Lejos están los días en que el tenis de Ecuador nos ofrecía noticias cargadas de éxitos, luego con tardes históricas que enaltecieron al deporte nacional. Estos sucesos, considerados por la prensa internacional como extraordinarios, provocaron estudios para identificar las razones socioeconómicas que permitían que tenistas que procedían de estratos humildes brillaran deportivamente.

Quien inauguró el extenso recorrido de casi siete décadas de triunfos estelares de nuestro tenis fue Francisco Segura Cano. Su carrera es digna de un reconocimiento porque Pancho creció los años 30 del siglo pasado, cuando una barrera de diferencias sociales generaba exclusividades en los clubes, una tendencia importada desde el Viejo Continente.

Pancho aprovechó que su padre fue cuidador de las canchas del Guayaquil Tenis Club y ahí trabajó de pasabolas, para ganar unas cuantas monedas. Sin maestro alguno aprendió a jugar. Cuando los socios abandonaban las canchas el pequeño Segura iba al frontón y practicaba con pelotas gastadas.

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Los socios y la prensa guayaquileña no entendían cómo un pequeñito de piernas chuecas se movía en las canchas con una gran velocidad. Sus golpes a dos manos –extravagancia para la ortodoxia tenística–, con apenas 13 años, causaban sensación; pero Pancho Segura creció entre una discriminación disimulada. Luego, con sus triunfos envió un mensaje potente a sus detractores.

En 1938, con apenas 17 años, ganó oro en los Bolivarianos de Bogotá y en el Sudamericano de Montevideo; en la región era invencible. Su campaña exitosa, en el amateurismo, le permitió a Segura conseguir 22 torneos, entre 1938 y 1946 (incluidos títulos universitarios de Estados Unidos y panamericanos. Su paso al profesionalismo lo catapultó a ser campeón mundial de dobles en 1948, en pareja con Jack Kramer; y en 1949, junto a Pancho González. Su coronación más festejada fue el tricampeonato mundial profesional de tenis en 1950, 1951 y 1958.

Pero esta época fantástica de nuestro tenis no terminó con la gloria de Pancho Segura. En 1938, a 40 kilómetros de Guayaquil, nació Miguel Olvera. De pequeño apareció en el Guayaquil Tenis Club como pasabolas. Como gran observador aprendió los secretos del tenis. Pronto, Olvera se tornó en un jugador sensacional. Era un espectáculo gracias a su gran agilidad, rapidez de piernas. Pese a medir 1,67 metros de estatura y pesar 120 libras –delgado pero fibroso– derrotó a muchos rivales internacionales.

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Al margen de su formidable carrera hay dos hechos inolvidables que hacen a Olvera inolvidable en la historia del tenis ecuatoriano. En 1962 se jugó en Guayaquil la Copa Mitre de 1962, jugada en la ciudad de Guayaquil, y Ecuador fue campeón. Ese mismo año se conoció la lamentable noticia de la enfermedad pulmonar que sufría Miguel Olvera; estuvo alejado de las canchas por más de cuatro años. Muchos opinan que este problema de salud le impidió llegar a la cima del tenis mundial.

Reapareció en 1967 con un año espectacular en Copa Davis: Ecuador derrotó a Estados Unidos por 3-2, con triunfos memorables sobre estrellas como Arthur Ashe y Cliff Ritchie. La vida fantástica de Olvera es un libro abierto, lleno de episodios ejemplares.

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A la par de Olvera jugaba Eduardo Zuleta, surgido también de una clase económica con complicaciones. El Chivo encontró en el Tenis Club el puesto de mensajero y luego, por su deseo de practicar, fue pasabolas. Zuleta comenzó a despuntar con Olvera a nivel nacional. El periodista Manuel Chicken Palacios organizó una colecta que le permitió al Chivo ir por seis meses a competir en Estados Unidos. En 1962 hizo por Europa una gira exitosa y junto con Olvera ganó la Copa Mitre jugada en Guayaquil.

En esa época brillante fue estelar Francisco Guzmán Carmigniani, como destacado juvenil. Con 16 años llegó a la final del Orange Bowl, en 1963 fue campeón sudamericano, y en 1967 medallista de oro y bronce en Bolivarianos y Panamericano. Un capítulo notable lo escribió en la Davis de 1967, cuando en compañía de Olvera vencieron de visita a Argentina y de local, épicamente, a Estados Unidos.

El tenis nacional no dejaba de sorprender al mundo luego de la era de Olvera, Zuleta y Guzmán nos ofreció otra generación dorada integrada por Ricardo Ycaza, Andrés Gómez y Raúl Viver. La etapa juvenil de Rabito Ycaza estuvo colmada de brillantes actuaciones internacionales. La más recordado fue cuando ganó el US Open Júnior, con 18 años. También en 1976 se quedó con WCT Dallas Jr. Su carrera como júnior fue extraordinaria, y aceptable como profesional. Nadie puede desconocer que, representando en la Copa Davis, Ricardo escribió páginas rutilantes que lo convirtieron en pilar del equipo ecuatoriano.

Viver, nacido en 1961 en Guayaquil, fue rápidamente, con apenas 14 años, una figura. Uno de los años de mayor recordación para Raúl fue el de 1979, cuando la ITF lo declaró el mejor tenista juvenil del mundo. Como profesional se distinguen tres torneos ATP Tours ganados y tres de dobles. Viver fue parte del equipo de Copa Davis y es, desde hace mucho, su capitán.

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Cierra esta época inigualable Andrés Gómez. Fue tan importante su carrera, abundante en éxitos, que su nombre está registrado para eterna memoria. Su trayectoria generó miles de artículos periodísticos dentro y fuera del país. El guayaquileño es considerado uno de los mejores deportistas de Ecuador de todos los tiempos.

Muchos recuerdan el logro máximo de Gómez en Roland Garros 1990, pero ganó 21 torneos y 34 de dobles (entre esos el US Open de 1986 y Roland Garros en 1988). Su participación en Copa Davis fue fenomenal, con muchas presencias en el Grupo Mundial y él permaneció en el top ten del ranking ATP durante largos años.

En la década de 1990 se mantuvo la saga exitosa del tenis nacional con Nicolás Lapentti Gómez, otra figura rutilante. Ganó, entre 1995 y 1999, cuatro títulos importantes del ATP Tour y cinco de dobles. Su año más sobresaliente fue 1999. Nico fue octavo del ranking mundial. Tuvo memorables participaciones en la Davis.

Rescatamos otros nombres notables como los de Pablo Campana y de Luis Adrián Morejón. Luego de una época brillante del tenis masculino perdió el protagonismo acostumbrado. Reconocemos a algunos tenistas de aceptable participación en el difícil mundo del deporte blanco, como Emilio Gómez, Giovanni Lapentti, Diego Hidalgo y Gonzalo Escobar –doblistas con relativo éxito–. Pero y de ahí en adelante, más sombras que luces.

Con estos antecedentes emerge la pregunta: ¿qué le pasó al tenis ecuatoriano? Cuando he consultado las razones con padres de familia, entrenadores nacionales y dirigentes, se repiten las mismas respuestas: 1) Es imposible cubrir los gastos para jugar en circuitos internacionales; 2) El objetivo de muchas promesas del tenis es estudiar en las universidades de EE. UU. gracias a las becas que obtienen por su nivel tenístico. Sea cual sea el motivo o pretexto queda la inquietud de que algo más debe haber ocurrido. Son los directivos de los clubes, de las asociaciones y de la Federación quienes deben explicarlo. La historia se les exige. (O)