Augustin Trebuchon está enterrado debajo de una mentira piadosa.

Su pequeña tumba está casi en el mismo sitio donde las armas dejaron de tronar a las 11 de la mañana del undécimo día del undécimo mes de 1918, tras una guerra de cuatro años que dejó millones de muertos.

Una sencilla cruz blanca dice: “Falleció por Francia el 10 de noviembre de 1918”.

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Pero no fue así.

Igual que cientos de combatientes del Frente Occidental, Trebuchon murió en combate la mañana del 11 de noviembre, después de que los aliados y Alemania acordasen el fin de la guerra y horas antes de que el armisticio entrase en vigor, seis horas después de que se sellase el acuerdo.

Su muerte se produjo casi exactamente a las 11 de la mañana, la hora que se fijó para que comenzase a regir el cese al fuego, en un hecho que pone de manifiesto la locura de un conflicto para muchos incomprensible.

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A los franceses, que perdieron 1,4 millones de vidas, tal vez les resultó demasiado doloroso --o vergonzoso-- decir que Trebuchon había muerto porque decidieron postergar unas horas la vigencia del cese al fuego, cuando ya estaba todo decidido.

“Fue una mentira, sin ninguna duda”, afirmó el historiador Nicolas Chubak, quien admitió que el objetivo fue “suavizar un poco el dolor de las familias de los muertos”.

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Hubo muchas razones por la que la gente siguió muriendo hasta el toque de clarín a las 11 de la mañana: el temor de que el enemigo no acatase el armisticio, el encono generado por cuatro años de una carnicería sin precedentes, la ambición de comandantes que ansiaban una victoria, el mero placer de matar.

El historiador Joseph Persico calcula que en el último día de la guerra hubo 10.000 soldados muertos, heridos o desaparecidos en ambos bandos.

El general estadounidense John J. Pershing, que quería continuar los combates, tuvo que dar explicaciones al Congreso por las bajas del último día.

Antes del 11 de noviembre, habían muerto 14 millones de personas en la guerra, incluidos 9 millones de soldados de 28 países. Alemania estuvo cerca de apunarse una rápida victoria antes de que se pasase a una guerra de trincheras infernal. Una sola batalla, como la de Somme, en Francia, podía dejar un millón de bajas. El uso de gases tóxicos representó un nivel de crueldad que jamás se había visto hasta entonces.

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Las muertes del último día añadieron otro capítulo a esa historia de brutalidad.

En Meuse-Argonne, al noreste de Francia, el soldado estadounidense Henry Gunther murió abatido por fuego de ametralladoras un minuto antes de que entrase en vigor el armisticio.

“La hora de su muerte fue las 10.59, lo que es sobrecogedor”, expresó el historiador estadounidense Alec Bennett. Gunther avanzó hacia un nido de ametralladoras cuando si se hubiese agazapado por unos segundos más habría sobrevivido probablemente. Las razones por las que lo hizo siguen siendo un misterio.

“El gesto de Gunther es casi un símbolo de lo absurdo que fue esa guerra”, manifestó Bennett.

En otro caso, el soldado canadiense George Lawrence Price murió al ser alcanzado por disparos de un francotirador alemán cerca de Mons, en el sur de Bélgica, a dos minutos de las 11. No sirvió de nada, pero acabó con otra vida de un joven de 25 años.

“Eran individuos aislados, aquí y allí, motivados por el deseo de venganza, la necesidad de matar una última vez”, expresó el historiador belga Corentin Rousman.

Trebuchon, quien tenía 40 años, también fue abatido a minutos del cese al fuego. Estaba corriendo hacia sus compañeros, para decirles dónde y cuándo podrían almorzar después del armisticio.

Los tres son considerados las últimas bajas de sus países en combate activo. (I)