El 2006 publiqué un artículo titulado “El voto”. ¿Qué es el voto?, pregunté. Para unos era un derecho. Para otros, una responsabilidad. Para otros más era una obligación. Para pocos, un medio. Para menos, el precio que debían pagar para obtener su democracia. Para todos, un certificado.

Para usted, ¿qué es su voto?

Más allá de la representación del voto en su imaginario personal, votar es resultado de un proceso de elección.

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Ahora, ¿cómo elegimos?

Una tesis sostiene que elegimos según nuestra propia identidad. Y es parcialmente correcto, porque sus ideas no son su identidad –como propone Adam Grant en Think Again: The Power of Knowing What You Don’t Know (2021)–.

La teoría económica tradicional sostiene que elegimos de manera racional, calculando costos y beneficios de cada decisión. En esta teoría utilitaria –donde usted es un agente racional y egoísta– es incorrecta.

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Daniel Kahneman –Nobel de economía 2002– sostiene que tenemos dos sistemas para procesar información y tomar decisiones: el Sistema 1 (rápido, automático, intuitivo, frecuente, no consciente) y el Sistema 2 (lento, deliberado, racional, consciente, lógico). Y que el Sistema 1 predomina.

Por ello, una serie de sesgos cognitivos, heurísticas, atajos mentales, condicionan nuestras decisiones.

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Ahora, ¿cómo elegimos al candidato a quien le damos el voto?

“La gente vota sobre cosas de las que no tiene ni idea… (sic) …el problema es que no sabemos que no sabemos”, dijo Kahneman al diario ABC de España a propósito de la publicación de Think Fast, Think Slow (2011).

Hacemos juicios y tomamos decisiones basados en muy poca información, donde –en palabras de Kahneman– “las razones no son necesariamente las causas de nuestras acciones”.

La política y la comunicación –comercial, religiosa o política– se dirigen al Sistema 1. Exigen una toma de decisiones en el corto plazo, sacrificando procesos de pensamiento de largo plazo.

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Por eso funciona el “recuperar el futuro”. Es como el mensaje de la tienda que dice “Hoy no fío. Mañana sí”. Evoca esperanza. Aun si vuelvo mañana y leo que tampoco fían ese día, sino mañana…

Cuando usted piensa en tomar una decisión buscará reducir el riesgo percibido. Esto implica incorporar al proceso las normas sociales implícitas y explícitas, las normas descriptivas, las creencias, el lenguaje, los puntos de referencia mentales, los estímulos externos, incluso su estado anímico.

Por otra parte, las elecciones las hacemos en base a comparaciones. Nunca en base a absolutos. Y esas comparaciones se construyen (o destruyen) a medida que las narrativas se difunden desde su campaña y desde las demás orillas, donde el contexto manda.

Porque no hay cosas buenas ni malas, pero pensar lo hace así (y no planteo un relativismo ético, sólo cito a Hamlet –acto 2 escena 2–. (O)