. Ha tenido docenas de genios de la pelota contra algún que otro crac de Italia (¿Roberto Baggio…?), ha dado festivales de bola, es la excelencia, la clase, la magia. Eso mismo es Messi frente a todos los demás futbolistas. Haaland y Mbappé nunca llevarán el balón como Leo ni harán sus pases maravillosos, ni tendrán su clarividencia; jamás podrán hacer el desborde de Messi ante Gvardiol, de Croacia, ni la asistencia para el gol de Molina ante Holanda, ni sus goles deliciosos de tiro libre. Nadie juega como él. Y está su impresionante regularidad. Es el único futbolista que recibió el Balón de Oro en tres décadas diferentes. El lunes 16 de octubre cumplió 19 años en Primera División (¡diecinueve…!). El martes le metió dos golazos a Perú. Los otros son goleadores, no genios. Hay Haalands y Mbappés, puede haber Vinícius y De Bruynes, no Messis.

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Ahora, en la etapa de la sabiduría, Leo ha tenido una temporada de ensueño, entregando delicadezas, genialidades, piezas únicas para la antología futbolera. Lo reconocen sus colegas; es el ídolo de todos los jugadores. En la elección digital, el público dio su veredicto: 47,9 % para Leo y el 52,1 % restante para los otros veintinueve de la lista. Por eso y por la percepción general, nunca estuvo tan claro: debería sumar su octavo galardón. Que pudieron ser diez o doce. “Si el Balón de Oro fuera realmente para el mejor jugador, Messi lo ganaría todos los años”, reflexionó Gary Lineker.

Ronaldo Nazario, Michael Owen, Thierry Henry, Jamie Carragher, Ronald Araujo, Martin Odegaard y el ambiente en general se manifestaron en favor del ‘10′. Menos el madridismo, que está enfadao (siempre está enfadao si no lo recibe un madridista).

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Calma: cuando Messi se retire, el Balón de Oro será más democrático. Palabra. (O)

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