Pese a tener mutilada parte del brazo derecho, llevar una esquirla en la columna y usar una sonda permanente por problemas en los riñones y vías urinarias, producto de un bombardeo, Karina Espinoza Bone sonríe, se emociona al relatar sobre su ingreso a la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) cuando tenía 12 años.

“Yo pedí que me llevaran y me trajeron, estaba decidida”, cita la mujer, hoy de 29 años, nacida en Quito, Ecuador, y que en su niñez residió con su madre en zonas del Putumayo colombiano y en Puerto Nuevo, en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos.

Pero aquella expresión cambia a cada rato cuando siente dolores intensos en el vientre. Se lleva las manos al flanco derecho y se retuerce. Y cambia cuando detalla los motivos de su incursión en el grupo armado, que en noviembre del 2016 firmó un acuerdo de paz con el Gobierno colombiano.

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Estudiaba la primaria y había sufrido una violación; su madre –asegura Karina– no le creyó y entonces la niña buscó en la guerrilla su consuelo.

Primero se ocupó de tareas domésticas y aprendió enfermería. Iba a cumplir 15 años cuando pasó a formar parte de la columna móvil Teófilo Forero de las FARC, una de las más radicales. Posteriormente estuvo en el Frente 48.

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Los combates, las diarias caminatas y enfrentar toda la rigurosidad de la selva eran parte de su rutina. Hasta que un bombardeo cambió su vida. Sucedió semanas después del ataque de aeronaves y una patrulla colombiana en suelo ecuatoriano que, el 1 de marzo de 2010, acabó con la vida del entonces número dos de las FARC, Raúl Reyes.

La patrulla guerrillera de la que formaba parte Karina se encontraba en la selva colombiana cerca de la frontera con Ecuador, frente a Puerto Mestanza, Sucumbíos. Una noche, el campamento fue bombardeado. La exguerrillera se entristece y dice que prefiere no dar detalles: “Es duro acostarse sano y despertar sin tu brazo y en prisión”.

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Pasó semanas en un hospital, aunque se queja de que no fue atendida a tiempo. Luego estuvo presa en la cárcel del Buen Pastor, en Bogotá, donde ella asegura fue visitada por Lenín Moreno, el presidente actual de Ecuador que, en el 2011, siendo vicepresidente, llegó a la capital colombiana para contar sobre la Misión Manuela Espejo.

Ya fuera de la cárcel y con discapacidad, se casó con un ciudadano colombiano. Tuvo dos hijos, hoy de 4 años y de un año y medio. Ellos están ahora en Bogotá y ella, con dificultades de salud, permanece en el espacio de reincorporación La Carmelita, porque busca que el Gobierno colombiano la reconozca como excombatiente de guerra con discapacidad.

Asegura que hasta la fecha no recibe la pensión de 660.000 pesos (unos 330 dólares) que por dos años deben percibir los desmovilizados. Ahora su lucha se enfoca en conseguir ese reconocimiento para volver a reunirse con su familia. Aunque eso significa el sacrificio de tener que reutilizar las sondas “por falta de dinero”.

¿Y por qué no pensar en radicarse en Ecuador? “Mi esposo tendría que legalizarse para trabajar y eso es duro, a no ser que nos ayude el señor Lenín Moreno”, dice Karina.

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Mientras, ella sigue apoyando a sus compañeros que requieren algo de enfermería. Añora los ocasionales encuentros con su madre, que trabaja en una entidad pública de Nueva Loja. (I)