¡Ya viene, ya viene!, exclamó ayer un hombre mientras entraba presuroso a la Catedral de Guayaquil. Enseguida, decenas de católicos que copaban el céntrico templo dirigieron la mirada hacia la puerta principal. Eran las 10:07 cuando monseñor Antonio Arregui, arzobispo saliente de Guayaquil, fue recibido con aplausos, pancartas y una que otra ovación.