Cecilia Salazar espera unos minutos en el área de boleterías de la terminal terrestre de Guayaquil para subir al andén donde tomará el bus que la llevará a Riobamba. Son las 15:30 del miércoles pasado. Ella lleva su mascarilla, que le cubre casi todo el rostro -para evitar un contagio de COVID-19- a diferencia de un adulto mayor que avanza a paso lento con su tapaboca, que literalmente solo cubre su boca, pues su nariz está expuesta a gotículas que otros emiten al hablar a su alrededor. Un ambiente por el que transitan cientos de usuarios de los que se desconoce su estado de salud.