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Con la habilidad de las manos, Francisco Cisneros ha dado ‘vida’ a 110 títeres en Cuenca; con nostalgia ve que no tiene a quién entregar la posta de su arte

Sostiene que hay falta de apoyo para reactivar las presentaciones y difundir este arte antes de que se extinga.

Francisco (Pancho) Cisneros es el último titiritero de Cuenca. Dice tener 110 hijos y 114 años. Foto: El Universo

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Actualizado el 

Cuenca

Francisco Cisneros tiene 110 hijos y asegura tener 114 años de edad. Pero la verdad es que no se lo ve tan mayor y sus vástagos se mueven solo si él quiere, pues no son humanos, sino marionetas de hilo que lo han acompañado durante décadas. Hoy su arte sobrevive a la arremetida tecnológica que ha volcado todo a las pantallas y por eso el último titiritero de Cuenca sigue buscando un heredero.

Aunque el rostro muestra arrugas y canas, Francisco es un tipo muy activo, sonriente y hábil. No se está quieto y da la apariencia de ser un niño atrapado en el cuerpo de un adulto, por eso él mismo prefiere que le digan Pancho.

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A lo largo de su vida ha tenido varios oficios. Ha sido gimnasta, karateca, volador de alas delta, caricaturista, bailarín y profesor secundario, actividades que por una u otra razón se han quedado en pausa, pero la que sí ha mantenido constante es la creación de marionetas de hilo.

Con las manos toma la cruceta (maderas en forma de cruz) para mover los hilos nailon de sus figuras. En todo este tiempo con creatividad ha elaborado personajes conocidos mundialmente como Don Ramón, Charles Chaplin o el mismísimo diablo.

La afición le llegó desde pequeño cuando su padre le enseñó su primera marioneta, desde ahí la curiosidad creció, pero también fue descubriendo su habilidad para construir estos pequeños hombres y mujeres de un metro de alto a los que considera sus hijos.

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Antes de la pandemia Pancho mantenía un grupo de jóvenes alumnos con los que hacía algunas presentaciones. Les enseñaba algunos secretos y otros se encargaban de la parte técnica para incluir luces y otros elementos al teatrino.

Luego, las cosas dieron un giro inesperado y él también fue una víctima del COVID-19, pues las presentaciones mermaron y su equipo se desarmó. Sin embargo, siguió firme y por eso cuando habla de sus marionetas es como si volviera a la infancia.

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En sus muñecos cada detalle es importante y cuando toma la cruceta, las figuras de pronto cobran vida para bailar al ritmo de la música que les pongan. Mueven las caderas, manos, boca, los pies, y así, todas las articulaciones.

Entre las creaciones de Pancho Cisneros constan personajes de series cómicas como Don Ramón, de 'El Chavo del 8'. Foto: El Universo

Dentro de su casa ubicada en el tradicional barrio de María Auxiliadora están todos los muñecos que ha construido a lo largo del tiempo. Hay de todo tipo y solo mirarlos es algo emocionante.

Dice que guarda amor a cada uno de ellos porque tienen su ADN, pero con el paso de los minutos confiesa que entre sus mimados está un pianista, uno que realmente parece estar vivo no solo porque se mueve, sino porque lo domina tan bien que puede levantar la cola de su traje de frac, sacarse el pañuelo de la solapa para limpiarse el rostro y hasta tocar las teclas.

Las anécdotas que ha vivido con sus creaciones han sido múltiples, pero una de las que más recuerda ocurrió en su antiguo barrio, en Racar. Un grupo de vecinas muy conservadoras creía que sus figuras eran algo sacrílego y atentaba contra los mandamientos de Dios, con frecuencia tocaban su puerta para tratar de evangelizarlo hasta que un buen día les respondió, claro, a su manera.

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Tomó la marioneta de color rojo, cachos y trinche a la que bautizó como Don Sata y les dijo: “Señoras, si pueden hacer que él cobre vida me convierto, si no, vayan nomás”. Y como no pudieron, tampoco regresaron, cuenta entre risas.

También se ha encontrado con algunos padres que han querido comprarle las figuras para sus hijos, pero no se las ha vendido porque esto para él no es un negocio, sino una parte de su corazón.

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Ahora Pancho lamenta que por más puertas que ha tocado ninguna institución pública o privada le ha brindado ayuda para acoger a sus 110 hijos cuando él ya no pueda.

Algo nostálgico sostiene que por esa falta de apoyo para reactivar las presentaciones y difundir este arte antes de que se extinga él está camino a ser el último titiritero de Cuenca. (I)

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