Daniel Miranda se ha preparado en tres ocasiones para recibir el riñón que para él con 36 años de edad representa seguir en la lucha por la vida.

Los dos primeros llamados fueron con diferencia de tres meses y el último un año después, en octubre pasado.

Él acudió dentro de las 4 horas que le dieron con la esperanza de someterse al trasplante, pero pasó de la esperanza a la desilusión.

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La segunda vez estuvo con la bata listo para ir al quirófano del hospital Luis Vernaza, en Guayaquil, pero no se ha concretado la intervención: “Cuando alguien muere el cuerpo tiene dos riñones, entonces llaman a tres, si uno de los dos falla, entra el tercero”.

Madre soltera está endeudada tras cubrir el trasplante de córneas de su hijo

En medio de la espera sigue con las diálisis. Desde la primera realizada el 12 de agosto de 2012, no hay vuelta atrás, dice desde el confinamiento de su casa en la parroquia rural Cone de Yaguachi, en Guayas.

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Daniel se conecta a una máquina tres veces a la semana para eliminar las toxinas de la sangre y desde el 2017 es parte de la lista de espera de un órgano o tejido en la que hoy están 1617 personas en Ecuador, país donde el 91 % de la población es donante potencial ya que no han expresado lo contrario al momento de tramitar la cédula, dice Raúl Secaira, director ejecutivo del Instituto Nacional de Donación y Trasplante de Órganos (Indot).

Logran ingresar a la lista los casos más graves y los que cumplen ciertas características según el órgano que requieren. El nombre de los donantes es confidencial.

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Daniel conoció que en uno de los llamados los riñones le pertenecían a un joven muerto por una bala en la cabeza, en la Penitenciaría del Litoral.

Algunos de los enfermos renales mueren sin ser aún considerados para el trasplante, indica Dora García, presidenta de la Asociación de Pacientes Renales Caminando Hacia la Luz: “Lo ideal sería que al detectarse la insuficiencia renal se pueda entrar a la lista. Pero hay que estar seis meses en diálisis para solicitar el acceso”.

Hay 15 000 en esa situación, asegura, y al 22 de junio había 792 esperando en la lista por un riñón.

El tema es complejo. No todos los enlistados logran obtener un órgano compatible y no se puede extraer de todos los fallecidos, ya que primero hay que descartar que esa persona haya tenido, por ejemplo, hepatitis, VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) o toxoplasmosis, dice Secaira, quien agrega que la actividad trasplantológica está suspendida debido a la pandemia del COVID-19.

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Desde enero del 2013 hasta marzo último 4280 personas se han sometido a un trasplante, según el Indot. Apenas el 50 % de los que entran a la lista por un riñón o un pulmón logran recibirlo. En el caso del hígado y las córneas lo reciben el 54 % y 66 %, en su orden.

El 92 % de los que consiguieron un órgano o tejido lo obtuvieron de fallecidos, tomando en cuenta de que los trasplantes con personas vivas son posibles en el de riñones, entre familiares que tengan hasta el cuarto grado de consanguinidad, de médula e hígado. En este último cuando el traspaso es por lo general de un mayor a un menor de edad, según los especialistas.

El problema principal es la falta de cultura de donar y de coordinación entre los hospitales de la red pública y privada de salud para detectar a los fallecidos cuyos órganos pueden servir, dice María Ceballos, coordinadora de trasplantes del Hospital Luis Vernaza.

El último trasplante de hígado y de dos riñones que se hizo en el Vernaza fue el 13 de marzo pasado. El donante fue un joven fallecido en el hospital público Abel Gilbert Pontón tras un accidente de tránsito.

“El trasplante debe hacerse hasta un máximo de 48 horas después de que se da el fallecimiento por muerte encefálica, hay que estar siempre preparados porque estos no se planifican, suceden cuando aparece un donante que sea idóneo y compatible tanto el hígado como los riñones con los receptores de la lista de espera”, asegura Ceballos para denotar la complejidad del tema.

Los donantes más efectivos son los de muerte encefálica, que es cuando el cerebro deja de operar al perder la irrigación sanguínea, pero el resto del cuerpo puede seguir funcionando por un número reducido de horas, explica Ceballos. De estos apenas se han identificado 621 desde el 2013 hasta mayo del 2020.

La búsqueda y resguardo de estos cuerpos para su uso, luego de los exámenes, pasó de 52 identificados en el 2013 a 133 en cada uno de los años 2018 y 2019.

“Pero la cantidad de donantes que tenemos es muy escasa y no cubre a todos los que necesitan el trasplante. Son muy pocos los hospitales que hacen la detección de estos potenciales donantes. Las clínicas privadas no tienen ninguna actividad al respecto, (en Guayaquil) recién el año pasado comenzó una de ellas a hacer algo. De los de la Seguridad Social tuvimos solo un donante cadavérico el año pasado”, asegura la especialista.

La tasa de trasplantes por cada millón de habitantes casi se duplicó al pasar de 4 a 7,75 entre 2013 y 2019, resalta Secaira, pero el objetivo es llegar a 15.

Los que fallecen por muerte encefálica son donantes multiorgánicos, es decir, pueden salvar hasta diez vidas en el mejor de los casos si sirven todos sus órganos, afirma Secaira, quien resalta el carácter gratuito de la cirugía.

La suspensión momentánea de los trasplantes ya deja su impacto.

Ceballos conoce de 35 pacientes renales de la lista de espera que han fallecido durante la pandemia. Ellos se enlistaron con la esperanza de que aparezca un órgano compatible como Daniel, quien está convencido de que la cuarta llamada será la definitiva.

Él perdió dos empleos desde que está en diálisis y recibe el bono Joaquín Gallegos Lara de $ 240 con los que cubre parte de las medicinas que necesita para mantenerse con vida.

Tras los tres llamados en los que no pudo someterse al trasplante por problemas médicos propios que el tenía, como la pulmonía que lo aquejó, ahora es el primero en la lista. Su esperanza sigue intacta. “Esto ha sido como cuando le quitan el dulce a un niño de la boca”, asegura. Ahora el nuevo escollo es la pandemia.

540
días es el tiempo promedio que una persona está en la lista de espera para conseguir un riñón.

10
días es el tiempo promedio que están los que necesitan un pulmón en la lista de espera única nacional.(I)