Una condecoración, la Cruz de Guerra, firmada por el expresidente Sixto Durán-Ballén, permanecía expuesta junto al ataúd. El cuadro se completaba con varios ramos, custodia militar y una bandera del país, aquel amarillo, azul y rojo que defendió en la guerra con el Perú en 1941.

Con la canción Es un buen tipo mi viejo, familiares y allegados despidieron ayer a uno de los últimos combatientes de esa guerra, el guayaquileño Segundo Fernando Arias Mejía, quien anhelaba recibir los honores militares, contaron sus familiares.

Diez militares que custodiaron el féretro hasta su última morada hicieron una calle de honor al excombatiente, quien tuvo cinco hijos, cinco nietos y cinco bisnietos, y que fue sepultado en uno de los pabellones del Panteón Metropolitano. Allí estuvo su compañera, María Teresa Ponce, con quien estuvo casado por 62 años.

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Arias, nacido en 1921, el 7 de este mes había cumplido 96 años. Cuando tenía 20 ingresó como conscripto y defendió a la patria en la zona de la provincia de Napo.

Entre sus allegados siempre gustaba recordar aquellas anécdotas que vivió durante nueve meses inmerso en la selva ecuatoriana.

Con recorridos fluviales intercambiándose la proa con su pelotón de cien militares cubrían la zona del río Napo y sus afluentes. “Su estrategia era que los militares peruanos vieran que ellos eran más, con el continuo paso de botes, aunque tenían menos militares”, recordó Fernando, el segundo de sus hijos.

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De la guerra solo volvió la mitad de los soldados que conoció. La mayoría murió por enfermedades, añadió Fernando, de 60 años.

Por su infancia inmersa en la calle Eloy Alfaro, colindante con el río Guayas, aprendió a nadar y manejar botes desde pequeño. Eso lo llevó a dirigir con facilidad las embarcaciones en la guerra.

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Aunque tras el conflicto fue promulgado para que fuera sargento, por la dura experiencia desistió y se dedicó por más de 40 años a las ventas en una fábrica de máquinas de coser y como agente aduanero. Así logró lo que él no pudo, que Sofía, Fernando, Verónica, Marco y Luz obtuvieran una profesión.

Era muy activo, carismático, disciplinado, amoroso, añoró Alexa Chancay, su primera nieta, hija de Sofía.

Tal era su temple de “tronco” que hasta hace seis años aún trabajó con Fernando en asuntos aduaneros. (I)