A los 21 años empezó su vida laboral y cinco años después fue madre. Desde entonces Marianela Ubilla Mendoza compagina todos sus roles: empresaria, dirigente gremial, hija, esposa y sobre todo mamá de Eduardo (18), Marianela (16) e Ignacio (14). Es gerenta general de la compañía Agzulasa y desde junio del 2020 presidenta del directorio de la Asociación de Exportadores de Banano del Ecuador (AEBE).

Lograr ese equilibrio no ha sido tarea fácil; asegura que hay muchas barreras que romper, sobre todo dentro de las empresas cuando se tienen hijos o se está embarazada, aunque eso nunca le impidió seguir trabajando.

“Me ha tocado tener que balancear por el tema del trabajo, pero hay que buscar esa red de apoyo que yo también he tenido, mi mamá para que me ayude, mi suegra, el apoyo familiar y sobre todo también el esposo, porque compartimos tareas”.

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Con su título de ingeniera agrónoma en la Universidad Earth, en Costa Rica, inició su carrera laboral en el Departamento de Producción de una de las empresas de la familia. “Con mi integración en la empresa fundada por mis padres creamos una nueva división de productos no tradicionales y formamos una nueva empresa en la cual yo era gerenta de Producción”.

Marianela Ubilla Mendoza gerencia Agzulasa y preside el directorio de la Asociación de Exportadores de Banano del Ecuador (AEBE). Las remembranzas con sus tres hijos se mezclan muy fácilmente con su faceta laboral, porque se trata de una empresa familiar de la que desde pequeña quiso formar parte y seguir los pasos de sus padres. Foto: Ronald Cedeño

Distingue dos periodos en esta aventura de ser madre, empresaria y dirigente. El primero, cuando sus hijos eran pequeños, fue una etapa en la que su responsabilidad en la empresa era un poco más ligera, lo que la ayudó a tener espacio y más tiempo libre, por lo que fue el momento preciso para tenerlos. “A veces uno dice primero despego como profesional y después voy con mis hijos, no lo planifiqué así tampoco, pero no me quejo de ver hacia atrás. Lo que podría lamentarme, a veces, es no poder compartir con ellos tanto ahora que son adolescentes”, reflexiona Ubilla al referirse también al segundo periodo de su faceta compartida, la que reconoce que es 24/7.

Pero se da el tiempo, aunque “algo hay que sacrificar, en mi caso hoy son las amistades, porque prefiero estar con mi familia, de lunes a viernes en las noches que llego a mi casa, el fin de semana, prefiero estar con ellos, ser familiar, no salir”.

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Ana Pionce emprendió su negocio hace pocos años. Equipó su casa con cuatro máquinas de costura, en donde se ha especializado en la elaboración y maquilado de prendas. Su esposo y su hija mayor también tiene dos hijos pequeños la ayudan, lo que le ha permitido a su familia generar ingresos mensuales de alrededor de $ 500.

Ha conseguido ampliar su casa y adecuar un local para seguir adelante con su negocio. “Todo eso se inició como un sueño, pero hoy es una realidad y es el sostén principal de mi familia. Solo es cuestión de atreverse y trabajar duro”.

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Ella tiene 33 años y fue parte de la promoción 2018-2019 en Guayaquil del programa social Mujeres Confeccionistas de De Prati, que en alianza con la Fundación Acción Solidaria capacita en técnicas de costura y confección a mujeres de zonas vulnerables de Quito, Guayaquil y Manta, para impulsar su desarrollo personal, fomentando la autoconfianza e independencia laboral y económica.

Desde 2014 se han logrado consolidar 584 emprendimientos liderados por mujeres que han sido parte del programa social Mujeres Confeccionistas que lleva adelante De Prati en alianza con la Fundación Acción Solidaria. El 85 % de las más de 800 graduadas han logrado acceder a una mejor entrada económica. Foto: Cortesía De Prati

Desde que se inició el programa en el 2014, hasta la fecha, se han creado 584 emprendimientos, 79 % son individuales y el resto de forma asociativa, como el de María Sotalin, que se unió a otras graduadas del programa y cuentan con una pequeña fábrica de confección y estampado de ropa que comercializan como venta directa y al por mayor.

Ella es de Quito, tiene 44 años e ingresó al programa para salir de la depresión por la muerte de su hijo. “En este proyecto encontré una profesión, pero también una familia y un apoyo que me permitieron transformar mis ideas en algo que hoy me da de comer, al mismo tiempo que me da una razón para vivir feliz y tranquila”.

Historias de vida de mujeres que son inspiradoras por el ímpetu y el compromiso que tienen con sus emprendimientos también las ve Catalina Vera Moscoso en la Empresa Pública Municipal para la Gestión y Competitividad de Guayaquil, más conocida como Épico. “Llegaron con una idea y ahora sus productos ya están en perchas de locales y supermercados”.

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¿Qué requisitos exigen los supermercados para que emprendedores y artesanos lleguen a sus perchas?

Ella es directora del área de Emprendimiento y comenta que de los 10.500 emprendedores a los que atiende la entidad, el 78 % son mujeres. No puede precisar cuántas de ellas son madres, pero cree que representan un número importante porque observa que sus hijos las acompañan a las capacitaciones que dictan o participan activamente en el desarrollo de sus negocios.

Épico se creó en el 2019 para impulsar proyectos de innovación. La institución tiene un programa de incubación con el cual da servicios gratuitos de asesoría y acompañamiento.

El 34 % de las mujeres que participan en el programa son emprendedoras a tiempo completo. El 26,7 % han emprendido en gastronomía, el 26,6 % hace manufacturas, el 26,5 % ofrece servicios básicos, el 15,3 % realiza actividades comerciales y el 1,02 % trabaja en la agricultura.

Catalina Vera comparte su labor en el sector público con sus actividades privadas de asesorías y consultorías sobre propiedad intelectual y desarrollo de marcas, licencias, patentes y otros. Foto: Cortesía Epico

Ella misma, de 44 años, economista graduada de la Escuela Politécnica del Litoral con una maestría en Propiedad Intelectual de la Universidad de Turín, Italia, es una emprendedora.

Comparte su labor en el sector público con sus actividades privadas de asesorías y consultorías sobre propiedad intelectual y desarrollo de marcas, licencias, patentes y otros. En sociedad con un colega creó su emprendimiento, que se llama Libélula.

Está contenta con ambas facetas de su vida profesional. Pero entre Épico y Libélula, ella se queda con Isabella, su hija que está por cumplir 10 años y que es su razón de vida.

“Es una niña sumamente alegre, extrovertida, activa. Todo gracias al soporte de la familia. Soy papá y mamá, pero eso no se podría lograr si no tuviera un equipo de apoyo, que es la familia, que la protege, la cuida, la consiente, a veces demasiado”, dice la ejecutiva, que está divorciada hace cinco años.

La mamá de Catalina, Lolita, vive con ellas y aunque su hermana mayor reside en otra ciudad siempre están en contacto. “Es un matriarcado”, señala sonriente. (I)