Este tema requiere un análisis del entorno y, por tanto, de las condiciones que actualmente desempeñan las instituciones colaborantes como son, principalmente la familia y la cultura. En estas circunstancias la “homogeneización de los valores y el nivel de especialización de los productos del mercado”, generan un nuevo paradigma tanto para el profesional de la educación, clave en el proceso de aprendizaje-enseñanza, como para la nueva configuración de la estructura familiar que necesita un espacio de educación para sus hijos.

Numerosa es la literatura que aborda esta problemática como un contexto de desarrollo material en donde la tecnología y ahora, las inteligencias artificiales nos empujan a considerar las categorías de espacio y tiempo como disgregadas de la acción de “aprender” y, en contraste directo, con la desigualdad y las problemáticas sociales que devienen de ésta. ¿Cómo imaginar, en estas condiciones, un proyecto educativo que procure la apropiación del tiempo y el espacio para su efecto educador?

La pandemia causada por el COVID-19 puso a prueba el sistema educativo mundial. Muchos fueron los esfuerzos a todo nivel por lograr una continuidad en los procesos escolares presenciales volcando a las instituciones a soluciones telemáticas de diferente índole para lograr este cometido.

Por supuesto, las dificultades del entorno educativo no solamente provienen de las transformaciones materiales del mundo, sino, además, que el desencanto proviene de un sistema enraizado en el interés exclusivo por “el éxito individual de la persona” y en el superlativo objetivo del mercado: “maximizar las ganancias al menor costo posible”. En estas condiciones, y comprendiendo la dificultad de la instalación de un proyecto educativo coherente e inteligente, habrá que orientarnos hacia la necesidad de mejorar nuestra calidad de vida a través del conocimiento, “para saber nuestro lugar en el mundo”.

La escuela moderna no fue pensada para transformar, ni tampoco concebida para la inclusión; por lo tanto, habrá que permitirse una mirada/consciencia crítica si queremos posicionar una pedagogía que aclare las contradicciones del sistema.

Es fácil darse cuenta que la escuela moderna no fue pensada para transformar, ni tampoco concebida para la inclusión; por lo tanto, habrá que permitirse una mirada/consciencia crítica si queremos posicionar una pedagogía que aclare las contradicciones del sistema. Por último, y teniendo en cuenta la centralidad del docente en el análisis de un proyecto educativo y de su propuesta pedagógica, debemos poner atención en la legalidad y legitimidad del conocimiento considerando que el docente está interpelado por el currículo y la burocracia de su gestión.

Las escuelas entonces, como agente de cambio y transformación, así como espacio diseñado para la inclusión requiere, primero de una pedagogía que pueda acercar al docente a las necesidades y problemáticas que los niños y jóvenes van a tener que enfrentar en el mediano plazo y, segundo, la capacidad de las Instituciones educativas nacionales, para desarrollar indagación, personal y social en todos los procesos de aprendizaje que se procuren, asumiendo el papel que cumplen las familias y sus maneras de entender la enseñanza y las cualidades que debe cumplir un proyecto educativo nacional.

Pablo Crespo, Presidente de CORPEDUCAR a nivel nacional