Era el 17 de octubre de 1922 cuando trabajadores de la empresa de ferrocarriles The Guayaquil and Quito Railway Company presentaron un pliego de peticiones en el que solicitaban alza de salarios y mejores tratos en sus sitios de trabajo. El gerente de la compañía, el norteamericano John C. Dobbie, no aceptó las peticiones, por lo que los obreros declararon una huelga que terminaría el 26 de octubre con la aceptación de los pedidos de los trabajadores.

Esta victoria obrera abrió el camino para que trabajadores y artesanos de otras compañías realizaran más protestas y huelgas para exigir mejores condiciones laborales. Estas manifestaciones terminaron en lo que hoy se conoce como la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922.

Cien años de la masacre obrera: Salarios miserables, huasipungos, explotación y alto costo de la vida impactaba a los trabajadores antes de 1922

En aquel año, Guayaquil era una ciudad de algo más de 90.000 habitantes. Una pequeña élite económica y social controlaba el poder político local y el Gobierno nacional de esa época, que era liderado por José Luis Tamayo. La clase alta guayaquileña era exportadora de cacao, por lo que se los conocía como los “gran cacao”.

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Las viviendas de los gran cacao quedaban, en su mayoría, en la avenida 9 de Octubre, mientras que la población trabajadora se concentraba en barrios como el Astillero. La clase obrera estaba compuesta por estibadores, vivanderas, vendedores ambulantes, artesanos, empleados privados y públicos, trabajadores del ferrocarril y de los tranvías, lavanderas, cocineras, criadas domésticas y jornaleros, entre otros.

En las calles de Guayaquil se secaba el cacao al sol. Las familias más ricas de la ciudad eran exportadoras de la llamada "pepa de oro". Foto: Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

En aquel año, Ecuador estaba cursando una severa crisis económica arrastrada por el inicio de la Gran Guerra en 1914. La época de oro del cacao había pasado. Sin embargo, el peso de la crisis lo llevaron en gran dimensión las clases populares y los trabajadores, que no contaban con ninguna defensa debido a la falta de leyes o la nula aplicación de las pocas que existían, y al no tener instituciones del Estado que los ampararan.

Una de las grandes exigencias de la clase obrera era la aplicación de la ley que establecía las ocho horas de trabajo, y que fue emitida en 1916. En esa época, los trabajadores del ferrocarril y de los tranvías debían trabajar hasta 20 horas diarias y siete días a la semana.

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En el pliego de diez peticiones de los ferrocarrileros constaban temas que actualmente se consideran básicos, como que se respetara estrictamente la ley de ocho horas y de accidentes del trabajo, aumentar a todos los empleados que no ganaran en dólares (gerentes) la cantidad de un sucre por día, y 30 sucres mensuales los que estuvieren a sueldo.

La masacre de obreros de 1922 en las calles de Guayaquil

Además, pedían que se suprimiera el impuesto que se les descontaba de sus sueldos para tener acceso a un hospital, así como que el cirujano en jefe fuera un médico nacional y botiquines perfectamente arreglados en Durán, Bucay y Ambato, cada uno con su respectivo médico auxiliar.

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Otras de las peticiones fueron:

  • Ningún empleado podrá ser separado sin previa anticipación de 30 días; y esto solo en el caso de que hubiere para ello causa justificada, debidamente comprobada, siendo la compañía responsable de lo que pudiera ocurrir en caso de contravenir estas disposiciones.
  • Considerar la semana de trabajo de seis días, no pudiendo suspender uno de los días en mención sin previa consulta con los empleados o representantes, salvo en los días feriados.
  • Pagar mensualmente al jefe del departamento de cobrería y hojalatería, como se hace con los otros jefes de departamento, entendiendo que dicho mensual no podrá ser menor de S/. 200.
  • Restituir a sus respectivos puestos a los señores Félix Chávez, Jesús del Pino y Rodolfo Fernández, separados injustamente.
  • Proveer de un mecánico y de un bretero más al departamento de mecánica y al patio de Bucay, respectivamente.
  • Pagar al personal extra de empleados, mensualmente, el valor de quince días de trabajo, en caso de que trabajaren menos tiempo.

Pero, para que fueran aprobadas sus peticiones, los trabajadores ferrocarrileros tuvieron que sortear varios obstáculos en los diez días de huelga. Un día después de la declaración de la paralización, los obreros agrupados en la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE) emitieron un comunicado donde apoyaron la huelga; y, de manera simultánea, la Central Obrera del Guayas (COG) también se solidarizó los huelguistas.

Trabajadores de las distintas ramas de la producción de la ciudad de Guayaquil, apoyados por sus gremios y sindicatos, realizaron una marcha solidaria en apoyo a los huelguistas de la empresa ferroviaria. Se estima, según algunos recortes de prensa, que cerca de mil trabajadores participaron en la manifestación, aunque historiadores hablan de más de 20.000.

Sin embargo, en Durán, el gerente de la empresa pidió la intervención de soldados para que se tomaran las instalaciones de la compañía.

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John C. Dobbi, gerente de la empresa de ferrocarriles The Guayaquil and Quito Railway Company. Foto: Reproducción de Diario El Guante

Los días 20, 21, 22 de octubre se generaliza la huelga de los trabajadores ferroviarios. Las estaciones de Huigra, Bucay y Riobamba paralizan las actividades y se suspende totalmente el servicio.

Dos mujeres se paran en las vías para impedir la salida de vagones

El 23 de octubre de 1922, unidades del Ejército y personal externo contratado por la empresa The Guayaquil and Quito Railway Company tratan de reanudar el servicio de trenes en la estación de Durán, pero los trabajadores se toman las líneas férreas para impedir la circulación de los vagones; incluso, un grupo de mujeres con sus hijos se acuesta en la vía en señal de protesta.

Cuando se intenta romper la huelga haciendo funcionar los tranvías, Tomasa Garcés, esposa de uno de los huelguistas y madre de cuatro hijos, junto con la señorita América Lastenia Delgado se envuelven en la bandera nacional y se paran frente a las vías para evitar la salida de los trenes. Los vagones no salieron.

Estación del ferrocarril en Durán. Foto: Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

La posición fuerte de los ferroviarios y sus familias logró que John C. Dobbie se sentara a conversar con los trabajadores. Finalmente, el 26 de octubre de 1922 se firma un acuerdo entre los miembros del sindicato y representantes de la empresa para satisfacer las demandas de los trabajadores, y la huelga llega a su fin.

Los trabajadores de la estación del tren en Huigra también se plegaron a la huelga iniciada en Guayaquil. Foto: Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

El triunfo de los ferroviarios produjo un inmenso fervor en los trabajadores guayaquileños. El 7 de noviembre se realizó una asamblea para redactar los pliegos de peticiones a las empresas de Luz y Fuerza Eléctrica y de Carros Urbanos, cuyos empleados se declararon en huelga el día 9 de noviembre. El día 10 de noviembre anunciaron la paralización de actividades obreros de piladoras y aserraderos. Más gremios de trabajadores se sumaron a la huelga hasta el fatídico 15 de noviembre. (I)